El país se ha politizado más que nunca, todo es la disputa por el poder, la demostración del poder, la descalificación desde, para y por el poder. La tarea de gobierno ha perdido mucho de su sentido administrativo neutral y expandido todo su sentido tribal y de enfrentamiento, no sólo desde los espacios e instancias de gobierno, también desde los medios, el análisis político y la actuación de buena parte de los ciudadanos.
Gobernar, en el sentido más amplio, se ha convertido en el ejercicio más estrecho, uno de suma cero: lo que gana uno, por fuerza lo tiene que perder el otro.
Curiosamente, mientras más ácida se ha vuelto la contienda política, más cortas se han hecho las campañas o -por lo menos- el espacio legal señalado para ellas. En este momento, las campañas electorales y el proselitismo serio y completo en México tienen una duración de apenas 60 días en promedio.
Una sociedad que utiliza la palabra transformación (a favor o en contra) como eufemismo de una micro-guerra-civil-en-cámara-lenta, no le quiere dar espacio a las campañas políticas en forma. Es una contradicción que dice mucho. Las campañas cortas favorecen a quien ya tiene el poder, complican el análisis y contraste serio de propuestas y candidatos, y se vuelven monopolio de los partidos políticos.
Vivimos en tiempos en los que los políticos profesionales dicen que todo está en juego, que se está escribiendo la historia, que las circunstancias son únicas y la coyuntura es trascendental, pero hay un empeño imparable por recortar y acotar el tiempo para decidir. Elecciones importantes y campañas breves, es el veneno que nos proponen.
Campañas brevísimas sólo sirven para que cada uno asuma sus prejuicios e ideas preconcebidas, sin tener tiempo para evaluar con calma y a fondo las cosas. Si nos dicen que la decisión es importante -pero nos dan poco tiempo para tomarla- uno no puede sino producir la decisión más rutinaria e inercial, probablemente decidir en el mismo sentido que en la ocasión previa, nadie se dará espacio para ver las cosas desde un ángulo diferente, para descubrir alternativas o nuevas veredas.
Las campañas cortas, por si fuera poco, erradican también a cualquier candidato ciudadano o actores no surgidos o impulsados desde el poder, pues estos requieren de largas rutas para permear en la sociedad. Obvio, con una nociva excepción: los influencers o celebridades, que en una campaña corta pueden causar sensación sin realmente tener que demostrar conocimiento o capacidad para hacer el trabajo al que aspiran. La brevedad en la decisión democrática lleva al monopolio de los partidos o la frivolidad absoluta.
Así, quien desea, anhela o busca campañas cortas y proselitismo rápido, lo que busca son decisiones apuradas en las que se reflexione poco y se imponga quien tiene la ventaja del poder y el micrófono del púlpito (sin olvidar la cauda de “followers”).
Una característica de la democracia es su avance lento, gradual, agregado. Las democracias nunca tienen prisa. El tiempo es un factor en la democracia, siempre el tiempo largo, reflexivo, sereno; nunca el corto, el bilioso o sensacional.
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