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Cambiar el mundo desde la gráfica

Toledo jamás trasladó a su estilo o temáticas una posición política
Foto: Facebook @IAGOmx

Fernando Gálvez de Aguinaga

Son las once de la noche, estoy en la biblioteca del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca revisando libros de Picasso para una exposición, debe ser el año 2005. Por un momento salgo de la sala de lecturas hacia mi oficina y cuando regreso Toledo está parado ahí, hojeando alguno de los libros que he dejado en la mesa. “¿Cuál es la lista de obra?” –pregunta-. Rápidamente, revisa las imágenes y se trepa a la escalera para bajar diversos libros de los estantes más altos. Toledo sabía todo sobre historia de la gráfica y las diversas técnicas de la estampa, nunca sus comentarios me impusieron un cambio en alguna curaduría, pero sus aportes mostrándome determinadas imágenes, recomendándome una lectura o simplemente opinando frente a las obras en el proceso de montaje, abrieron siempre una lectura renovada del artista, de la exposición misma o de una pieza que se enriquecía con la suma de otra obra que hacía traer de la inmensa colección de más de 30 mil piezas con que contaba entonces el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Toledo me contaba que tenía apenas dieciséis años cuando empezó su aprendizaje del grabado con Arturo García Bustos, quien era miembro del Taller de la Gráfica Popular y qué había llegado a fundar el taller de grabado de la Escuela de Bellas Artes en la ciudad de Oaxaca. Desde entonces, el grabado atravesaba toda su carrera y su vida, como lo demuestra esta exposición, exploró todas las posibilidades y técnicas, inclusive se atrevió a realizar series de gráfica digital, como en la serie de Bizancio donde utilizó el escáner para terminar de unificar las imágenes cuya matriz originaria son collages de recortes de libros y revistas de arte. 

Toledo, siempre interesado en la construcción de un mundo más justo, jamás trasladó a su estilo o temáticas una posición política evidente como la del nacionalismo artístico, corrientes del arte que, sin embargo, le fascinaban y, cada año, pedía que el IAGO tuviese al menos una exposición de alguno de los miembros del Taller de la Gráfica Popular que no se hubiese expuesto, por ejemplo, la última exposición que dejé hecha para el IAGO fue la de Elisabeth Catlet, la maravillosa artista afroamericana, luchadora de los derechos de los pueblos negros en Estados Unidos y en México. (El único conjunto abiertamente político de Toledo fueron las cerámicas de Duelo, dedicadas a los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa). 

Toledo solía comenzar sus días en el taller de grabado desde las siete u ocho de la mañana, a las nueve y media ya estaba revisando proyectos. Muchas veces, mientras atendía llamadas, tenía una placa metálica a la que seguía rayando con un punzón. Su gusto por trabajar diversos estados de una imagen gráfica se reflejaba también en el ordenado desarrollo de sus ideas; por ejemplo, partía de su gusto estético y su amor por las plantas colocando macetas con especímenes vegetales que dan una personalidad única a sus casas y centros culturales. De ahí pasó a diseñar jardines preciosos, como el efímero Jardín de las Delicias, para al final impulsar un jardín etnobotánico dónde se estudian los usos artesanales, gastronómicos, medicinales, rituales y constructivos de las plantas en las diversas naciones indígenas que se asientan en Oaxaca. 

La biblioteca nutría de referentes o información una serie sobre la esclavitud; publicaba un libro encargado a una historiadora sobre los orígenes africanos de los esclavos que llegaron a Oaxaca; llevaba a un extremo la serie identificándose con los esclavos al sacarse radiografías con grilletes en los pies y luego trasladar esa imagen en transfer hacia un grabado en metal; en el cine club el pochote o en el propio IAGO se proyectaba una película o un documental donde se hablaba de la esclavitud; se hacían exposiciones de los pueblos afrodescendientes en el Centro Fotográfico Álvarez Bravo o en el Centro de las Artes San Agustín. Y el grabado siempre renovaba el tema, nunca abandonaba su estética y su fantasía visual, de tal suerte que hasta en los más politizados de sus trabajos, no había esta posición hasta panfletaria que tuvieron muchas de las imágenes del nacionalismo artístico. 

Y, sin embargo, Toledo cambió la escena cultural de Oaxaca y de México con el eje de grabado y el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca como su matriz desde la que se multiplicaba el arte, la justicia, la ecología y las ideas más interesantes y nobles. 

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Edición: Estefanía Cardeña


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