El calendario, aparte del paso de los días, marca las fechas para repetir rituales religiosos, civiles y mercantiles, cumpliendo el ciclo año tras año. Año nuevo, día del amor y la amistad, carnaval, semana santa, mayo y sus días 1, 5, 10 y 15; fin de cursos, fiestas patrias, día de muertos… La sucesión de fechas rituales se disputa cada jornada, muchas veces sin ocasión para reflexionar sobre el significado de la fecha.
Cada 30 de abril, una diversidad de instancias, desde las escuelas hasta ayuntamientos y dependencias estatales y federales, buscan saturar la oferta de espectáculos gratuitos con motivo del día del niño, de la niña y el niño, de la niñez o de la infancia, pero independientemente del nombre que se le quiera dar a la fecha, la situación de muchos de los festejados no cambia.
Muchas iglesias -de entre la diversidad cristiana y otros credos- acuden a las zonas marginadas para celebrar festivales, y a los pocos días, los dulces ya no quedan, los restos de las piñatas se encuentran en el camión de la basura, y los juguetes se hallan en un rincón porque hay que salir para acompañar a alguno de los progenitores a obtener el sustento en las calles, o porque en los centros comunitarios se exponen a la pérdida. Una de las grandes desventajas de la pobreza es el poco tiempo para el juego.
¿Qué le toca a los niños que se encuentran en una situación económica más estable? Tampoco hay espacios para un desarrollo sano. Las fallas de comunicación entre parejas -o el pertenecer a una familia monoparental en la que el progenitor es el único proveedor económico- es motivo para que muchos más infantes se encuentren solos. Entre pocos hermanos, con redes familiares mucho más pequeñas que hace medio siglo, son rápidamente captados por el mundo de las pantallas: televisión, tabletas, teléfonos celulares. Un universo en el cual se sumergen -o son sumergidos- para que no interrumpan la dinámica del espacio de los adultos.
Fuera del 30 de abril, ¿cuáles son los espacios, los productos especialmente dirigidos a la niñez? El sector salud sigue librando una batalla de largo aliento contra las botanas, golosinas y comidas ultraprocesadas cuya publicidad se enfoca en los niños. Las pantallas ofrecen una multiplicidad de puertas que no necesariamente deben ser abiertas por ellos. Los demás medios de comunicación también parecen interesados en que crezcan y se desarrollen a ritmo acelerado.
No es extraño que después de la pandemia, que nos afectó a todos, veamos que la niñez, sin distinción de género, se encuentre dañada en su salud emocional. Aún empiezan a salir sus relatos del confinamiento, el efecto de casi dos años sin socializar con sus contemporáneos en la escuela, la pérdida de tardes de exponerse al juego libre en los parques que todos vimos vacíos de gente y tapizados de cubrebocas, y en muchos casos, de convivir en espacios sumamente violentos, o de no haberse podido despedir del familiar que les cuidaba afectuosamente.
Sí, cada 30 de abril es ritual. Cada año nos repetimos estadísticas sobre los que viven en condiciones que recurren a eufemismos como pobreza alimentaria para no decir miseria, de desertores escolares por causas económicas, de los que se han iniciado en el consumo de drogas, pero les seguimos ofreciendo un día de escape de la vivencia diaria, que les celebra por ser niños, pero el mundo sigue siendo un lugar que fomenta la sensación de que son un estorbo al desarrollo personal, profesional e incluso sentimental de los adultos.
El día que entendamos que haciendo un mundo mejor para los niños, los adultos nos encontraremos más vivos, posiblemente dejemos de pensar en repetir el ritual de todos los años. Los caminos son muchos, pero pasan por reconocer que el niño sobreviviente está vivo, y lo queremos sano.
Edición: Emilio Gómez
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