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Foto: Cortesía Familia Espinosa Torre

Su nobleza de carácter es correlativa a la nobleza de su pintura.

-Jorge Cortez Ancona, escritor e investigador yucateco.

 

Hace años por las tardes ya fuera al llegar o al salir del club deportivo al que acudía me gustaba quedarme observando los retratos expuestos en una de las grandes paredes, estos eran encargados por la directiva del club para dejar testimonio de cada una de sus reinas, -no hay duda de que el verdadero arte nos deja absortos, es como si el tiempo se detuviera- el detalle perfecto de cada facción, la expresión de los ojos era tan real que aquellos personajes parecían haber entrado en el cuadro quedándose inmóviles ahí mismo y en la parte de abajo a la derecha de la pintura, la firma del autor: Torre Gamboa. Yo me quedaba pensando ¿quién será ese señor que pinta tan bonito? 

Este mes de marzo el gran artista habría cumplido 98 años y aunque no tuve el honor de conocerlo personalmente, de alguna manera puedo decir que así fue. 

Hijo de don Fernando Torre Espinosa y doña Aída Gamboa Ricalde, Ermilo nació en la ciudad de Mérida el 10 de marzo de 1924, fue el segundo de los tres hijos del matrimonio Torre Gamboa. En aquella época el negocio de don Fernando -fundado desde una generación anterior- era un conocido establecimiento ubicado sobre la calle 67 por 60 y 62 del Centro que estaba dedicado a la venta de artículos religiosos llamado “El Paje”. 

Desde los 5 años al llegar de la escuela la costumbre de Ermilo era acostarse en el suelo y ponerse a dibujar, comenzaba a aflorar en él la sangre artística de su tío abuelo, el gran pintor yucateco Juan Gamboa Guzmán. El pequeño Ermilo dibujaba desde jardines y corredores hasta las caras de maestros y amigos de su escuela, el Colegio Montejo. A los 12 años comenzó sus primeras clases de pintura con la única maestra que había en Yucatán en los años 30, doña Ana Gutiérrez Cano. Al terminar sus estudios ingresó a la escuela de Bellas Artes, deseaba fervientemente dedicarse de lleno a la pintura cosa que lo instaba a querer salir de Mérida en busca de nuevas técnicas y aprendizaje. Don Fernando estaba renuente a ello pues quería que su hijo se dedicara al negocio familiar. 

A la edad de 21 años Ermilo logró su objetivo, partió a Puebla y luego a la Ciudad de México para ingresar a la famosa Academia de San Carlos en donde tuvo excelentes maestros y conoció a artistas como Diego Rivera y Alfaro Siqueiros. 

Sus maestros le aconsejaban continuar sus estudios en Europa, pero el sabía que sus padres no tenían los recursos suficientes. Pasados tres años lejos de su tierra, regresó a Mérida, se incorporó al negocio familiar y en esa época le pidió a la joven Carmen Elena Aguilar Mimí que fuera su novia, -se habían conocido en el malecón de Progreso a través de su primo Emilio Torre-. Ermilo convencido de que la pintura era su vocación, estaba en busca de “algo más” -como me cuenta Aída la mayor de sus hijas-, había decidido seguir el consejo de sus maestros: cruzar el Atlántico. 

La intercesión de Juan Arjona Correa, rector del seminario y de Alejandro Gómory, ambos grandes amigos de don Fernando logró no sólo la anuencia de don Fernando sino que él mismo solicitara el apoyo del gobierno estatal, se consiguió media beca -que como dijo el mismo Ermilo, al final fue como un cuarto de beca- y por medio de dos cartas de recomendación, una del poeta Antonio Mediz Bolio y otra del historiador Ignacio Rubio Mañé, Ermilo logró concertar una cita con el Marqués de Lozoya que le dio el “empujón” para ingresar en la prestigiadísima Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la mejor escuela de arte en España, cuna de pintores como Picasso y Dalí.

Era 1946, inicios del régimen franquista, el recién llegado se estableció en su nuevo hogar madrileño, un pequeño cuarto ubicado frente al parque de El Retiro justo a la vuelta de la que sería su segunda escuela -o más bien la primera-, el icónico Museo del Prado al que los alumnos de la academia tenían pase directo, pintaban réplicas de las obras más famosas pagando unas cuantas pesetas además de ser instruidos por maestros en el mismo museo. Para un joven inmigrante como Ermilo, encontrar un empleo en esa época no era cosa fácil, logró ser contratado en un taller de cerámica pintando vajillas y porcelana en miniatura. En sus ratos libres se sentaba en cafés y pintaba bocetos, plasmaba la vida de aquella época y escribía postales a su querida Mimí.

