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El Cuyo en riesgo de perder su tranquilidad por la ambición  

La tierra está en la mira de inversionistas que planean desarrollos en muchos casos sin servicios
Foto: Israel Mijares

La comisaria de El Cuyo, Neydi Puc Gil, quien acaba de acusar de “violencia de género” al alcalde de Tizimín, Pedro Couoh Suaste, dice que ya es hora de que El Cuyo sea un municipio y deje de ser una comisaría mientras narra los desencuentros con el primer edil vaquero, quien reiteradamente dice, la ha regañado de mala manera, señalándola con su mano, por oponerse o cuestionar sus designios o ambiciones, como la idea de llevar gente desde Holbox a El Cuyo y la creación de un Parque Jurásico que convertirán a la población pesquera en un desastre ecológico en el actual gobierno municipal.

Platico con ella en la comisaría de El Cuyo, coronada por la réplica del cráneo de un tiranosaurio rex. En la plaza, se yergue un flamante cajero del banco HSBC, construido justo a un costado de la iglesia, en un espacio de la plaza que es público y cuya vocación es ser espacio peatonal y lúdico, pero del que se apropió el banco británico, como parte del plan de llevar gente de forma masiva a El Cuyo a través de un ferry para el parque de dinosaurios en construcción. 

Eso sí, el kiosko de la plaza se cae a pedazos, el techo, de un material de muy mala calidad, está lleno de hoyos, y pende peligrosamente de uno de sus costados. Únicamente un perro se refugia del sol bajo su techumbre carcomido. En general la plaza luce descuidada y en mal estado, sus juegos infantiles, la cancha, la pintura descascarada. Todo un símbolo del abandono que encuentran los turistas que llegan al Cuyo y se enamoran de su paz y enormes playas pobladas de vegetación costera y arena blanca.

Los enfrentamientos entre la comisaria (ex priísta ahora morenista) y el alcalde panista de Tizimín, Pedro Couoh Suaste, han escalado gravemente, con el telón de fondo de la pelea por el control de la mina de oro en que se está convirtiendo dicha población costera yucateca, en la que han puesto los ojos, y las ambiciones, inversionistas que ya compraron todo el litoral hasta la frontera con Quintana Roo, según nos dicen personas que inclusive han sido testigos de las negociaciones.

Como todo el estado de Yucatán, la tierra está en la mira de inversionistas que planean desarrollos en muchos casos sin servicios y mucho menos con alguna viabilidad ecológica. Pero la Semarnat es la primera en otorgar permisos como rosquillas, sin importarle la devastación que en poco tiempo convertirá al litoral yucateco en un pantano hediondo, como se ha visto en recientes días con la marea roja, la que ha sido calificada de “fenómeno natural” por algunas autoridades, pero que en realidad está alimentada por las filtraciones de aguas negras provenientes de zonas urbanas e industriales asentadas en el litoral y en Mérida, como señalan investigadores yucatecos. 

El Cuyo, con sus escasos 2 mil habitantes, se salvó de la marea roja en esta temporada, aunque es visible la presencia de sargazo, en pequeñas cantidades, pero suficiente para pintar de color café la zona donde rompen las olas en la playa. La línea de casas y hoteles se acaba bruscamente para dar paso a la exuberante vegetación costera que todo indica tiene los días contados ya que es un secreto a gritos en El Cuyo que todo el litoral está convertido en lotes.

 

Foto: Israel Mijares

 

El propósito de jóvenes y ambiciosos desarrolladores es convertir todo en hoteles con la complicidad de la alcaldía de Tizimín. El alcalde Couoh Suaste nos dijo recientemente en Mérida que se pagó un plan de desarrollo para El Cuyo, el que seguramente meterá en el pandero todos los intereses ya mencionados y otros ya en edificación, como es visible caminando por las calles de arena de la población costera que padece de cortes de electricidad diarios (a veces por varias horas o inclusive días), fallas constantes en la telefonía e internet, falta de agua potable (la que se trae desde un cenote en Moctezuma) por no hablar de la recolección de basura, una total vergüenza ya que el camión destartalado que da el servicio (junto a otro igual de viejo) con frecuencia se descompone. La basura, la que se recoge, termina en la entrada de El Cuyo, en el tiradero a cielo abierto, donde columnas de humo se elevan entre el graznar de aves. Los lixiviados, obvio, terminan de vuelta en El Cuyo, donde además la pesca es cada día más escasa, por la sobre explotación.

