Las Chivas: un melodrama deportivo

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Desde sus inicios a finales del siglo XVIII, el melodrama se constituyó como un género maniqueo en la medida en que buscaba, mediante la satisfacción de las emociones más elementales de la masa, generar en ella ciertos niveles de consciencia en torno a sus problemas, intentando así desarrollar un mensaje ideológico-moralizador que le permitiera al pueblo sintonizar con el proyecto de una burguesía que estaba ya lista para tomar el poder.

De origen burgués, el melodrama es un género literario que juega con las pasiones del receptor y que rompe con las narrativas tradicionales derivadas de la tragedia griega donde el realismo (determinado fundamentalmente por el principio de causalidad) quedaba de lado y era sustituido por el azar, de tal manera que la intriga no estaba ya determinada por las virtudes y defectos de los personajes, sino por circunstancias ajenas a ellos y hasta cierto punto triviales.

Así, el melodrama juega con nuestras emociones a partir de una circunstancia inesperada y/o de los secretos y misterios de algún personaje con quien establecemos desde nuestra condición de espectadores alguna suerte de relación de complicidad o de animadversión, lo que, aun en nuestra condición pasiva, termina implicándonos directamente en una trama. (En la novela, la circunstancia inesperada puede darse a través de un encuentro fortuito y en el futbol a través de una mano que se marca como tiro penal o de un faul artero que se sanciona con expulsión).

Este esquema narratológico ha hecho del futbol mexicano un gran negocio y ha convertido una competencia deportiva en una telenovela que cada seis meses nos ofrece una situación climática con sus héroes y sus villanos al uso.

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Así, exactamente como sucede con los dramas televisivos, quedamos emocionalmente implicados en el entramado de las liguillas cuyo resultado, por ser relativamente incierto, estimula nuestra necesidad de perfilarlo de manera anticipada y ello llena la programación de programas de “análisis” y de polémica entre expertos reales o ficticios del balompié.

Llevado a la ficcionalización melodramática, el fútbol mexicano se llena de héroes y de villanos que encarnan el bien y el mal, según se trate. Así, quien no tiene simpatía por el América (el equipo rico y presumido del que siempre se sospecha un apoyo arbitral), aprende a odiarlo sea cual fuere el equipo de su preferencia; nuestra mexicanidad padece con las derrotas de la Chivas; los bárbaros del Norte se hicieron un lugar en nuestro futbol a base de cañonazos de dinero y los demás son sólo actores de carácter o extras que nos resultan familiares (como el cantinero de todas las películas mexicanas o el mayordomo de algunas otras).

Como quiera, el éxito comercial que supone la telenovelización del futbol no se ha traducido (ni se traducirá) en éxito deportivo. Seis semanas anuales de drama futbolero en nuestro país dejan muy buen dinero a los jerarcas de la FMF, pero la parte deportiva está en retroceso.

Un entrenador argentino hizo bicampeón al Atlas solamente poniendo a su portero a despejar balones y a un jugador a “peinarlos” para que otro le gane las espaldas al equipo contrario, creando situaciones de gol que lograron cristalizar. La mala técnica del jugador mexicano permitía ganar con una estrategia simplona: el melodrama acusa sus inconsistencias.

Seis semanas anuales de emociones electrizantes se pagan con cada vez más malas actuaciones en los torneos internacionales, y sino fuera por el interés de la FIFA (que ha abierto más plazas para la región), ya ni siquiera iríamos a la Copa del Mundo porque gringos y canadienses sí están haciendo su parte en lo deportivo y México, no.

Contra la apreciación generalizada, el espectáculo del domingo por la noche fue, para mí, patético; algo así como el final de Cuna de Lobos o de alguna otra telenovela famosa. No sólo es cuestión de miradas, sino de prospecciones. 

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Edición: Estefanía Cardeña