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Risa, sarcasmo y tragedia: Una tríada inesperada

Invitación a la lectura de 'Los otros siempre tienen la razón'
Foto: Rulo Zetaka

Esta es una de esas lecturas que se aparece por la insinuación de la portada. Durante la Feria del Libro de Guadalajara visité el stand de la editorial colombiana Rey Naranjo, que desde hace algunos años le tengo aprecio y de quienes tengo algunos libros en mi colección. Entre la selección que llevaron a la FIL 2022 vi a una autora desconocida con una portada que anticipaba cuentos y que, con el título, sentí que podría empatizar en algunos momentos de mi vida. 

Los otros siempre tienen la razón (2019, Rey Naranjo) es un libro de Natalia Maya que nos presenta nueve relatos breves ambientados en Medellín de finales del siglo XX. Cuando me adentré en la lectura me imaginaba que esa ciudad me iba a parecer distante, alejada o difusa pues nunca he estado cerca de ella, pero recordé algunos detalles de un compañero de estudios de hace unos años que nació ahí. El resto del contexto fue mucho más sencillo de comprender: En un país como el que habitamos, es difícil no imaginarse contextos violentos, abusos de sustancias o casas habitadas colectivamente por personas que huyen de sus problemas.

Las protagonistas, casi todas mujeres, transitan diferentes momentos de su vida, muchas en la juventud rodeadas de otras mujeres ya ancianas, pero algunas salen de ese molde presentándonos también miradas de infancia. Aun los protagonistas masculinos tienen cerca a mujeres que afectan su realidad y se integran de manera profunda en la narrativa. En este libro acompañamos a una autora que parece observar detalles de un mosaico vivo que, para el ojo poco experimentado, estarían en los márgenes.

Si hay algo que me encantó fue el manejo de las personas que parecen emocionalmente rotas, ya sea por adicción al alcohol, por explotación en trabajos legales e ilegales o por profundas depresiones. Los personajes caminan y no parecen hundidos, narran el sufrimiento y lo viven con quienes los leemos, pero también anhelan a pesar de su condición, construyen esperanzas en un mundo que se les cae a pedazos y aparentan poder llegar a buen puerto, en algunos casos lo logran y en otros no. Al borde de perder la vida reflexionan sobre el suicidio, desentierran vestigios de vidas pasadas o pierden hasta las nalgas postizas. Eso provoca que extrañamente podamos sonreír y enternecernos detrás del dolor que habitan.

Hay dos cuentos que merecieron una atención especial desde mi punto de vista, el que le da el título al libro y otro que lleva el evocador título de Cementerio de perritos. En el primero la autora retrata a una maestra de artes que, por fin, recibe un trabajo que le parece suficiente y puede acallar las voces siempre presentes de sus tías que le señalan que lo que estudió no sirve para nada. Sin saber que esperar me fui involucrando con la protagonista confiando en que lograra su cometido y ahora, como profe, pensé en todo el estrés de la primera clase en una nueva escuela. Empaticé al punto de preocupación cuando el personaje desvía el camino rumbo al nuevo trabajo y me detuve de golpe. El proceso reflexivo interno del personaje, que pareciera explícito, da un vuelco en ese momento e inesperadamente, va en otra dirección, lo cual me pareció fascinante y espero quien lea este texto también lo disfrute.

El segundo cuento se centra en una solitaria niña que tiene una pérdida y su único refugio son sus dos perritas, el amor y la compañía se narra con una ternura abrumadora cuando todo el mundo alrededor se desbarranca. Aunque al final el relato termina en una carcajada sarcástica, me parece que el camino que lleva a ella es una narración amorosa de los seres que nos acompañan en los momentos más difíciles y que explican nuestra relación con el entorno más cercano, protegiéndonos de la realidad misma.

Leer a Natalia Maya fue una sorpresa tras otra, refresca los temas complejos y nos ayuda concebir cómo protagonizar historias desde lo pequeño. Para un mundo que se oscurece, reírse en la penumbra es un lujo que nos tenemos que dar.

@RuloZetaka

 

Lea, del mismo autor: La distancia más larga entre dos puntos

 

Edición: Estefanía Cardeña


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