Agua: ¿cuando el destino nos alcance?

Agua, agua en todas partes; ni una gota para beber, reza un verso de La balada del viejo marinero, del estadunidense Samuel Taylor Coleridge; un poema de 1834 que cuestiona la capacidad del ser humano para poner a la naturaleza a su servicio.

El poema, sin embargo, alude a la imposibilidad de beber el agua del mar y no a la calidad del líquido del cual se espera la condición de potable.

El agua, en la península de Yucatán, es un recurso paradójico: suponemos una buena cantidad disponible, pero se encuentra debajo de las piedras. Ningún río o lago interrumpe la superficie, pero cenotes y pozos soportan la vida que se abre paso bajo el ardiente sol.

Los antiguos mayas recurrieron a mecanismos para almacenar el líquido, construyendo chultunes que recibieran el agua de la lluvia. Tras la Conquista, los españoles abrieron pozos y levantaron aljibes para el mismo fin. 

Entre los siglos XVIII y XIX, las estancias maicero -ganaderas no requerían tanto de extensión de terrenos como de acceso al agua. Fue hasta mediados de la centuria decimonónica que la apropiación de tierras dio lugar a las haciendas henequeneras, y que los hacendados atrajeron a los primeros sirvientes garantizándoles espacio para hacer sus milpas y la proximidad de un pozo.

El agua potable, como servicio, entró a Yucatán todavía en los años 60 del siglo pasado, y hoy día todavía existen casas en el centro de Mérida donde opera un pozo o un “medio pozo”, porque éste se comparte con el predio contiguo.

Pero el agua ya no está disponible en la misma cantidad, y eso que las precipitaciones totalmente atípicas de 2020 debieron contribuir a la recarga del acuífero peninsular. Según alerta la agrupación ambientalista Centinelas del Agua, la cantidad del líquido disponible pasó de 5 mil millones de metros cúbicos a 2 mil 500 millones en apenas seis años, entre 2015 y 2020-2021, y esto de acuerdo con datos de la Comisión Nacional del Agua.

Se trata de una reducción importante y de ahí en cuanto a la calidad del agua, de los monitoreos que ha realizado Centinelas del Agua en los 183 sitios de monitoreo, con análisis en laboratorios certificados, se ha encontrado que las tasas de concentración más altas de nutrientes están en la zona urbana de Playa del Carmen, posiblemente a causa de la interconexión domiciliaria al drenaje, es decir, se vierte drenaje al acuífero de manera directa.

Repartir culpas en este momento es inútil. Todavía hace pocas décadas era común que quien encontrara una cueva o cenote en su terreno celebrara como si se hubiera sacado la lotería, porque el hallazgo le permitía omitir la instalación de una fosa séptica en el predio. Aún hay quienes conectan sus baños al mismo pozo de donde extraen el agua para el uso doméstico. Urgen campañas para difundir cómo es realmente el subsuelo peninsular y que el conocimiento permee más que los desechos al manto freático.

Pero las campañas no pueden dirigirse únicamente a los usuarios domésticos. Debe pasarse también a comunidades donde un día se sanea el cenote al que recurre toda la población, pero en menos de una semana está nuevamente lleno de basura. Hablemos también de la agricultura que recurre a herbicidas como el glifosato y además a insecticidas, cuyas partículas han llegado a la leche materna con que se amamanta a una nueva generación, aparte de que terminan afectando a la apicultura de la región, que tiene una producción de alto valor en el mercado internacional.

Resulta imposible pensar en el agua sin ver las implicaciones que tiene en todas las actividades que realizamos diariamente. Hablar de que el acceso a ella como derecho humano es mucho más que asegurar los ocho vasos que supuestamente necesita cada persona al día. Implica también que las autoridades comprometan a los sectores agrícola e industrial a emplear eficientemente el recurso y establecer plantas de saneamiento que eviten la contaminación del acuífero, pero también que funcionen correctamente las que tiene el sector público, junto con las redes de drenaje y las plantas potabilizadoras. Hasta entonces, la tarea está incompleta.

Edición: Laura Espejo