La salud de las raíces

Carlos Payán Velver, director fundador de La Jornada, falleció el pasado viernes a los 94 años. Marcado como hombre de izquierda cuando esto era sinónimo de militar en la clandestinidad, de reconocerse en la hoz y el martillo como símbolos de lucha y de entonar La Internacional como inspiración para seguir en la brega del Partido Comunista Mexicano (PCM).

Su idea de periodismo se forjó en el PCM, desde 1958, en la elaboración del periódico El Machete, al cual, tiempo después, cuando se hizo una edición facsimilar de esta publicación, se le añadió el adjetivo ilegal, dado que ese era el carácter tanto del partido como de su órgano de difusión.

Tal pareciera que 1984 fue un año en el cual se dieron las mismas circunstancias actuales. Payán percibió un ambiente en el cual los medios de comunicación, particularmente la prensa, atravesaban un momento contradictorio en el cual se destinaban hartos recursos para producir y transmitir información, pero la comunicación con la sociedad resultaba precaria. La abundancia de información, entonces, no brindaba claridad a la opinión pública, y por el contrario, sí contribuía a la confusión.

La propuesta de Payán, al lanzar el proyecto de La Jornada, fue un periodismo que primero presentó a los lectores lo que consideraba sus causas fundamentales, pero que estuviera integrado en un diario profesionalizado, que reflexionara sobre los problemas de la hora, que combinara los géneros periodísticos en cada edición y que fuera reflejo de los problemas diarios de la población, ajenos a las preocupaciones de la cúpula; una publicación plural, abierta en lo ideológico y lo político, que convocara a las nuevas corrientes de opinión y que fuera profundamente crítico, pero ajeno al desahogo y al ataque personal. A esta oferta la llamó periodismo crítico y democrático.

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A su muerte, la reflexión sobre si el legado de Carlos Payán permanece o ha sufrido alteraciones y pérdidas es obligatoria, tanto para el periódico que él fundó como para los que nos identificamos con el nombre, aunque llevemos un adjetivo o un gentilicio después e incluso hayamos nacido ya en la época de Carmen Lira como directora general de La Jornada.

Porque los tiempos han cambiado. La izquierda en la que inicialmente militó Carlos Payán no es la misma de la que existe hoy, cuando ya ocupa el gobierno. El periodismo, como actividad, podría seguir los mismos principios, pero por momentos también podemos caer en la trampa de buscar la nota que se viralice en lugar del reporte de los hechos; de cerrarnos a voces que resulten contrarias a nuestra forma de pensar. El periodismo es también un acto humano, y como tal está expuesto a fallas que posiblemente no pesen en una edición, pero a la larga conducen a la pérdida de credibilidad.

Sabemos que es imposible satisfacer a todos los lectores, por muchos o pocos que sean; pero cuando la edición deja de conectar con ellos, cuando ya no ofrece una explicación de la realidad cotidiana, se pierde mucho más que el contacto con una persona. La Jornada nació pensando en ser un periódico para sus lectores, pero tampoco son ya los mismos de 1984. Sin embargo, el ideal de ser una publicación por la cual sus lectores puedan sentir hasta cierto cariño sigue estando ahí.

La semilla sembrada heroicamente en 1984 es hoy un árbol frondoso. Seguramente hallaremos ramas torcidas, resecas, puntos en donde las aves han hecho nido y otros animales encuentran el sustento. Requeriremos analizar qué tan saludables y profundas están esas raíces, para que ningún viento tire el árbol, aunque rompa ramas y se lleve hojas. Y esas raíces están en los principios que estableció Carlos Payán. Esperamos honrar su legado.

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Edición: Ana Ordaz