A las estrellas no les gusta la luz del Sol y no sólo a las que brillan en el firmamento. En la alfombra roja de Cannes esa verdad se hace obvia. No se parecen a los que vemos en la pantalla de plata. Los físicos, la piel, los tamaños, la ropa no son tan impresionantes; vamos, si caminaran entre el público sin su entourage no serían personas que llamarían particularmente la atención. Los excesivos y a veces poco afortunados tratamientos estéticos saltan a la vista y los oculta la lente de la cámara. Bajo luz natural son humanos y usan hasta calzado masculino que incrementa la estatura. Eso es lo primero que uno descubre en la 76 entrega del Festival Internacional de Cine en Cannes.
Bajo ese mismo Sol, las centenas de fans se entregan a Johnny Depp sin ningún refreno en la ceremonia de inauguración. Su controversial vida privada, por decir lo menos, aquí no pinta. La apertura del festival es su espectáculo privado, un regalo para él y sólo él.
Tal vez es una actitud francesa en la búsqueda eterna de la separación entre lo privado, lo profesional y lo artístico: Roman Polanski, Woody Allen y ahora el Capitán Sparrow. Mientras sean monstruos de la pantalla, pueden ser monstruosos en todo lo demás y aquí nadie les regateará siete minutos de aplausos a su entrada triunfal a el Grand Théâtre Lumiére.
La luz convencional sigue a la del Sol y aparece el fin de la meritocracia y la leyenda del estrellato nacido de la nada. Premios y aplausos entre artistas de segunda generación -algunos más mundanos les llamarían mirreyes y mirreinas- que presumen su herencia genética. La ceremonia la guía Chiara Mastroianni – la hija de Marcello- quien entrega la Palma de Oro por su trayectoria a Michael Douglas -el hijo de Kirk, del inmortal Espartaco- y aparece en escena Uma Thurman, cuya hija es estelar en Stranger Things. Demasiada consanguineidad para que sea coincidencia.
Sin embargo, cuando las luces naturales desaparecen e inicia la luz del espectáculo, Michael Douglas reconoce su edad, se coloca lentes para leer el telepromter y nos recuerda que él es más viejo que el festival y con dos gestos se adueña del escenario. Con modestia cautivadora jalonea con Chiara porque no quiere que nadie le ayude a cargar su premio y cuando todo está por terminar -sin darse cuenta de que el micrófono sigue abierto- pregunta si hay que moverse porque en la pantalla que tienen detrás van a presentar la película.
En ese desaguisado del espectáculo en vivo, el rostro del Festival en este 2023 – la inmortal Catherine Deneuve- inicia su intervención con el micrófono apagado y nunca se da cuenta del fallo que los técnicos deben corregir como pueden. Más humilde aún, termina su intervención y es su hija -ya adivinó querido lector, la presentadora Chiara es también hija de Catherine con Marcello- le pregunta si no cree que se le olvidó algo y entonces la “Bella de Día” regresa al centro del escenario para declarar inaugurado el Festival, con Michael Douglas haciendo la versión simultánea de la inauguración en inglés.
Y empiezan las películas. La protagonizada por Depp es una película que se esmera en parecer de arte con tomas de belleza obvia, casi de cliché, y con algunos de sus personajes sacados directamente, sin filtros ni profundidad, de las hermanas de Cenicienta, lo demás se los dejamos al público. En el otro extremo el director Kore-eda, ganador de la Palma de Oro en 2018, regresa con Monstruo (Kaibutsu), que nos recuerda con tomas de ambientes opresivos y una historia que en principio nos parece aterradora, que el amor al final prevalece, encuentra su camino y en esa ruta nos llena de nostalgias y cosas que habíamos olvidado.
El Festival, sí con mayúsculas, abre y hace que una comunidad se rencuentre, y no nos referimos a los artistas y directores, sino a la comunidad local que hace esfuerzos para reabrir sus calles en medio de reparaciones estructurales, para vestir sus mejores ropas, hacer colas en los accesos de “último minuto” o gestionar sus boletos ante la oficina municipal. Las calles se llenan de trajes largos y corbatas de moños, de todos precios y calidades, pero se llenan.
Los periodistas también son miles y la etiqueta no los toca, así que los confinan a salas de proyección especiales para el cuerpo de prensa, donde abundan celulares, laptops en las rodillas y no aparece ni un solo vestido y mucho menos un saco para acompañar la cena. Shorts, playeras y el look del jetlag es la vestimenta de quienes comunican todo al mundo.
Todo esto ocurre en el legendario Palais des Festivals, que a muchos se les olvida, es resguardado desde lejos por la ventana de una celda de prisión en la Île de Sainte-Marguerite, el calabozo del Hombre de la Máscara de Hierro, un personaje verídico, pero de película, que ha llegado al cine. Hasta eso tiene Cannes.
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