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Foto: Presidencia

El presidente Andrés Manuel López Obrador confirmó ayer que no asistirá a la novena edición de la Cumbre de las Américas que tiene lugar en Los Ángeles debido a que el anfitrión decidió excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela. El mandatario consideró que realizar la Cumbre sin todos los países del continente “es seguir con la vieja política de intervencionismo, de falta de respeto a las naciones y a sus pueblos”, por lo que urgió a Washington a cambiar la política que ha venido imponiendo desde hace siglos de querer dominar sin razón alguna, de atropellar la soberanía y la independencia de cada país. Como ejemplo de esa política, el presidente López Obrador recordó el bloqueo que desde hace seis décadas Estados Unidos mantiene contra Cuba, al cual calificó como “un tipo de genocidio”, una tremenda violación de derechos humanos que priva al pueblo cubano de alimentos y medicamentos.

Sin embargo, el titular del Ejecutivo puso estos posicionamientos al margen de la relación bilateral y, de hecho, anunció que en fecha por especificar del mes entrante visitará a su homólogo Joe Biden para insistir en varios temas, como la unidad continental a fin de cumplir el sueño de Simón Bolívar sin exclusiones, la necesidad de una reforma migratoria que permita regularizar la situación de 11 millones de migrantes, y la urgencia de atajar este fenómeno en sus causas mediante apoyo directo al desarrollo de Centroamérica.

La postura del mandatario mexicano, secundada por sus pares Luis Arce, de Bolivia, y Xiomara Castro, de Honduras, representa un auténtico parteaguas en las relaciones hemisféricas. No se trata, como lo quieren hacer ver las derechas en México y Estados Unidos, de una adhesión a los regímenes de La Habana, Managua o Caracas, sino de un rechazo firme al uso consuetudinario, por parte de Washington, de su poderío y su ascendiente económico y político para imponer su agenda a la región latinoamericana y erigirse en “certificador” de las credenciales democráticas de cada nación. Tal pretensión no sólo es contraria a la legalidad internacional y violatoria de la soberanía, sino que resulta a la vez risible y execrable cuando la enarbola quien ha financiado, organizado y respaldado los más cruentos golpes de Estado y a los más sanguinarios autoritarismos que han azotado al subcontinente. Tampoco puede ignorarse que, mientras veta a gobiernos por su orientación ideológica, Washington mantiene estrechos vínculos con regímenes totalmente ajenos a las formas democráticas y a los derechos humanos, lo cual desnuda su hipocresía y las verdaderas motivaciones tras su conducta.

En este contexto, la decisión de no asistir personalmente al encuentro continental representa la inauguración de una nueva eraen las relaciones entre América Latina y Washington, una en la que no se olvida la importancia de la colaboración y el entendimiento para abordar los problemas comunes, pero se marca sin ambages un alto a las imposiciones indebidas y a la idea de la superpotencia como un “hermano mayor” con la facultad de tutelar a sus vecinos.

Edición: Ana Ordaz


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