Derechos y obligaciones de los cachorros

El hartazgo de los refritos de las Cenicientas televisivas, me hicieron buscar propuestas diferentes e interesantes en culturas aparentemente tan ajenas y distintas como puede parecer la coreana, para descubrir que somos la misma especie humana.

El último hallazgo se titula Sky Castel. La serie nos habla de cuatro familias que viven en una zona residencial muy exclusiva de Seúl y cuyo objetivo primordial es que sus hijos sean aceptados en las mejores universidades de Corea. Para hacerlo, pagan millones de wones a especialistas que exprimen a sus jóvenes para pasar el examen de admisión.

Inicia con el festejo del pase del hijo del director del hospital donde laboran dos de los hombres. Días después, se enteran de que el hijo se sintió extremadamente presionado todos esos años y decidió vengarse de sus papás. Pasó el examen y no se registró en la universidad. La mamá, avergonzada, se pega un tiro, el hijo desaparece, el papá renuncia a su puesto y llegan, a ocupar la casa, otro médico con su esposa e hijo. La esposa no encaja. No presiona al hijo que saca altas calificaciones, habla con la verdad y todas se van sintiendo incomodas y ellos agredidos.

Ante eso, de este lado del mundo, es bueno recordar que además de la casa, vestido y sustento, salud, educación, respeto y cultura, los niños tienen el derecho de sentirse deseados, de alimentarse durante nueve meses del amor y el placer de la espera, de que sean libres de elegir su camino. Que no son responsables de nuestros sueños.

Siempre me he preguntado si, junto con la planeación de la boda, los novios hablan sobre sus planes personales y de pareja; sobre sus aspiraciones, temores; si tienen vocación para ser padres; si se conocen o se lanzan al vacío en espera de que el otro lo haga feliz. Si en el noviazgo aprendieron a platicar o únicamente a aparentar.

Los niños y las niñas tienen derecho a sentirse parte de una comunidad, a ser escuchados, apreciados, respetados en su unicidad; a preguntar y que se les responda con verdad.

Derecho a soñar y a luchar por alcanzar sus metas, en lugar de recibir “premios” sin siquiera haberlos deseado. Y de la misma manera que no les damos a nuestros hijos un cuchillo, tampoco les damos carro, dinero y horario abierto cuando aún no tienen la capacidad de medir consecuencias.

Y si hablamos de derechos, junto con pegado van las obligaciones. Me pregunto si somos conscientes de que al educar a los retoños como centro del universo, que todo merecen, que no tienen que dar nada a cambio, ni siquiera agradecer, haremos seres insociables e insaciables.

Los niños y las niñas, los jóvenes tienen derecho a tener obligaciones, a crecer sabiéndose parte de una comunidad que cuenta con su compromiso y participación de acuerdo a su edad y posibilidades.

Derecho a tener límites. ¿Conocemos la cantidad de horas que nuestros chiquitos se pasan viendo tik tok? China prepara a sus nuevas generaciones para obtener los mejores espacios de liderazgo en el mundo, por lo que, por ley, los niños únicamente pueden jugar con la tecnología una hora y media, los viernes, sábados y domingos.

Los niños de Japón limpian su escuela. También lo vi en una secundaria Montessori de Chihuahua. Los niños y los jóvenes tienen derecho de aprender a sobrevivir en la vida diaria, a sentirse útiles. Los quehaceres los fortalecen, les da libertad de poder atenderse.

Entiendo que se cuide a los niños y se prohíba trabajar a los menores. Pero también me pregunto si no tendrían que salir de prepa con un oficio. Todos tendríamos que aspirar a la universidad y también tener un oficio que nos dé para la torta del día. La pandemia nos dio esa gran lección.

Derecho a tener metas más altas y modelos cercanos que los estimulen a alcanzar los valores universales. Derecho a tener información y orgullo de las raíces. Derecho a participar en el cuidado del planeta, nuestro único hogar. Derecho a más reuniones familiares, ya que son excelentes laboratorios para descubrir nuestras habilidades: cantando, contando chistes, cocinando, declamando, conviviendo.

Amarás y cuidarás a tus cachorros y cachorritas, como a ti mismo. 

Todos los niños son nuestros. 

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Edición: Ana Ordaz