Vladimir Putin no se detiene y tampoco EU y la UE

Vladimir Putin no se detiene. Pero tampoco los líderes de Estados Unidos y de la Unión Europea, con su anunciado flujo de armamento hacia Ucrania y la aplicación de “sanciones” nunca vistas y que incluyen al deporte, la cultura -como la prohibición de exhibir películas rusas- y quizá en un futuro no remoto la prohibición de la literatura rusa, incluyendo a Nikolái Gógol, nacido en Ucrania, pero quien se sentía parte de la vasta Rusia.

Entramos a la primera semana de la invasión rusa de Ucrania y la cuenta de los civiles muertos, según medios occidentales, ya va más allá de los 2 mil. Esos mismos medios que dejaron de contar los miles de civiles muertos en Libia -donde la OTAN intervino para “liberar” al país africano de Muamar Gadafi, convirtiéndolo en un mercado de esclavos controlado por bandas armadas que se pelean entre sí-.

Diarios europeos de “izquierda” presumen que “la invasión rusa de Ucrania ha reforzado la unidad de la UE (Unión Europea) y la ha empujado a dar un salto cualitativo sin precedentes a nivel político y en defensa”.

Es decir, la UE, de ser un títere sin cabeza bajo el control de los Estados Unidos y de su órgano militar en Europa, la OTAN -Organización del Tratado del Atlántico Norte- es ahora un proactivo pelele que acuerda enviar armas a una nación en guerra, para alimentar, ulteriormente el conflicto, y la destrucción y muerte. Además, la UE, decidió aplicar la censura de guerra a los medios rusos, por aquello de que podrían fomentar la división en territorio europeo, cuando lo que se necesita es caminar como un solo hombre detrás de la versión guerrista de Washington y de la OTAN.

Como se sabe, la primera víctima de la guerra, siempre es la verdad, por ahí dice alguno. En este caso, al menos, lo que impera es la única verdad según la conciben los gobiernos occidentales. La presidente de la Comisión, Ursula von der Leyen, anunció que “el Consejo de la Unión Europea decidió suspender la distribución de los medios de desinformación de propiedad estatal Russia Today y Sputnik en toda la UE, y por todos los medios de transmisión y distribución, como por cable, satélite, IPTV, plataformas, sitios web y aplicaciones”.

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A la par, periodistas freelance o que trabajan o colaboran con dichos medios, fueron etiquetados en sus cuentas personales en Twitter como medios afiliados al gobierno ruso.

Pero el tema de la censura y de la persecución contra los periodistas en tiempos de guerra en el autollamado “mundo libre” va más allá de la ficción. Por ejemplo, el diario español Público dio a conocer que servicios secretos de Ucrania, Polonia y España andan detrás del periodista español Pablo González, quien fue detenido en Varsovia, con pretextos y falsedades, mientras se acosaba a su familia en el país Vasco. Pablo tuvo que salir huyendo de Ucrania, donde estaba trabajando, ante las acusaciones de que era un agente prorruso.

Mientras tanto, “periodistas”, enviados especiales, comentadores y políticos occidentales se han dedicado a destacar que los refugiados ucranianos merecen un estatus especial debido a su color de piel y ojos (e inclusive a su religión), ya que no son habitantes del incivilizado y moreno sur del mundo, donde los ejércitos europeos y estadounidenses han hecho guerras masacrando a la población civil, sin que el Tribunal Penal Internacional inicie una investigación o la ONU, de forma unánime, lo condene.  

“Se parecen tanto a nosotros. Eso es lo que lo hace tan impactante. La guerra ya no es algo que afecta a las poblaciones empobrecidas y remotas. Le puede pasar a cualquiera”, escribió Daniel Hannan en The Telegraph.

Por su parte, un corresponsal extranjero de CBS News, Charlie D’Agata, se disculpó el domingo después de afirmar al aire que el ataque a Ucrania no se puede comparar con las guerras en Irak y Afganistán porque el país de Europa del Este es más “civilizado”. “Este no es un lugar, con el debido respeto, como Irak o Afganistán que ha sido testigo de un conflicto durante décadas”, dijo. “Esta es una ciudad relativamente civilizada, relativamente europea, también tengo que elegir esas palabras con cuidado, donde no esperarías eso, o no esperarías que sucediera”.

Al Jazeera English también se vio obligada a disculparse después de que el presentador Peter Dobbie dijera durante una transmisión del domingo: “Lo que resulta conmovedor es mirarlos, la forma en que están vestidos. Estas son personas prósperas de clase media. No se trata de refugiados obvios que intentan escapar de Oriente Medio [...] o del Norte de África. Se ven como cualquier familia europea con la que vivirías al lado”.

“Estamos en el siglo XXI, estamos en una ciudad europea y tenemos ataques de misiles de crucero como si estuviéramos en Irak o Afganistán, ¿se imaginan?”, dijo un comentarista de BFM TV, el principal canal de noticias de Francia, durante una transmisión en vivo. Durante otra transmisión de BFM TV, el periodista Philippe Corbe dijo: “No estamos hablando aquí de sirios que huyen de los bombardeos del régimen sirio respaldado por Putin, estamos hablando de europeos que se van en autos que se parecen a los nuestros para salvar sus vidas”.

Asimismo, intentando visiblemente contener las lágrimas durante una transmisión desde Polonia, Lucy Watson de ITV News dijo: “Ahora les sucedió lo impensable, y este no es un país en desarrollo del tercer mundo, esto es Europa”.

La corresponsal de noticias de NBC, Hallie Cobiella, dijo: “Para decirlo sin rodeos, estos no son refugiados de Siria, son refugiados de Ucrania [...] Son cristianos, son blancos. Son muy similares [a nosotros]”.

El fiscal jefe adjunto de Ucrania, David Sakvarelidze, le dijo a la BBC: “Es muy emotivo para mí porque veo cómo matan a europeos con ojos azules y cabello rubio”. 

Y esto es sólo una parte de la recopilación realizada en estos días por analistas y observadores del conflicto a través de redes sociales. Pero allí está el vídeo de un tanque ucraniano aplastando a un auto con una persona dentro en Kiev, el que se dijo y repitió una y otra vez que era ruso, al inicio de la invasión rusa. Lo cual fue falso.

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Edición: Estefanía Cardeña