Un día simbólico: 4 de mayo de 1901

Las noticias viajaban a otro ritmo al iniciar el siglo XX. Por supuesto, a comparación del Internet y las redes sociales, o las ventajas que permite un teléfono celular para reportar un acontecimiento, el telégrafo parece sumamente lento. De por sí requería la traducción del mensaje al código Morse, basado en puntos y líneas, y luego de que tanto el punto de transmisión como el de recepción estuviesen fijos; pero era lo más rápido que existía en esa época para enviar información. Por último, un telegrama no llegaba al domicilio del interesado si no era por un trabajador del Servicio Postal Mexicano.

Aquel 4 de mayo de 1901, la noticia más esperada en Yucatán llegó primero a dos personas: los hermanos Rodulfo y Delfín G. Cantón. “Los patrióticos deseos de Uds. están satisfechos: hoy á las 7 de la mañana comenzó á flamear en esta población el glorioso pabellón nacional”, decía el telegrama del general Ignacio Bravo, quien había ingresado al santuario maya de Chan Santa Cruz para dar fin, oficialmente, a la denominada Guerra de Castas, que había durado ya 53 años.

¿Por qué estos destinatarios? Una jugada política: pertenecían a la facción liberal histórica, destacando como impulsores del espiritismo y la educación mixta, y eran también sostenedores de la candidatura de Olegario Molina Solís al gobierno del estado, mientras que el gobernador Francisco Cantón Rosado, él mismo héroe de la guerra de castas, había pertenecido a los “conservadores” que apoyaron la intervención francesa en 1862 -1867.

La fecha no podía ser menos simbólica: el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, era tenido como propicio a los rebeldes, mientras que el 5 se asocia a otro mensaje: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”, que había escrito en 1862 otro Ignacio, éste Zaragoza, con motivo de la victoria sobre el ejército francés en Puebla. Quedaba entonces el día 4 como el que indicaría la recuperación de la fortaleza del Ejército mexicano ante los llamados bárbaros.

El periódico El Eco del Comercio indicaba precisamente eso: “Que la guarida del maya sustraído por años á la obediencia del Gobierno Nacional, sería ocupado militarmente el día de hoy, pues parecía indicada esta fecha gloriosa, para ejercer el primer acto de dominio sobre aquellos campos. Un día más ó un día menos, nada significa ante la trascendencia y la importancia de la ocupación del cuartel general de los indios mayas”.

Por supuesto, en ese medio siglo había tenido lugar una gran transformación en Yucatán. Mérida pasó a concentrar la mayor cantidad de población debido a que miles de personas huyeron de los pueblos de la frontera: Sabán, Mahas, Tihosuco y el simbólico Ichmul, lugar de donde provenía la imagen del Cristo de las Ampollas que se veneraba en la catedral yucateca, habían sido abandonados. Otras poblaciones como Peto, Tekax, Ticul, Valladolid, habían perdieron a miles de vecinos y con ello también la economía del estado perdió su diversidad. Dejaron de fomentarse los cultivos de caña de azúcar y algodón, y los trapiches, destilerías y telares que habían surgido para darle valor agregado a la producción fueron arrasados por los rebeldes. 

El grabado que acompaña este texto es una de las primeras ilustraciones de la guerra, obra de Gabriel Vicente Gahona Picheta y publicado en el periódico D. Bullebulle. Originalmente, dentro del semanario, se le tituló “La discordia”, pero el dibujo fue utilizado otra vez, como contraportada del segundo tomo, número 16, con el pie siguiente: “Se van cumpliendo nuestros vaticinios. El pueblo de Tihosuco ha sido tomado por los bárbaros del Oriente”.

Volviendo al Eco del Comercio, éste, en una nota titulada Ocupación del Cuartel General de los Mayas Rebeldes, relató el efecto que había tenido la recepción del telegrama en Mérida. Aquello debió ser un escándalo mayúsculo y muchos habrán terminado atolondrados por lo elevado de los decibeles: “se dispararon salvas de artillería, se lanzaron cohetes voladores que atronaron los aires; las locomotoras de los diversos trenes llenaron de ondas sonoras el espacio con sus prolongados silvatos [sic]; las campanas echadas á vuelo, unieron sus voces de bronce a la de las alegres dianas de las bandas de tambores y cornetas; todo para celebrar debidamente el primer mensaje fechado en Chan Santa Cruz y firmado por el recto, pundonoroso y severo militar, Sr. General D. Ignacio A. Bravo”.

Ese medio siglo de guerra también había tenido efecto en las mentalidades y en una dura segregación entre los que se hicieron llamar yucatecos -una élite criolla, urbana -y la población indígena, la cual se expresó en episodios como la venta de mayas a Cuba, como esclavos, que no sólo afectó a rebeldes, y las duras medidas de control que se establecieron en las haciendas henequeneras.

¿Era irremediable esta segregación? Si se revisan los textos de Justo Sierra O’Reilly sobre la guerra, lo más fácil es tacharlo de racista, pero al ver que su hermano, sacerdote que partió hacia el campo rebelde con ánimo de establecer una negociación y únicamente encontró la muerte, el llamado es a revisar la actuación de muchos actores y de cómo también fueron afectados por la guerra. 

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Edición: Estefanía Cardeña