Atrevida Robleda Moguel
Especial: Infancia revisitada
Bien lo decía Saint Exupery en su libro El Principito sobre cómo a los adultos les cuesta trabajo descubrir la profundidad en la sencillez. Ellos no ven: juzgan; no huelen: tasan el precio del perfume; no comen: miden calorías; no abrazan: evitan virus.
El día de los niños y las niñas es todos los días del año y no esa presión mercantil para enmendar culpas de un 30 de abril. Bueno, en realidad, el comercio repartió las fechas en tres: 6 de enero, 30 de abril y 24 de diciembre. ¿Y el resto del año? Los niños quieren jugar, cantar, que les leamos cuentos, que los llevemos a los parques a patear la pelota; a hacer experimentos en la cocina o en el laboratorio del jardín. Quiere que les contemos cómo eran de chiquitos; que les cantemos canciones de cuna mientras les hacemos piojito en la cabeza y entre juego y juego, repasemos las tablas y encendamos el motor de curiosidad con cuentos, acertijos, adivinanzas, rimas y calambures.
Después de tantísimos años con los niños chicos y grandes, algunas preguntas se repiten. La de los jóvenes: ¿Siempre estás contenta? La respuesta es: “hay días grises, pero no pierdo de vista la meta: ¡quiero estar bien!” Los adultos preguntan: “¿Son los niños de antes diferentes a los de ahora?”
La realidad es que los niños, por lo general, son iguales: Esperan que los sorprenda, quieren reír, cantar, soñar, jugar; quieren cercanía. Conforme canto y cuento, los chiquitos se van moviendo hacia el calorcito de mi espacio y al rato debo tener cuidado con los movimientos para no machucar deditos o propiciar chuchulucos con la guitarra.
¿Qué ha cambiado? Antes veníamos en racimos más grandes y de alguna manera nos cuidábamos unos a los otros y nos hacíamos fuertes, “a la fuerza”. Ahora, los hijos únicos, padecen a un grupo de adultos que los sobreprotegen y retrasan el fortalecimiento que ofrece el enfrentar los retos y sus riesgos.
Alguna vez una mamá me dijo: “Es que no quiero que mi hijo se frustre”. Mi respuesta fue: “hay que dejarlo que se frustre y aprenda a desfrustarse, vivimos en un mundo injusto y aprender a hacerlo, le será de gran utilidad”.
Los niños son los mismos, somos los adultos los que los hemos cambiado: “No quiero que sufra lo que yo”. Les damos tabletas desde la cuna para que no se aburran y resulta que no aprenden a observar, a socializar. Perdemos la maravillosa oportunidad de conectarnos, cantándole al bebé, a la hora de amamantar; le pedimos a Alexa que nos supla... ¿Cuándo se forjará la cercanía?
La tecnología les ha robado la tolerancia. Todo es inmediato. Antes tomaba tiempo enviar una carta, esperar la respuesta. Ahora, si algo no es inmediato, les provoca angustia. Solíamos platicar en las comidas, hoy comemos menos veces juntos; el lenguaje no tiene espacios para desarrollarse, para aprender a expresarse
Las fiestas familiares eran laboratorios para descubrir talentos, irlos desarrollando y perderle el miedo al público. Y es así, como el tío fulanito, después de dos jaiboles, le daba por recitar, la tía menganita era la reina del rock & roll y les enseñaba a los sobrinos; el primo Pepito, era el de los chistes colorados y así, uno por uno iba teniendo su momento de reflectores y descubrimiento de sus fortalezas.
Ahora, nadie ofrece su casa, los restaurantes son las mejores opciones, donde los grandes compiten con sus logros y los chicos, disfrutan los celulares de sus papás “para que no den guerra”.
Mi niña está viva. Me regala curiosidad para seguir buscando, creando, reinventando; para relacionarme y volver a creer. Valor para transformar lo que llamarían fracaso por un: “Descubrí que no era por aquí”. Me recuerda que cada día tengo una nueva oportunidad y que vale la pena participar en la construcción de un mundo mejor para todos.
A mi adulta le dejo la parte de hacerse responsable de mi misma, de no repartir culpas que me corresponden, de cuidar lo que entra a mi cuerpo, sea alimentos, ideas podridas, relaciones tóxicas y autogoles.
La verdad, es que mi niña me salva, reinventa, limpia mi mirada, alimenta de esperanza.
Felicidades a todos los valientes que permiten que sus niños y niñas interiores les ayuden a romper los controles del terror al qué dirán.
Lee completo nuestro especial del Día del Niño y la Niña aquí
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