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Foto: Jusaeri

Después de la marcha del domingo 27 de noviembre, me resulta inevitable dedicar algunas líneas a lo que se me ha ido transformando en una confusión cotidiana. En un intento vago por explicarnos qué ha querido decir con “humanismo mexicano”, el presidente se ubica como portavoz de la “izquierda nacional”. Pero ¿realmente el movimiento que encabeza representa la “izquierda”? O más bien, como siempre ha sucedido, hay múltiples “izquierdas” incapaces de generar una propuesta congruente y eficaz. Aunque cada vez entiendo menos este asunto, creo que es una discusión que habrá que poner, una vez más, sobre la mesa, en el ánimo de desalentar simplificaciones maniqueas, que reducen a dos la diversidad de visiones del mundo y el futuro.

A fines del siglo XVIII, cuando los franceses impusieron al rey el establecimiento de un parlamento, y nombraron representantes de los diferentes estamentos sociales, se reunieron en el frontón de París y organizaron el salón de manera que quedaban, a la derecha de la representación del trono, los delegados del clero y la nobleza; y a la izquierda, los que representaban al pueblo llano y a los burgueses. En adelante, al menos en lo que llamamos occidente, nos hemos quedado con la idea de que la derecha la constituyen los oligarcas, las iglesias, los empresarios, y quienes dependen de esos intereses, frecuentemente tildados de conservadores; y la izquierda (liberal, libertaria y progresista) está conformada por quienes anteponen el interés público a los intereses privados, y pugnan por restar privilegios a los dueños del dinero y los medios de producción. Hasta este punto, todo parece muy claro. Pero aquí y ahora, en este México del siglo XXI, la cosa política es un mar de confusiones.

Por ejemplo, en el estado de Quintana Roo acaba de terminar una administración encabezada por un gobernador que quiso primero ser candidato del PRI (¿centro, o partido sin ideología?). Como no obtuvo la candidatura, se mudó al PAN (tradicionalmente considerado como un partido “de la derecha”). Este instituto político, a sabiendas de que sólo no podría ganar la gubernatura, estableció una alianza con el PRD (dizque de izquierda, aunque desde la 4T se le acusa de conservadurismo), y con el PVEM, que ni es partido, ni es verde, ni es ecologista, y quizá ni siquiera mexicano. ¿Fue entonces Carlos Joaquín un gobernador conservador, o de izquierda? No está claro. Lo que sí resulta innegable es que, gracias a su actitud ante el Tren Maya, y quizá también al papel que jugó en el reciente triunfo de Morena, obtuvo del gobierno federal la embajada de México en Canadá.

En nuestra peculiar versión mexicana de la democracia, hoy domina el escenario Morena, el Movimiento de Renovación Nacional, que es movimiento cuando le conviene, y partido cuando se trata de procesos electorales, presencia en los poderes de la unión, o acceso al financiamiento público. Este organismo tiene una sola voz: la del presidente de la república, que traduce en consignas de fácil memoria, buenas para la repetición, la pancarta y el grito en concentraciones de masas. Así, lo que dice el Gran Timonel se reitera con alegría irreflexiva, o se convierte en insulto, como cuando dice neoliberal, y lo torna de corriente de pensamiento político a denuesto equivalente a traidor y corrupto. Otra característica central a nuestra idea de democracia consiste en la visión miope de que en democracia decide siempre la mayoría (como no se cansa de repetir el presidente, con un estilo didáctico propio de la escuela elemental, lo que demuestra en qué concepto tiene a sus seguidores, democracia viene de demos pueblo, y Kratos, gobierno).

Una real democracia reconoce la legítima existencia de todas las minorías, y construye decisiones mediante una difícil urdimbre de consensos, elaborada a partir del reconocimiento del derecho y el saber de los otros, de la tolerancia y la solidaridad, de la confrontación dialéctica de pensamientos dispares, y del reconocimiento de la diversidad como un valor de resiliencia social. Nada más ajeno a la democracia que la división del “conmigo o contra mí”. Esta sí que es una actitud irresponsable, sobre todo cuando forma parte medular del discurso del jefe de estado, que un día sí y otro también promueve la división, la intolerancia y el odio, y con sus permanentes insultos y descalificaciones promueve y condona la agresión y la violencia. A fines de 2022, dudo mucho que enmiende el rumbo. Más bien, preparémonos para mayores rechazos, más hondos resentimientos, más gritos y cada vez menos razones.

En mi opinión, y a la luz de lo dicho, el presidente no es una persona “de izquierda”, y Morena no es un instituto político “de izquierda”. De hecho, en el México del siglo XXI, la izquierda no se encuentra en el mundo de los partidos políticos: la izquierda de veras, la tolerante y libertaria, diversa y progresista no cabe en los partidos políticos que hoy tienen tomada por asalto la cosa política nacional.

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Lea, del mismo autor:  Negacionismo en los hechos


Edición: Estefanía Cardeña


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