Es inaudito que haya alguna autoridad que pretenda convertir a El Cuyo en un destino turístico masivo con esas características, apenas mínimamente descritas. Sin servicios, tomando en cuenta que no existe drenaje (y que no puede haberlo debido a que se trata de un banco de arena) por lo que lo recomendable son los biodigestores, por lo menos, ya que el mar no puede seguir recibiendo descargas de aguas negras de forma infinita.

Caminando por las calles de arena de El Cuyo, se observan multitud de nuevos negocios -- como sucedió en su momento con Playa del Carmen, Holbox o Tulum- y de nuevas edificaciones: la efervescencia está a la vista, con la llegada de extranjeros y de mexicanos atraídos por la oportunidad y la belleza del lugar, pero también por la incapacidad de las autoridades de poner orden o de siquiera querer hacerlo, lo que da lugar a que muchos quieran aprovecharse, sacar partido, también gracias a las rencillas entre las autoridades. De allí que en poco tiempo hayan proliferado, por ejemplo, las cuatrimotos en renta, en las que corren turistas extranjeros y jovencitos venidos de Tizimín, con lo que en poco tiempo la paz se perderá en dicha población, convirtiéndola en una pista de carreras y un embudo repleto de tráfico. Como sucedió en Holbox hace tiempo.

El descuido, inaceptable, se observa en el puerto de abrigo. Suciedad, basura, abandono por todos lados, muestran una población a la que le falta atención por parte de los tres niveles de gobierno antes de que sea demasiado tarde, mientras siguen creciendo los asentamientos irregulares entre la vegetación, hacia la laguna de agua salobre que separa a la barra costera de tierra firme.

 

Inversiones

No menos importante, y tema que abordaremos con mayor profundidad, es el llamado Parque Jurásico que se pretende vender como un “proyecto sustentable” en edificación poco antes de la población de Moctezuma, a unos 15 minutos por carretera, de El Cuyo.

Bien custodiado por un retén de la policía de Tizimín (cuyo gobierno municipal entregó los permisos), y por otros dos que encontramos en el camino, incluido uno en la entrada de El Cuyo, el “Nuevo Mundo Jurásico”, amenaza con llevar a miles de personas a la zona, con la justificación de que conozcan la selva, pero admiren dinosaurios de plástico. La ironía está a la vista.

El temor de que tal masa de gente termine por destruir el endeble equilibrio ecológico y la paz de El Cuyo ya afectados, es expresada por personas que han invertido y viven en dicha población, y que insisten en que la única salida para que no cunda el desastre es que se convierta en una ecovilla la población costera. Pero para eso, se necesita voluntad política, interés, regulación y aplicación efectiva de las reglas. Pero desde Tizimín tienen otros planes: llenar El Cuyo de gente, ruido, autos, música a todo volumen y basura, como sucedió en días pasados con el llamado “El Cuyo Eco Fest”.

El resultado de todo esto, ya lo vemos en el vecino estado de Quintana Roo: la destrucción de los ecosistemas ha terminado por inclusive hacer perder el color turquesa a las costas. La delincuencia y la miseria van de la mano de la contaminación y de la inseguridad en lo que no hace mucho tiempo eran poblaciones pacíficas y tranquilas. La corrupción ha ido de la mano de la violación de los reglamentos para proteger la naturaleza, el principal activo que se ofrece al turismo junto con la cultura. La masificación del turismo, acabó con toda posibilidad de cambiar el modelo turístico, ahora abaratado y convertido en objeto de consumo depredador cuyos beneficios van a unas pocas manos mientras la mayor parte de la población vive con trabajos precarios, mal pagados y en asentamientos irregulares y miserables. La realidad es que El Cuyo, tal y como lo vemos ahora, tiene los días contados ya que la avalancha turística ya lo alcanzó. Por todos lados se ven letreros de "se venden terrenos, lotes" inclusive la cooperativa pesquera decidió vender su edificio en el corazón de la población. Lo que viene, depende de las decisiones de las autoridades ahora en el poder. Y no da muchas esperanzas.

Todos quieren un pedacito del “paraíso”. Hasta convertirlo en un infierno tropical. El Cuyo, dicen, aún no sucumbe al horror del turismo masivo, ese que devora las poblaciones y los ecosistemas del Caribe mexicano, degradándolos y prostituyéndolos, de la mano de autoridades corruptas y dispuestas a violar todo reglamento con tan de embolsarse un buen dinero. 

