de

del

Fulgor intimista

Nuestro pensamiento finalmente domina toda nuestra existencia
Foto: Martín Mardones

Alfonso Castellón*

Lo que subyace en nuestro pensamiento finalmente domina toda nuestra existencia, aun cuando ese imaginario se exprese con ademanes silenciosos. Pero hay signos que afloran, que inevitablemente dan gritos en busca de abrazos, comprensión y misericordia, para ello, sólo hay que estar atentos. 

En esta línea se encuadra la obra de la talentosa artista visual chilena Johanna Martin Mardones, nacida en Concepción y artista del mundo. De profunda imaginería onírica, universos del surrealismo mágico, del expresionismo abstracto y del conceptualismo; sus plumadas, a veces intensas, rasgos elocuentes de conflictos, angustias y decepciones. 

Otras, suaves, pero desgarradoras y desoladas, de magistral elegancia, surtiéndose aliento como la mitocondria surte respiración al complejo mecanismo celular, ella también busca un refugio de bienestar para poder “respirar”. 

Su obra, llena de simbología y de “paisajes” en aparente desunión, con acentos del Informalismo, aparecen, a hurtadillas, pero no en sordina. Definitivamente, posee el matiz del Individualismo, propio de la tendencia post ochenta que se desvincula de los paradigmas unificantes, y lo hace, de manera intimista, pulcra, también dolorosa y apasionada al punto de la obsesión. 

Su mayor miedo es una inexistente vulnerabilidad, ya que de fortalezas, ella sabe; tal vez abandonos y fragilidades habrá, pero sólo le infunden pequeñas dosis de infiltraciones caóticas, pequeños “temblores” que la sacuden, que se sienten en su obra como dulces momentos de dolor, de ahí su desenfrenado frenesí y una permanente exigencia para lograr un orden, pero no el espacial ni mental que el mundo esperaría, sino el de su inconsciente cognitivo. 

Asimismo, en su obra en general, el Otro, se presenta difuso, una alteridad sufriente; sus creaciones buscan, por lo tanto, asir un imaginario mágico, pero con tono y donaire, que conecte, lleno de deseos de generar y recuperar formas y configuraciones ya pasadas, para resignificarlas e ir creando una nueva urdimbre con lo emocional, sensorial e intuitivo que la calme y serene; en este sentido, su rizoma epistemológico obedece a líneas propias de subordinación, generando un acontecer imaginario simultáneo que se refleja en su obra. 

La vida con despoblados, valores débiles y otros ya fallecidos, no logra desplomarla, pero sí caer en lujuria, ira y frenesí; de esta forma, el color a la manera “fovista” y la volatilidad de los mismos, evidencian cambios emocionales, una labilidad con giros que surge de sus instintos más que del intelecto, expresando una coloración atrevida, rompiendo la asociación del color con la representación de su realidad, haciendo de su “corpus” un manifiesto de belleza, transportándonos a un espacio psicológico potente, en donde no existe un tiempo específico, más bien, atrevido, desafiante y neuróticamente apasionado, hasta que, sus tintes regresan tenues, tierras…, dando paso a los destellos que logran, como el final de un orgasmo lleno de loca pasión, furia y lujuria, sosegarla, pacificarla. 

Ya, extravertida toda su sensualidad, todo su apetito, su desenfreno, los atrevidos y violentos momentos de intensidad, alcanzan en estos “interiores orgánicos” el sosiego; estos “órganos” ahora muestran verdes, amarillos, los claros, la luz vertiginosa y urgente, pero sin atropellos, gritando que hay esperanza de vida, la añorada paz intrauterina; cautiva de fragilidad, con miedo al ámbito, ahora se aquieta en un mundo interior, alejada de la brutalidad, plasmando en sus obras, su mayor desobediencia: Libertad; ya el mundo que la coaptó con moral ajena, no la hace sentir más esa ajenidad, ha logrado de manera triunfante vivir en su mundo imaginario que nos regala, con el mensaje firme de la falsedad de los supuestos implícitos.

Ahora, alejada de la vida lacerada, habita y nos invita a su mundo interior: rico, mágico, un mundo que Carl Jung diría “con necesidad de unir lo racional y lo irracional”, buscando una identidad, un realismo mágico con notas de surrealismo onírico elevado al grado de la más insolente fantasía; así, su obra, irreductible en tanto explicación per sé, ya que no es posible reducir a una explicación racional, más bien un quimérico mundo, logra el acabado perfecto: Serenidad.

*Crítico de Arte. 

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Edición: Estefanía Cardeña


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