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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Mónica Ivette Flores Cruz y Karla Valeria Maldonado Solís 

Históricamente existe una deuda con las mujeres; se habla de la triple jornada laboral que abarca el trabajo asalariado, del hogar y los cuidados. Estos dos últimos no están reconocidos ni social ni económicamente. Sin embargo, se calcula que el trabajo no remunerado que realizan las mujeres supone entre el 30,6 y 41,4 por ciento del PIB (Marcal, 2018). Paradójicamente en nuestras sociedades occidentales capitalistas, quienes más trabajan son quienes menos oportunidades reciben. Tal es el caso de las mujeres rurales, indígenas, y campesinas que representan un pilar fundamental para la seguridad alimentaria al ser ellas quienes producen el 50 por ciento de los alimentos en el mundo de acuerdo con registros de la FAO, y a pesar de ello, carecen de títulos propietarios de la tierra que les permitan tomar decisiones por el simple hecho de ser mujeres.

En América Latina el 8.4 por ciento de las mujeres se encuentran en situación de inseguridad alimentaria severa, en comparación con el 6.9 por ciento de los hombres (FAO,2018). Está situación es un reto para el cumplimiento del objetivo 2 de Desarrollo Sostenible de la ONU el cual promueve el “Hambre Cero” y subraya la necesidad de un cambio profundo en el sistema agroalimentario mundial que actualmente se encuentra en crisis, debido a la sobreexplotación de los recursos naturales y al uso desmedido de fertilizantes y pesticidas que han causado contaminación del aire y de los mantos acuíferos. También menciona que la agricultura industrial a gran escala que domina el suministro de alimentos actual, incrementa el CO2 en la atmósfera causante del cambio climático además de las problemáticas sociales y ambientales que está ocasionando en el mundo.

En este contexto, es importante considerar la transformación de la agricultura industrial a una agricultura alternativa o tradicional. Esto implicaría otorgar reconocimiento al papel histórico de las mujeres en la agricultura, como, por ejemplo, que son agentes de conocimientos sobre los ciclos de la naturaleza, y guardianas de las semillas nativas. Hoy en día, las mujeres desde distintos contextos han destacado por hacer frente a los estereotipos y roles de género impuestos social y culturalmente tomado un papel activo en la sociedad para exigir el derecho a un ambiente sano, así como la creación de políticas públicas que contemplen las problemáticas de ambiente y género. 

En América Latina las mujeres están en primera línea por la defensa del territorio y de sus formas de vida, esto se ve reflejado en movilizaciones y luchas contra actividades como la minería, la deforestación, la agroindustria, entre otros que afectan su territorio. El debate es amplio, y cuestiona la forma de desarrollo que impera en países latinoamericanos, atravesados por el colonialismo y la creciente desigualdad. Un ejemplo de ello, lo encontramos en el estado de Campeche donde se vivió la movilización de las mujeres mayas y de la comunidad para detener la siembra de soya transgénica de Monsanto, en ese momento, el colectivo de Leydy Pech logró ante los juzgados la prohibición de la soya transgénica en Campeche y otros estados de la República. 

En este sentido, las mujeres están presentes y se están movilizando para promover formas de cultivo de los alimentos más justas, éticas, responsables y sostenibles para la naturaleza y la sociedad, al incluir en su modo de producción técnicas agroecológicas, sistemas agroforestales, agricultura sintrópica y en el caso de la península de Yucatán, la conservación del uso de técnicas ancestrales como son el solar o el traspatio maya.

En la última entrega del equipo de seguridad alimentaria del ORGA Antonio Blanco analizó las acciones estratégicas que desde el ámbito de las unidades productivas agrícolas UPA y de la sociedad civil pretenden contrarrestar las consecuencias de la vulnerabilidad alimentaria en Peto, Yucatán, y José María Morelos, Quintana Roo ante la Covid-19 en el período 2021-2022. En ese documento se hizo visible el trabajo de familias donde las mujeres han mostrado liderazgo frente a las dificultades que conlleva el sector productivo exclusivo de hombres, donde se enfrentan a distintas formas de violencia y acoso además de la poca credibilidad ante la toma de decisiones. A pesar de ello, se están abriendo paso para producir, cosechar y distribuir sus productos libres de agroquímicos en el mercado local y regional y mercados turísticos como Xcaret. 

Estas iniciativas requieren de apoyos gubernamentales y/o estatales que incentiven y revaloren el papel de las mujeres para la seguridad alimentaria, una producción sustentable no será posible sin estrategias con perspectiva de género que sumen y promuevan caminos para el ejercicio de la gobernanza y la posibilidad de crear nuevos sistemas alimentarios. La gobernanza requiere del reconocimiento y la participación de la mujer en la agricultura, la revalorización de los conocimientos tradicionales que permitan la sostenibilidad de los territorios así en conjunto con los sectores estatales, civiles y demás organismos se puede hacer frente a la inseguridad alimentaria que se vive en las comunidades. Síganos en: http://orga.enesmerida.unam.mx/;  Facebook Instagram y Twitter.

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Edición: Ana Ordaz


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