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Foto: Morena

Los reportes disponibles a la hora de elaborar la presente columna apuntaban a un triunfo de los candidatos de Morena y sus aliados a gobernar Oaxaca, Hidalgo y Quintana Roo, y de Acción Nacional y sus aliados en Aguascalientes. La mayor tensión e incertidumbre se ubicaba en Durango y Tamaulipas.

Una primera lectura del domingo de urnas muestra que a pesar de la alta temperatura política registrada previamente, y durante la jornada electoral, no hubo incidentes graves (aunque los más preocupantes se dieron justamente en Tamaulipas), en un duelo de poderes estatales y federal que tuvo sus expresiones más enconadas en la antes mencionada entidad norteña, en Durango y en Aguascalientes, con acciones policiacas contra activistas y una abierta injerencia de autoridades locales.

Morena no pareciera estar en riesgo de perder su paso: desde el inicio se hablaba de un 4-6 seguro, que puede quedar en 5-6. La concentración de gubernaturas color guinda será, de cualquier manera, apabullante, y eso va a significar una ventaja en los comicios de 2024, con el relevo presidencial como principal contienda.

Lo que suceda en ese año no estará definido sólo por popularidades, clientelismo e ideología, sino también por la realidad específica de las tesorerías y su capacidad de habilitar los respectivos ejércitos electorales. Un ejemplo de ese pragmatismo se ha dado justamente este domingo.

La oposición no pudo capitalizar la presunta inconformidad ciudadana contra el obradorismo y Morena, aunque (o justamente por ello) su discurso sigue estancado en la diaria descalificación estridente de la llamada Cuarta Transformación (4T), en tales términos y con tal graduación que a boca de urna se supondría que esa molestia, esa supuesta ira contra Morena y sus personajes relevantes, devendría en contundentes derrotas electorales, lo que no está sucediendo.

A reserva de que se precisen las cifras electorales que permitirán apreciar la distancia o cercanía en los triunfos de Morena y de sus adversarios, vale advertir que hubo un duelo de estructuras no sólo ciudadanas, sino también aquellas aceitadas por poderes y finanzas locales y nacionales.

Lo vivido este domingo no alienta la expectativa de que se estén superando añejas prácticas ante las cuales las autoridades electorales (el instituto nacional y los organismos locales) siguen comportándose con una rigidez procesal, con una obstrucción de los sentidos básicos que no les permite “ver” ni “oír” lo que sucede, dejando todo, a fin de cuentas, a una especie de permisividad de lo anómalo, en aras de resultados finales que terminarían haciendo innecesarios los castigos por las adulteraciones habidas en el camino.

Por lo pronto, en los tres estados aparentemente ganados sin gran problema por Morena hay tres gobernadores oficialmente no morenistas que quedan en espera de cargos diplomáticos o alguna otra compensación por haber abatido las banderas de sus partidos y propiciado el triunfo del partido oficial: Omar Fayad, distante de Rubén Moreira y de Carolina Viggiano; Alejandro Murat, distante del candidato priísta y sumamente propicio para la victoria de Morena, y Carlos Joaquín, que deja a una corriente tricolor y al Verde como ganadores reales en Quintana Roo, aunque a nombre de la Regeneración Nacional.

En Aguascalientes, el morenismo dio una fuerte pelea al predominio histórico de la corriente conservadora en el poder (actualmente, con Martín Orozco como gobernador). En Durango, las dificultades de Morena tienen como antecedente la postulación forzada e impugnada de Marina Vitela, dejando fuera al senador José Ramón Enríquez, y en Tamaulipas el carácter y el estilo de Américo Villarreal, demasiado suaves para una entidad tan bronca, permitió que la desesperación del gobernador panista Francisco García Cabeza de Vaca, con César Verástegui, El Truko, como candidato de la coalición antiobradorista, diera la apariencia de ir recortando la amplia ventaja inicial del citado Villarreal. ¡Hasta mañana!

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Edición: Ana Ordaz


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