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del

Extravíos fílmicos

'Perdidos en la Noche' es la misma película producida por mexicanos en los últimos 15 años
Foto: Satya S.C.

Cuando se prendieron las luces en el teatro Claude Debussy al terminar la proyección de Perdidos en la Noche uno se levanta con un sabor complicado en la boca. Es la misma película que los mexicanos nos hemos empeñado en producir en los últimos 15 años: la violencia del narco, los desaparecidos, las compañías mineras aplastando los derechos de comunidades, el amor adolescente sin perspectivas de romper el ciclo de perdición y los personajes de la élite simplificados hasta que se convierten en una absurda caricatura. México aparece como el desierto amarillo y de Sol implacable que siempre retratan las series norteamericanas, así esta vez el director sea mexicano y el rodaje se haya dado en el bajío. Qué necesidad de seguir recreándonos en nuestras pesadillas. 

Sin embargo, después de la proyección de Black Flies (Estados Unidos), Inshallah A Boy (Jordania), Monstruo (Japón), The Nature of Love (Cánada), Extraña Forma de Vida (España) y decenas más, uno llega a la conclusión de que cada país concurre al festival a mostrarnos sus angustias y extravíos. A Estados Unidos le angustia la violencia en las calles, las sobredosis, la fragmentación social y explora sin refreno ese dolor. En Jordania la lucha es de la mujer buscando la mínima dignidad e independencia. En un Japón machista el amor no heterosexual y la soledad burocrática se roban la pantalla. En Canadá, con la vida resuelta de una sociedad rica, el drama es la felicidad privada y la realización personal. España se recrea de nuevo como ese país que se debate entre el histórico catolicismo censurador, la libertad que hoy encarnan y su tendencia al anglicismo, todo mezclado con el cliché de la sazón que sólo da la sangre latina. Vamos, hasta en Godard por Godard (Francia) vemos esa obsesión de los galos por analizar la personalidad de sus grandes bestias culturales y negarse a ver morir la historia. Y podríamos seguir y seguir, lo cierto es que cada nación proyecta sus dolores y neurosis. 

Como neófito del cine, más allá de las tripas que sólo el ojo experto puede percibir y clasificar, uno descubre al Festival de Cannes como algo más allá de la pantalla: es una oportunidad de expresión para el planeta entero, es un espacio para gritar a todo el orbe los extravíos de nuestras patrias, sociedades y comunidades. Cuando se observa desde ese ángulo, uno le perdona al Festival las frivolidades de Hollywood, las alfombras rojas, los artistas de papel y la parafernalia del jet set. Hay un festival bajo el festival, uno que brinda oportunidades no sólo a realizadores, sino a la humanidad entera de tener al cine como acto de rebeldía, denuncia y, obvio, terapia.  Las imperdonables películas y actividades banales financian y permiten que exista ese otro escaparate esencial. 

Con eso en mente uno revisita Perdidos en la Noche y le concede la razón, de qué más podemos hablar los mexicanos además de esa pesadilla cada vez más errática que vivimos en el país; una que no se ha solucionado sino enredado hasta convertirse en un nudo gordiano que ya incluye a comunidades tomando la justicia en sus manos, sectas religiosas, influencers, madres haciendo labores forenses y el amor como única isla a la cual escapar por un momento.  “Dime qué película manda tu país a Cannes y te diré qué país tienes”, es lo que el Festival nos ofrece como foro global. 

Cannes mismo es un reflejo en una cinta fílmica sobre el mundo entero. Los artistas presumen llegar todos en autos eléctricos, intentando salvar al mundo, pero son autos enormes y suntuosos cuya fabricación poco debe tener de ambientalista. Los periodistas en la terraza de prensa, con una de las mejores vistas del festival, pasan sus horas leyendo lo que escriben otros periodistas, como si el mundo a unos cuantos pasos no existiera. Los foros para ayudar a las mujeres a ganar su independencia y romper el ciclo de la pobreza, se llevan a cabo con el mar azul y yates de decenas de millones de euros como telón de fondo. Todo fiel reflejo de la humanidad y sus exquisitos y terroríficos absurdos. 

Por eso, cuando uno se levanta para salir de la sala de cine y te deslumbran -de forma simultánea- la luz de la puerta recién abierta y los últimos rayos del proyector cinematográfico que todavía dibuja algo en la pantalla, nos invade una sensación de no saber si estamos saliendo de una película para simplemente entrar a otra. No sabemos si lo que acabamos de ver es la verdad y nos encaminamos hacia la ficción. Eso es el cine. 


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Lea, del mismo autor: Festival de Cannes 2023: Luz de Sol y Luz de Plata


Edición: Estefanía Cardeña


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