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Comunidad de voces

Álvaro Baltazar Chanona Iza exhibe su poemario 'Tribulaciones de un fariseo'
Foto: Fernando Eloy

Sobran razones para creer que las palabras son escasas para referir las iniquidades que la humanidad abulta, soberbia e insensible, en el vientre de su historia. El motor de las utopías y una fuente incesante de desasosiego enmarcan el deseo de aliviar el dolor que es propio y es ajeno dentro de la zona en que los límites deponen su faz engañosa. Pero hay una fibra subjetiva que recorre la expresión poética y vislumbra lo que el ojo timorato se niega a mirar, descubriendo matices que transmiten el vigor suficiente para nombrar, con acierto de analogía, el patrimonio vasto y reparador inscrito en el murmullo que presta voz a la lucidez imperiosa.

Al abrevar de las fuentes que conectan las vastas regiones del cosmos, el poeta aquilata los rasgos que proyectan su plenitud con sutileza y gozo espontáneo, sin ignorar aquellos que la fracturan con punzante ferocidad. La carga invasora del dolor es proporcional a los alcances de la conciencia que vulnera porque divide sus fuerzas, ensombrece sus vuelos y fatiga sus ritmos. Cuando un creador ejerce su oficio se desdobla en las voces latentes que aloja el sustrato de su obra. Cada una de ellas se hace escuchar como un pasaje de existencia plasmado en formas de lenguaje, pero la esencia en que se sustentan permanece fiel a las crispaciones que la llevan a ver la luz en los significados con que el mundo expande y retiene los elementos de la cultura, sin despojar de ellos la emoción de sus moldes originarios.

El dramatismo de los cuadros que Álvaro Baltazar Chanona Iza exhibe en su poemario Tribulaciones de un fariseo (México, Editorial Cisnegro, 2022) concuerda con una asimilación profunda del sufrimiento infligido al prójimo, sin recurrir a un montaje escénico dispuesto a tender un sudario de artificio. La potencia inicua que disemina horror y duelo en Medio Oriente, y la fuerza ciega que rebaja el sentido humanitario en los campos de exterminio, marcados radicalmente en la memoria, son indicios de una recurrente esterilidad de sentimiento pero también del impulso creador que puede regenerarse y florecer a pesar de las impulsos destructivos que dominan los más oscuros tramos de la historia.

La poesía se nutre de estímulos cambiantes que logra recrear y sugerir, y por ello transporta connotaciones que expanden la visión de sus lectores. Aunque los estudios filológicos cumplen un papel importante para comprender el contexto que envuelve una obra, resulta pretencioso atribuir un sentido unívoco al nudo de construcciones verbales que la conforman. Esto queda claro al aproximarse a un libro cuyo fondo se insinúa en un ejercicio intuitivo nacido en un territorio hacia el que la razón puede aventurar conjeturas, pero no procurar respuestas definitivas a las interrogantes que surgen desde un orden que le es ajeno.

La experiencia poética ensancha las percepciones cotidianas filtrando destellos de realidad total, fertiliza la mirada dirigiéndola hacia los aspectos gozosos de la vida sin omitir sus pasajes de angustia, integrándolos más allá de las dicotomías que el juicio determina para fijar los límites de las convenciones dadas; fuera de ellos, el ser teje asociaciones frescas que lo incitan a columbrar lo incógnito siquiera en sus reflejos más débiles, sin privarse por ello de su carga promisoria.

La persuasión lírica entraña un arte de combinaciones sorprendentes en que el autor conoce lo que entrega pero no puede anticipar del todo el modo en que será recibida su obra, porque su sentido le pertenece de manera restringida: una vez que ha visto la luz, vuela ligero para instaurarse en los mundos que fecunda, antes de sumar lazos con la perspectiva lectora en que se ramifica de manera imperceptible hasta aflorar en momentos de serenidad introspectiva, abonando incluso las rutas de mayor abatimiento.

Cuando es de cuño genuino, la poesía proyecta impulsos sustanciales hacia una esfera en que el principio de individualidad se diluye en un estado nuevo, fundando un patrimonio universal y ampliando la conciencia ordinaria del mundo para franquear emociones alineadas con el equilibrio y la armonía; aun cuando la crudeza de contenido acoja un peso decisivo en el desarrollo del texto, el mundo que representa y los procesos que lo transfiguran sin cesar concurren para enriquecer el efecto integral de sus manifestaciones.

En cada poemario recién brotado y en cada pluma que se deja envolver en la acción del fuego transformador que modela la apreciación del devenir, queda el registro del tiempo íntimo que, sin competir con marcos convencionales y rigideces establecidas, tan sólo atemperando sus fórmulas estrechas, honra con sus frutos la voz y el brillo sensible del flujo vital, puesto frente a ellos hasta cuajar en el núcleo de los valores que dialogan con la autenticidad.

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Edición: Ana Ordaz


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