Después de dos años en España, Ermilo viajó durante algunos meses por París, Milán, Florencia y algunas otras ciudades europeas en las que aprendió la técnica de grandes maestros de la pintura. 

A inicios de los años 50 el experimentado artista volvió a su tierra. La familia Palomeque amante del arte le dio el voto de confianza prestándole una de sus casas -“Casa Palomeque”- para realizar una gran exposición a la que acudió toda la sociedad yucateca. La primera  gran exposición que un artista yucateco realizaba en la ciudad fue todo un éxito.

Ermilo y Mimí contrajeron matrimonio el 16 de julio de 1951 en la iglesia de la Candelaria. Tuvieron tres hijos: Ermilo, Aída Elena y Giovanna. Dos años después se mudaron a la ciudad de México a un departamento con una vista preciosa al bosque de Chapultepec. Ermilo se sumergía cada día más en el mundo artístico de la capital y establecía más y mejores conexiones; sin embargo, Mimí añoraba volver a su tierra. En 1956 regresaron a Mérida y tan sólo llegar, Ermilo comenzó a recibir encargos y a realizar exposiciones ganando cada día más fama en la ciudad.

El artista visual Jorge Ermilo Espinosa Torre, hijo de Giovanna, quien heredó de su abuelo el amor por el arte, me cuenta:

Mi abuelo dibujaba muy bien desde pequeño, tengo pinturas de él hechas a los 10 años. Su forma de ser me causaba admiración, era como un niño le encantaba jugar con sus nietos y mientras los adultos se quedaban platicando en las comidas familiares él se paraba a jugar con nosotros y nos hacía bromas. También estaba la parte del misterio pues su estudio de pintura estaba en el segundo piso, (los nietos) teníamos prohibido subir y para mi esa prohibición me tentaba tremendamente. Algunas veces me escapaba a ver ese lugar lleno de esculturas y pinturas, era como entrar a un mundo mágico, una maravilla. Lo que más admiro de él como pintor es su obra, objetivamente está entre mis pintores favoritos comparado con cualquiera. Como persona siempre fue ese ser inspirador, encontraba la manera de animar a la gente. Hace algunos años me invitaron a Lisboa a hacer una exposición y cada vez que hablaba por teléfono con él me decía: “quiero que por favor me traigas catálogos, revistas, quiero ver qué se está pintando, quiero saber qué están haciendo los nuevos talentos, quiero aprender”. 

En una ocasión durante un evento subió al micrófono y comenzó diciendo: “Soy Ermilo Torre Gamboa, aprendiz de pintor”, no lo decía de dientes para afuera. 

Mi abuelo era una persona excepcional su sonrisa contagiaba a la gente.


Exposiciones y la medalla Yucatán

Ermilo realizó más de 55 exposiciones durante su carrera, expuso en México, España, Cuba y Estados Unidos. Recibió múltiples reconocimientos como la Medalla Yucatán en el año 2000. En el 2014 al cumplir 90 años, el museo de la ciudad le rindió homenaje. Gracias a Ermilo se ganaron nuevos espacios para el arte en Yucatán. 

Su obra fue tan diversa como vasta plasmó el trabajo, la pobreza, la belleza y las emociones; la muerte, el erotismo y la religión. Pintó retratos de gobernadores, reinas de clubes sociales y un gran número de personajes de la sociedad yucateca.

El gran admirador de Rembrandt murió a los 97 años el 7 de junio de 2021. Aun postrado en su cama seguía pintando con carboncillo.

Varias veces me he hecho estas preguntas, ¿Qué pasa por la mente de un artista mientras pinta?  ¿Qué emociones surgen desde lo más profundo?, ¿Qué siente al ver su cuadro terminado? Creo que son momentos de felicidad y satisfacción inexpresables en palabras. Como dijo Ermilo durante una entrevista en 2018: “Soy feliz porque he pintado lo que he querido esa ha sido mi vida y no la cambiaría por nada…”

Ermilo, si lo que pintaste aquí en la tierra fue digno de grandes reconocimientos, no imagino lo que estarás pintando allá arriba, a quien sí imagino es a ti, con tu gorra, tu pincel y esa enorme sonrisa que hoy desde el cielo ilumina a tus amores en la tierra.

 

Edición: Laura Espejo


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