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Cambiar el eje de la tierra con pequeños actos

El heroísmo también viste blusa blanca y falda de cuadros
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Ella no lo sabe, pero hoy será la protagonista de estas líneas. Se lo merece. Su madre me contó su historia y movió los resortes indicados, pues me demostró que el heroísmo también viste blusa blanca, falda de cuadros. Y así como ella —me imagino, deseo— hay muchas, muchísimas, nada más que no las conocemos, ni a ellas ni a esos pequeños actos con los que están cambiando el eje de la tierra. Ella y ellas, que inspiran y dan ejemplo, se merecen este artículo y muchísimos más. Necesitamos conocer sus historias. 

Está por graduarse de preparatoria, y ha sido testigo de innumerables abusos en la jungla de los recreos, en las selvas del centro comercial. Ha sido testigo, como todos nosotros, sólo que ella ha levantado la voz y ha defendido a compañeras que fueron víctimas. Y aunque ha sembrado valentía no ha cosechado todavía gran cosa… O eso es lo que, me imagino, siente, al obtener hasta ahora sólo ensordecedor silencio, devorador desdén. La semilla de su ejemplo, sin embargo, tarde o temprano germinará: dará abundantes flores y frutos; será sombra y refugio. 

Ha sabido que no basta no ser parte de la jauría sino que hay que enfrentarse incluso a ella, aun cuando las posibilidades de sufrir arañazos de exclusión, mordidas de burlas son muchas, demasiadas. Ha sido consciente que cerrar los ojos y hacer como si nada estuviera pasado no es opción. Tomar el toro por los cuernos, le dicen; meterse a la boca del lobo. Ha vencido el miedo, atroz, el miedo que paraliza de sufrir lo mismo de quienes ha defendido. Y aun así, lo ha hecho, y con la seguridad de que ha estado actuando bien. 

Esa fortaleza sólo puede recargarse en casa, casi por ósmosis, transmitida por otras personas que igual sean conscientes que el abuso no está bien y que hay que actuar contra él, cueste lo que cueste. Esa fortaleza, en la mayoría de las ocasiones, sólo se encuentra en el hogar, aunque hay excepciones: otra amiga, una maestra o maestro, una lectura. A ella su madre la ha alentado a ser así, a seguir así: defender a las débiles ante el acecho de las depredadoras del recreo. 

Su madre le ha sanado las heridas que ha sufrido con vendajes de ternura, con pomada para el corazón. Su madre está segura que las heridas sanarán y se convertirán en las orgullosas cicatrices de esa preciosa guerra que ha librado, y que libra aún, su hija. En muchas ocasiones las llagas se reflejan en una soledad que parece inmensa, como la mar; un destierro que entierra las ganas de dejar de ir a contracorriente; de mirar a otro lado, callar o, en cualquier caso, sólo susurrar. Pero no. No lo ha hecho: ha seguido librando estas guerras silenciosas, evitando lo que parece inevitable. 

Son sus últimos días en ese campo minado, y en los próximos meses se adentrará en otras zonas igual de hostiles, donde el abuso adquiere otros rostros, en ocasiones más peligrosos, más aberrantes. Quienes serán sus nuevas y nuevos compañeros no saben todavía la suerte que tienen: Con ella, caminarán en dulce compañía, no masticarán en la soledad sus tristezas y miedos. En contraste, los cacareos de hienas tendrán que enfrentarse a una guerrera curtida, veterana de mil batallas. ¿Y saben qué? Ella va a ganar, siempre. En la universidad, en el trabajo, en la calle. 

Siempre ha existido el acoso escolar. Siempre ha habido niñas y niños que han sido blanco del abuso de sus compañeras y compañeros. Es la naturaleza humana, y las niñas y los niños, en ocasiones, suelen ser crueles. Es nuestra condición animal. Toda la metralla de justificaciones puede ser verdad, pero no por eso está bien. No porque sea una situación que siempre ha existido ésta y las próximas generaciones están condenadas a sufrirla. Las chispas de valentía de la protagonista de este miércoles pueden encender una hoguera.

Que una niña o niño, o una o un joven sufra bullying no es culpa de la escuela ni es culpa de los padres. Pero, al mismo tiempo, es responsabilidad de la escuela y de los padres. Todos tienen un papel en este cambio, y lo único que no se debe permitir es la justificación o la indiferencia. Que les quite el sueño, que lo visibilicen y se enfrenten a la situación, con valentía, como la protagonista de esta historia. No podemos dejar que esta joven de preparatoria luche esta cruzada sola. Pudimos haber sido nosotros a quienes ha defendido. Pudo haber sido a nuestra hija. 

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 Lee, del mismo auor: La jauría de la secundaria

 

Edición: Estefanía Cardeña


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