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La jauría de la secundaria

Si no obedeces dictados te conviertes inmediatamente en un paria
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

La maldad también viste blusa blanca, falda de cuadros. La maldad también estudia en un colegio particular de niñas. En uno de los salones de secundaria de esa escuela, un grupo de estudiantes, tornado en jauría, acosa sistemáticamente a una de sus compañeras, tanto en recreos como en redes sociales. 

El coto de caza, en específico, es Instagram, donde estas depredadoras crearon una cuenta con el único fin de insultar y amenazar a la otra niña: “¿Por qué no te matas?”, gruñen en la cobardía de sus perfiles falsos. Exiliándola, invitando a otras al ostracismo: “No te lleves con ella”. El acoso es sistemático y brutal, orillando a la víctima a replegarse aún más de su mundo, que se derrumba con cada ataque. Está en el filo de un abismo y nadie ha hecho nada para ayudarla. 

Esa cuenta de Instagram tiene una intensa actividad, y el número y volumen de los insultos van en aumento. Crescendo de odio, competencia de mezquindad, las abusadoras afinan sus armas, disparando con artera saña en la diana a la que han reducido a la niña. Cada reacción en esa red es puñetazo en el abdomen, un arañazo en el rostro; cada publicación es un escupitajo en el alma. 

El motor de este odio es difuso, incluso ridículo si no se toma en cuenta su devastador resultado; es, sin embargo, producto de ese universo de marcas y poses; la vida como pasarela, entre cuchicheos y puñaladas por la espalda. La víctima es introvertida, y en ocasiones va contra corriente en ese océano de apariencias, en el que si no obedeces dictados te conviertes inmediatamente en un paria. En el leprosario están las otras, las que vuelan, despreocupadas, lejos de la parvada. Las que no encajan, las diferentes. 

No es la primera ni la única víctima de una comunidad así. La niña a la que en el paredón de imágenes metrallan con burlas no tiene a uno de sus padres; creció sólo con uno de ellos. Tal vez, en la soledad o en la tristeza, ninguno de ellos ha sabido comunicarse con el otro, y confiarle sus sentimientos. El adulto se refugia en el tedio del trabajo; ella, en la soledad de los recreos de la niñez. Ese silencio, esa introversión han bastado para que sus compañeras la excluyan y acosen. 

El linchamiento es público y están al tanto no sólo otras compañeras sino también algunos padres. Las niñas que han intentado defenderla fueron también objeto de ataques de las abusadoras, y desistieron, dejándola sola de nuevo: más sola que nunca. Los padres no saben qué hacer, pensando que si denuncian esta lapidación sus hijas serán las nuevas víctimas. Parece mentira: adultos temblando por la probable venganza de unas niñas.

Somos una sociedad que se alimenta con voraz morbo de las tragedias protagonizadas por celebrities, consumiendo hasta el hartazgo detalles íntimos de personajes públicos. En esos casos tomamos incluso partido, como si fuera un partido de fútbol, o un plebiscito. En contraste, dejamos que un grupo de niñas machaque a otra, poniéndola al filo de un abismo. Se ha normalizado la crueldad en las niñas y los niños, restándole gravedad a esas chispas de maldad. 

Son travesuras, minimizan. La secundaria es una jungla, comparan, y dejan impunes crímenes que en muchas ocasiones han derivado en tragedias mayores. Se ha permitido que el futuro de niñas y niños naufrague en esos mares de malicia e indiferencia. Se ha permitido que la vida adulta se reduzca a quién sufrió en su infancia y quién hizo sufrir, roles que se intercambian y que definen. 

Hay que ponerle un cerco a esas fieras en libertad. Ese odio primario, tan bestial, del que han hecho alarde, envalentonadas por la educación clasista de sus casas y escuela es sólo un atisbo a la maldad que se puede gestar en sus interiores. Estas princesas de provincia actúan así porque se creen inmunes a las reglas que rigen nuestra sociedad, porque se creen superiores. 

Ese es la característica que define a los abusadores, quienes comparten culpas con quienes los alientan y con los que callan. Si el acoso siempre ha sido inaceptable, es en estos momentos en el que daña con mayor intensidad, con niñas y niños que aún dan sus primeros pasos fuera del búnker del miedo de la pandemia. Más que nunca hay niñas y niños introvertidos, sin la capacidad de comprar ropas de marca; pequeños a la deriva. Esas niñas y niños son carne de cañón de abusadoras y abusadores. No podemos dejarlos solos. 

No podemos dejar sola a esta niña de secundaria que es acosada en Instagram. Pudimos haber sido nosotros. Puede ser nuestra hija. 

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Lea, del mismo autor: Cuando Mario Vargas Llosa hizo un Will Smith
 

Edición: Estefanía Cardeña


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