Mi más compulsivo amor

Ensayé en mi mente un número considerable de veces cómo empezar este texto. Podría haber sido alguna de las ideas astutas de Irene Vallejo cuando habla del infinito en un junco, o regresar a Macondo donde las historias se extienden como acordeón. 

Ninguno de esos inicios hacía honor a la necesaria presencia luego de una ausencia que me enlutó durante casi tres años. Por contingencia pandémica, los espacios públicos donde bibliófilos asistimos a festejar nuestro compulsivo amor se virtualizaron, se volvieron híbridos o se apagaron. Las visitas a las librerías virtuales fulminaban la opción del hallazgo y si no fuera por Anna de La Meiga o Daniella de Leídos.mx me hubiera pasado casi tres años sin hablar de libros con las personas que los distribuyen.

El primer fin de semana de diciembre rompí mi ayuno, como ávido bibliófago acudí por primera vez en mi vida al almuerzo con el plato más grande de todos, la Feria del Libro de Guadalajara. Sentí el cansancio de la peregrinación, el final de año me alcanzó con una avalancha de trabajo, pero llegó el día, a mis casi 35 años, de conocer un lugar del que no querría salir nunca.

Para el ojo inexperto podría parecer un simple acto de acumulación, salir cada tarde de la expo Guadalajara con la mochila llena de libros y un morral colgando del hombro, caminar algunos kilómetros dentro de un centro de convenciones para conseguir otro objeto novedoso que apilar sobre una pila ya bastante alta, o acomodar en un librero una belleza incalculable. Pero para nosotrxs es la búsqueda del tesoro pirata, ese libro que jamás encontrarías en otro lugar si no fuera por la feria.

La FIL, para los neófitos como yo, parece infinita y abrumadora, más de 2 mil editoriales, área nacional, internacional y para infancias, oleadas de personas entrando y yo llegando en la víspera de la venta nocturna. Abrumado y oteando el horizonte, vi mi primera compra, Pluriverso, un diccionario del posdesarrollo, un libro que llevaba dos años queriendo tener en físico sin importar su costo, pero la editorial ecologista sólo imprimía bajo demanda y del otro lado de la mar océano. Por fin lo hallé en un proyecto profundamente evocador, U-tópicas: una librería feminista del centro de México que tiene tantas joyas que no pudieron traer todas a la feria.

Las corrientes humanas se parecen a las marinas, y es difícil navegar si no tienes norte, por fortuna tuvimos un primer encuentro con Itzel, una amiga de hace años que desde su mirada internacionalista busca autorxs de diferentes latitudes. Por ella llegamos al mezcal que estaban obsequiando en editorial Almadía mientras te asomabas en su hermoso catálogo. Segunda compra, cuatro ejemplares de narrativa y uno de ensayo.

El día dos tuvo un cenit con Vivian Mansour y su presentación de libro, pero esa historia la guardaré para dentro de unos días en mi Invitación a la lectura de diciembre. La familiaridad se había empezado a presentar y eso nos empujó hacia Volcana, lugar común, donde Mikel contestó algunas de mis preguntas. Aunque no tenía en la feria los libros que buscaba, me reviró la pregunta con la duda de si ya nos habíamos conocido, me sorprendió su memoria porque hace varios meses estuve en la ciudad de México en la librería y platicamos por primera vez. El día dos cerró con un volumen similar, siete nuevos libros se sumaban a los ocho del día anterior.

El último día empezó fuerte con las compas de autonomías editoriales, proyecto que sigo por Instagram a través de OnA ediciones. Platicamos un ratito y vimos todos sus libros, la verdad es que a la distancia conocía un poco el proyecto y ya me siento fan de su trabajo por lo que adquirí algunos libros más para mi colección. Esto provocó un ritual que me parece maravilloso ver en una librera: la persinada. Después nos fuimos al rincón colombiano, de donde también se me quedaron algunos libros atorados en la mochila, pero antes de irnos de ahí una de las compas de OnA me alcanzó y me dijo que Yásnaya había dejado unos libros para lxs mejores compradorxs. Mi primera lectura de la FIL de pasta a pasta fue Poom, un libro infantil que recién se presenta de la propia Yásnaya Elena A. Gil.

Cerramos este texto con un combo de encuentros familiares, mi amiga Andy, la mamá cósmica, con quien descubrí tanto en común que unas carnitas y una chela no fueron suficientes para ponernos al día. A Lucía con quien, a pesar de vernos por segunda vez en la vida, nos abrazamos y chismeamos con tanta familiaridad que parecía que habíamos pasado horas y horas juntes por años, y cierro este texto con el buen Rafa de Sexto Piso. Nos conocimos hace algunas ediciones de la Filey a través del buen David, que ya no trabaja con ellos, y nos descubrimos conversando de libros y de ferias cada año desde aquella vez.

Con Rafa nos despedimos diferente, nos vemos pronto, corroboramos tener los números telefónicos de cada quien y quedamos que del 11 al 19 de marzo estaremos pendientes. Por fin, habitar los espacios de bibliófilos y bibliófagos de nuevo se siente como estar arropado para enfrentar la tormenta, y el calor de las voces, los encuentros y los abrazos ayudan a que la soledad de la lectura esté cada vez más acompañada.

@RuloZetaka

Lea, del mismo autor: La responsabilidad de nuestra voz

Edición: Estefanía Cardeña