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Celebrar con trascendencia

''Feliz Navidad y un próspero año nuevo''
Foto: Ap

Por algún motivo incierto la palabra Navidad está dejando de usarse públicamente. No resulta extraño encontrar una película de una productora abiertamente cristiana a la que, doblada al español, obliga a los actores a pronunciar “las fiestas”. También llegan felicitaciones oficiales con esas palabras; incluso una proviene de un centro público de investigación en antropología social. El impulso es creer que la moda es economizar caracteres y agrupar los festejos por Navidad y Año Nuevo, cuando hace menos de una década lo común era desear felicidad para la primera y prosperidad en el segundo, enunciando “Feliz Navidad y un próspero año nuevo”.

Precisamente resulta extraño el deseo de “felices fiestas” en un programa de posgrado en antropología social; por más laico que se quiera ser, la religiosidad, la migración y la pobreza suelen ser sus temas de estudio, como si la institución ya estuviera deshumanizada; lo suficiente para darle la razón a la embestida del Conacyt al mundo académico.

La percepción es compartida: entre las publicaciones que se reciben en un grupo de WhatsApp, alguien ha documentado la inexistencia de nacimientos en el decorado navideño que el ayuntamiento de Mérida ha concesionado a diversas empresas. Abundan santacloses, duendes, renos, bastones de dulce, pero ninguna referencia a la Navidad. El único belén instalado está precisamente en la Plaza de la Independencia, y fue puesto precisamente por el ayuntamiento.

Mientras, recorriendo Mérida, se observa en algunas colonias que algunos vecinos hacen una muy significativa manifestación, al colocar en sus fachadas lonas con distintos diseños y más o menos el mismo mensaje: el motivo de la Navidad es el nacimiento de Jesús; una festividad cristiana. La expresión vecinal, por supuesto, tiene relación con el proyecto que en las próximas semanas deberá discutir la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sobre la validez de colocar nacimientos como parte de la decoración de la temporada navideña, por parte de cualquier autoridad.

Guerra de largo aliento, por los símbolos implicados; es una larga disputa por el control del lenguaje político. De hecho, ya son varios siglos en los que alguna corriente intenta quitarle la religión a la Navidad. La misma Canción de Navidad, de Charles Dickens, nunca menciona el aspecto religioso en las visiones de Ebenezer Scrooge; únicamente un pasado de cierta alegría por las reuniones con música, o esboza la voluntad por auxiliar al prójimo como parte del espíritu de la época. Dickens es el creador de las fiestas a la anglosajona: regalos, música alegre, comilonas, reuniones entre familiares y amigos, una temporada para el altruismo; pero la convierte en una fiesta de origen incierto, en un ritual asociado al cambio de estación.

No deja de ser curioso que el cuento Cómo el Grinch robó la Navidad, convertido también en película, sea una crítica a ese festejo, llegando al mensaje de que la Navidad es más que compras, bullicio, regalos y adornos, tenga también origen anglosajón. Antes, Hans Christian Andersen había sido demoledor con el materialismo que había alcanzado la festividad, que había vuelto a la sociedad insensible, dedicada a celebrar con grandes comilonas y presentes, pero incapaz de voltear a ver a una niñita vendedora de cerillos.

Pero, ¿qué implica sacar la religión de la Navidad, dejándola en “las fiestas”? Hacer festejos excluyentes, clasistas, de comunidades cerradas. Es querer quitarle su función -ésta sí, religiosa por completo- de conmemorar el nacimiento de un niño, hijo de migrantes excluidos de los lugares de albergue, alumbrado en condiciones antihigiénicas, entre animales y muy seguramente sus heces, y perseguido desde ese momento por los poderosos. Un niño que, ya adulto, llamaba a los olvidados por judíos y romanos, extendió su predicación a las mujeres y compartió la mesa con los “impuros” publicanos.

Es entendible que el mundo político, tanto de izquierdas como de derechas, prefiera no recordar. Ninguno ha ofrecido una solución exitosa a quienes han sido excluidos, desposeídos. Unos pretenden levantar muros, otros hablan de incluir, pero siguen dejando en la indefensión a muchos. ¿Quién puede ver una repetición de la Sagrada Familia en las embarazadas que han atravesado el país desde Venezuela, Guatemala, El Salvador, Haití, para terminar acampando en las proximidades de la frontera con Texas? Pareciera que el mundo no. Una encuesta de YouGov, realizada en 2021, indica que seis de cada diez europeos, en una muestra tomada en Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España, Polonia, Bélgica, Suecia, Hungría y Suiza, considera que su país y la Unión Europea han permitido una inmigración mayor a la debida, y casi la mitad opina que deberían levantar muros fronterizos. Las políticas migratorias de Estados Unidos y el cálculo político con que se maneja su congreso muestran que las vidas humanas valen menos que los tiempos electorales.

Claro, se sigue viendo con desconfianza al que llega pobre, huyendo de la miseria y también de modernos Herodes vestidos de policías, guardias nacionales, agentes de migración, o polleros, narcos; incluso hasta del que llega de otra localidad, el fuereño que trae costumbres distintas, y que seguramente no será invitado a la posada del vecindario. Gracias a Dios son ellos y no tú, reclama Bob Geldof en Do they know it’s Christmas.

Y a fin de cuentas, la Navidad simboliza que en un tiempo de caos, la esperanza volverá a nacer, ahí en los lugares olvidados y heridos, y llamará a quienes han sido desplazados, ignorados. Mientras, opto por desear ¡Feliz Navidad!, y si me deseas feliz Hanukka, o solsticio de invierno, entenderé que, en lugar de fiestas huecas, me deseas trascendencia, significado en la celebración. 

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Edición: Ana Ordaz


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