Relato de cinco náufragos

Los personajes y hechos narrados en este artículo son completamente reales. Cualquier parecido con personajes de ficción, actuales o pasados, o con hechos literarios es pura coincidencia. 

Este es el relato de cinco náufragos que estuvieron cuarenta y seis días a la deriva en un barco, comiendo tripas de pescados, patos asados con un encendedor y bebiendo agua de lluvia, sucia y con sarro; que escribieron en la inmensidad del Golfo sus testamentos y regresaron a Progreso sin pena ni gloria, pero felices. 

La historia comienza el 23 de octubre, cuando la embarcación Máximo Emanuel zarpó de Progreso. Estaba tripulada por Francisco Javier Valerio Herrera, patrón de la nave; Juan Bautista Viana Ramos, Adrián Aké Yáñez, Wilbert Hidalgo Mantul y Gerardo Manuel Félix García. El barco, matrícula 3101173523-5, tiene 36 pies de eslora; es decir, el espacio de casi once metros, un universo de cinco.

La suerte torció el plan inicial de estos hombres, que era regresar a tierra firme dos semanas después, es decir, el 7 de noviembre, cargados de canané y deseos atrasados. Un desperfecto en los motores los puso a merced del rencoroso Golfo, que los sacó a bailar en su inmensa, turbulenta pista. 

Antes de ser hallados, más de mes y medio después, a cientos de millas náuticas de Progreso, la última noticia que se tuvo de ellos fue el 7 u 8 de noviembre, cuando otros pescadores vieron a la embarcación al sur de la isla Triángulos, Campeche. A partir de entonces y hasta el 8 de diciembre, el silencio fue la única noticia que se tuvo de los pescadores; un silencio insoportable. 

El día de la Inmaculada Concepción, según recogen crónicas periodísticas, los náufragos fueron ubicados a 30 kilómetros de las costas de La Pesca, en el lejanísimo Tamaulipas, por un barco camaronero con el nombre de Seferino, capitaneado por Luis Alfredo Pedrero. 

Este viejo lobo de mar remolcó al maltrecho Máximo Emanuel 8 kilómetros más a la playa y allí fue ayudado por los pescadores José de Jesús González Badillo, conocido por su espiritiflaútico porte como El flaco de la marina, y un pariente suyo, de apellidos Reyes Badillo pero al que todos conocen como El negro almejas.

“Cuando ya veníamos a tierra de inmediato le llamé a mi esposa que hiciera comida para mucha gente; somos personas hospitalarias”, expresó el seco Jesús González. Los náufragos comieron como náufragos, intentando borrar de la memoria de sus papilas las entrañas de pescados y las plumas de patos cocinados con encendedor que se tragaron durante su travesía en ese purgatorio más verde que azul. Al terminar de comer y comprobar la hospitalidad de la familia del flaco, brindaron por “este 2023”; creían que ya era enero. 

De lo que pasó en la mar brava sólo se tienen sus versiones, intoxicadas por el hambre, la sed y el miedo a morir. Por ejemplo, en el éxtasis del rescate Gerardo Manuel Félix García declaró al periódico Expreso, de Tamaulipas, que la fe se le extravió en el Golfo. Antes, relató: “Hice una carta pidiendo perdón a mi mamá diciéndole ‘mamá como quisiera ahorita tarde un abrazo, perdonas por todo lo que te he dicho, por lo mal que te he contestado’ y pensé en mi hija de 12 años”.

Aun sintiendo la marea en tierra firme y empachado de almejas, Wilbert Hidalgo Mantul, entrevistado también por el corresponsal del Expreso, relató que sus compañeros y él “dormíamos pocas horas porque que el bote estaba haciendo agua y teníamos que estar sacándola”. La electricidad no funcionaba, y en oscurísimas noches prendían enclenques antorchas para llamar la atención de trasatlánticos, esfuerzo estéril, ya que sólo eran luciérnagas en una noche inmensa. 

Con las lágrimas secas de los deshidratados reconoció Hidalgo Mantul que estaba vivo por la pericia del capitán Francisco Gaspar Herrera Valerio. En las pocas crónicas de medios locales que se publicaron sobre este naufragio se asegura que estos cinco hombres “afrontaron enormes olas y, por lo menos, dos fuertes tormentas que estuvieron a punto de hundir la embarcación, además de una intensa oscuridad nocturna”.

Según cálculos posteriores, fueron mil 116 kilómetros los que recorrió el bote Máximo Emanuel, de Progreso a La Pesca, en su zigzagueante travesía: el azar no conoce de destinos directos ni de líneas rectas. Para no adentrarse a altamar, el patrón utilizó una raída lona como vela y “de manera hechiza un timón para desviar el barco y seguir en el Golfo”. Evitó así el capitán un oscuro mar con una profundidad de más de dos mil metros; un abismo donde no penetra la luz esperanza. 

La tripulación del Máximo Emanuel tuvo una segunda oportunidad; “volvieron a nacer”, consideró Wenceslao Salinas García, capitán de Puerto de La Pesca. Y lo celebrarán Francisco Javier Valerio Herrera, Juan Bautista Viana Ramos, Adrián Aké Yáñez, Wilbert Hidalgo Mantul y Gerardo Manuel Félix García esta navidad, con sus familias. Sólo eso desean en estos momentos. ¿Qué mejor regalo puede haber que la certeza devuelta de envejecer con los tuyos?

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Edición: Estefanía Cardeña