Transitar entre el moralismo y el pragmatismo político es sumamente complicado y entraña riesgos a la credibilidad, al prestigio personal y por supuesto, al apoyo popular y la rentabilidad electoral que se tenga.
Sin embargo, el presidente de México Andrés Manuel López Obrador hasta ahora ha transitado entre el moralismo y el pragmatismo político, sin sufrir mayor desgaste a su imagen y al apoyo popular que goza, en gran parte por su habilidad, pero en una mayor parte por la debilidad de sus opositores carentes de un proyecto alternativo de Nación, víctimas del desprestigio de sus hechos de abusos y corrupción, sin que se hayan preocupado de redimirse y lavarse la cara, para pedir de nuevo el apoyo de las mayorías a las que siempre han despreciado y denostado.
Muy poco han podido hacer contra López Obrador todos sus opositores convertidos en sus enemigos, lo cual ocasiona que les gane su odio, su clasismo y su soberbia con la misma campaña que no les ha redituado a su favor, ni política ni electoralmente.
Lo cierto es que las contradicciones reales de López Obrador son muchas, pero con esa oposición que ha abusado de las mentiras y las difamaciones, cuando señalan algo en contra del presidente, solo ellos y sus mismos partidarios lo creen, por eso el apoyo a AMLO se ha mantenido en niveles elevados, incólume ante los ataques.
López Obrador pontifica y ensalza los valores éticos y morales todos los días y a quien señale su dedo flamígero es condenado de inmediato y enviado a la hoguera política que es el desprecio de las mayorías. El problema es cuando el moralista se deja vencer por su soberbia disfrazada de humildad y se convierte en el criterio del bien y el mal. No son pocos los casos en los que mujeres y hombres, cuyos hechos y acciones los definen como malos servidores públicos, son “purificados” por la voluntad unipersonal de López Obrador y su pragmatismo político que atropella su moralismo.
El caso más reciente es el de el gobernador de Quintana Roo, ex del PRI y mandatario por el PAN-PRD, Carlos Joaquín González, a quien López Obrador acusó durante la campaña electoral de 2016 por la gubernatura, de pertenecer a la “mafia del poder” y lo fustigó: “Carlos Joaquín es muy corrupto, igual que su hermano”. Ahora que está a punto de concluir su mandato, Carlos Joaquín, de acuerdo a la palabra y la voluntad “purificadora” de AMLO se sumará a la 4T. El extraordinario escritor y filósofo griego Nikos Kazantzakis, en su excelente libro El Pobre de Asís, establece que la mayor lucha de San Francisco se dio precisamente contra la soberbia escondida en el fondo de su humildad; soberbia a la que pudo vencer con su congruencia.
En lo local
El partido Morena en Quintana Roo, por la gran cantidad de conversos procedentes de prácticamente todos los partidos políticos y la falta de formación y capacitación de muchos de sus “puristas”, se ha convertido en una “torre de Babel” en la que cada quien habla su propio idioma. La dirigencia estatal surgida recientemente con fuertes cuestionamientos de influyentismo y nepotismo, tendrá una tarea en extremo complicada para unificar y amalgamar a los guindas. Si no tienen éxito, el Partido Verde de Jorge Emilio González les comerá el mandado. Su influencia y su poder en el gobierno entrante es innegable. Por cierto, la filiación del Verde hacia el canciller Marcelo Ebrard es inocultable.
En fin, son cosas que pasan en nuestro país y en nuestro caribeño estado.
¡HASTA LA PRÓXIMA!
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