Los perros corren por la playa, defecándose sobre la arena y mordisqueando al animal que encuentren incluidas tortugas marinas. Un rubicundo extranjero, alto de cabellos rojizos sonríe feliz, recoge una de las cacas dejadas por los perros con los que irrumpe en la playa al amanecer con los primeros rayos solares que pintan el cielo de rojo sangre en la costa de El Cuyo. La mar casi no se mueve, es un espejo de tonos nacarados donde una diminuta tortuga marina nada junto a varios cazones que se pegan a la arena. Llama la atención la escasa presencia de aves marinas, así como de cangrejos y otros animales comunes en lo que es una población parte de la reserva de Ría Lagartos. 

Sin embargo, El Cuyo es promocionado como “un lugar que todavía no ha sufrido el impacto del turismo masivo”, un auténtico “paraíso donde puedes observar miles de aves y animales en la naturaleza”. La realidad es que las especies marinas en la zona son escasas o han de plano desaparecido obligando a los pescadores a internarse cada vez más lejos en el mar al amanecer. En el horizonte se observan las decenas de embarcaciones que salen del puerto de abrigo, convertido en un auténtico muladar que autoridades federales y locales simplemente han abandonado, salvo por la draga contratada por el gobierno del estado para ampliar la profundidad del canal.

Los extranjeros pasean con sus perros, pero igual grupos de perros locales me siguen felices mientras camino por la playa contemplando las edificaciones, la mayoría aún casas de familias de Tizimín que fueron edificadas cuando la tierra en esa zona no valía nada.

 

Foto: Israel Mijares

 

Sin embargo, comienzan a multiplicarse los hoteles de tres y cuatro pisos -incluido un edificio de 7 pisos impulsado por el alcalde carnicero y vaquero de Tizimín, Pedro Couoh, quien le echa la responsabilidad a la Semarnat y al anterior gobierno municipal, de los permisos. A él no le interesa el medio ambiente, ni si no hay recolección de basura, ni tratamiento alguno de las aguas negras, lo importante es otorgar permisos y organizar festivales pseudo ecológicos con su buena dosis de ruido, basura, borrachos y tumulto con autos y motos.

Es evidente que los socios del alcalde panista -entre los que se rumora a familiares de un ex gobernador del mismo partido- quieren explotar la zona al máximo: ya construyeron un cajero de HSBC en la plaza abandonada y sucia, para que los turistas que planean llevar de forma masiva en ferry con el gancho de un parque de diversiones de dinosaurios a la entrada de El Cuyo, puedan sacar dinero y gastar en los negocios que planean montar, en una población sin servicios y miserable.

Ese es el desarrollo en lo que ya algunos irónicamente definen como el Cancuninsito de Yucatán, según los planes de desarrollo en la zona limítrofe con el devastado Quintana Roo, ahora en manos de una gobernadora de Morena que promete más de lo mismo.

La propuesta de algunos turisteros locales que sugieren que El Cuyo se convierta en una ecovilla, con por lo menos biodigestores en los hoteles que no deben superar los tres pisos, es desoída por las autoridades que ven desde lejos lo que pasa en la costa vecina a Quintana Roo, convertida en un caos, con carritos eléctricos y cuatrimotos por todos lados, basura, aguas negras que infestan las aguas marinas, ruido y criminalidad. Destrucción de la biodiversidad. Por citar algunos.

El boom inmobiliario en la costa yucateca no anuncia nada bueno para esa porción de arena y vegetación costera aún sin edificar hasta la frontera con Quintana Roo. El lavado de dinero, del que se tienen informaciones sólidas pero no investigaciones oficiales contundentes, advierten, por ejemplo, que se ha “detectado que en México el turismo puede ser una de las fuentes más importantes del lavado de dinero. El sector turismo registra flujos de lavado de dinero por unos mil millones de dólares al año”. Así lo dijo García Villalobos, director de Servicios de Auditoría y Negocios de la consultora Deloitte en Cancún.

De hecho, según reportaje de Río Doce y Quinto Elemento Lab, escrito por Miriam Ramírez y Andrés Villarreal, publicado el 7 de marzo 2021, los hermanos Juan José y Erick Arellano Hernández, sinaloenses que encabezan Grupo Arhe, un conglomerado de más de 100 empresas en actividades económicas tan diversas como casas de cambio, consultorías financieras y contables, hoteles, gasolineras, inmobiliarias, constructoras, arrendadoras de autos, seguridad privada y equipos profesionales de beisbol y basquetbol, entre muchas otras, tienen también presencia en Yucatán. 

Tan es así, que “la UIF y el SAT están convencidos de que el Grupo Arhe estructuró una compleja red que provee servicios de lavado de dinero para grupos que manejan recursos de procedencia ilícita”. Y en Yucatán mencionan al “Club Leones y Holding Promonitorio Yucateco S.A. de C.V.”, por citar dos. 

 

Edición: Laura Espejo


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