El futbol mexicano y la teoría de los campos (2)

En México, el campo de lo futbolístico está decisivamente inmerso en el campo de las industrias del entretenimiento, por lo que su vínculo con las dos grandes televisoras nacionales marca las relaciones de fuerza al interior del campo, mismas que se ven matizadas por lo que sucede a nivel internacional, donde empresas transnacionales como ESPN han establecido contratos a nivel global para la transmisión de partidos, generando un conflicto con las televisoras mexicanas.

El campo del futbol mexicano está configurado por un conjunto de agentes más o menos identificables entre los que el lugar central (aunque no hegemónico) lo ocupan los jugadores. Complementariamente, vemos cómo aparecen otros actores como los entrenadores, los dueños de las franquicias, los directivos de las mismas, la federación que agrupa a los equipos, organiza los torneos y determina las estrategias generales de comercialización, las televisoras locales, las televisoras transnacionales, las confederaciones internacionales regionales y globales, los patrocinadores, los representantes de los jugadores, los intermediarios o promotores de jugadores y entrenadores, los medios impresos y digitales de comunicación, los comentaristas y narradores, las llamadas “barras”, los aficionados e incluso los espacios de recepción como son los bares y restaurantes en los que se puede presenciar algún partido y, más recientemente, las casas de apuestas.

Todos estos actores tienen una relación conflictiva en mayor o menor grado, pues son parte de un juego de fuerzas e intereses determinados por la cantidad de capital simbólico que posee cada uno de ellos, factor que les permite moverse con mayor o menor independencia al interior del campo y tener mejores posiciones en él.

Así, por ejemplo, entre los jugadores hay algunos que tienen una mayor cantidad de capital simbólico en relación con otros, y ello lo determina, por ejemplo, la posición que ocupan en la cancha: un centro delantero goleador tiene mayor cantidad de capital simbólico que un defensa lateral, por muy bueno que éste sea. Lo mismo sucede con los equipos: en nuestro país, por ejemplo, América, Cruz Azul y Chivas son los llamados “equipos grandes” y en los últimos años Monterrey y Tigres se han acercado a ellos, aunque todavía no tienen el suficiente capital simbólico (campeonatos, prestigio internacional, palmarés histórico, récords, popularidad, etc.) de los primeros. 

El campo, sin embargo, tiene un actor fundamental sin cuya acción resultaría insostenible: el aficionado que varias tardes a la semana se planta frente al televisor o acude al estadio para ver algún partido. Elemento pasivo del campo, el aficionado es, sin embargo, ese factor por cuya lealtad el campo se sustenta a grado tal que el futbol mexicano se ha convertido en un producto de exportación, no tanto por su calidad, sino porque el futbol tiene también una dimensión cultural que ha sido magníficamente aprovechada para la comercialización de ese deporte entre los migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos.

Con todo, y a pesar de que sin el aficionado todo el campo futbolístico perdería sentido, este agente es el que tiene la menor cantidad de capital simbólico y por ello su capacidad de influir en el campo es prácticamente nula, salvo en circunstancias extremas como la que ahora se vive en el futbol mexicano y donde el único agente del campo que tiene la potencialidad de modificarlo es justamente el espectador.

Inmerso en una red de intereses comerciales y políticos, el futbol mundial ha pospuesto en mayor o menor grado lo estrictamente deportivo en aras del lucro más abyecto. Esta tendencia, sin embargo, logra equilibrarse dramáticamente a través del desarrollo de jugadores, actividad que en muchos países se constituye en un elemento importante del campo pues muchos de esos jugadores terminan vendiéndose a los equipos que cuentan con suficientes recursos económicos para adquirirlos. El caso de México, sin embargo, es distinto pues no es un país exportador de jugadores y en los últimos años se ha convertido en un cliente muy importante del mercado sudamericano. 

Y es que la vertiente económica más relevante del futbol de nuestro país está en su simbiosis con las televisoras comerciales de alcance nacional (Televisa y TV Azteca), las cuales comercializan la transmisión de partidos tanto de equipos de la liga local como de la Selección Nacional, y poco a poco se han convertido en los agentes con mayor capital simbólico en el futbol nacional, lo que los pone en una posición de privilegio para decidir los destinos de ese deporte en nuestro país.

La fuerza de las televisoras y la debilidad de un aficionado acrítico y dispuesto a consumir la basura que se le ponga enfrente han llevado al futbol nacional a una crisis de proporciones mayúsculas, misma que a veces se oculta en la impericia de un entrenador, en el fallo circunstancial de algún jugador a la hora decisiva, en una mala decisión arbitral o simplemente en la mala suerte, cubriendo así con una cortina de humo el hecho de que los agentes con mayor capital simbólico en el campo se han llenado los bolsillos sin atender la calidad del producto que nos venden y sin ninguna consideración para con el espectador. (Continuará…)

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Edición: Estefanía Cardeña