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“Un Berlusconi en cada hijo te dio”

El fallecido político aplicó en Italia la peculiar receta de picardía mexicana
Foto: Reuters

Silvio Berlusconi ha muerto, pero sigue con nosotros. Aunque ninguno de sus obituarios llegó al descaro de atribuirle la creación del populismo moderno, muchos sí reconocieron en él a uno de sus mayores exponentes; incluso, lo ubicaron como preámbulo de Donald Trump.

Ni Berlusconi ni Trump fueron pioneros: ninguno tiene la patente del político pelaná; únicamente trasladaron a sus respectivas latitudes el peculiar, picaresco estilo de políticos tan comunes en México. Es más, es probable que antes de saltar al ruedo Berlusconi haya estudiado diversos perfiles de nuestro país. 

Y no sería nada raro: México despierta cierta fascinación en Italia. Ya incluso eso se presumió en uno de los episodios más surrealistas de las mañaneras: A Benito Juárez ”se le conoció como el Benemérito de las Américas. Fue tan importante su proceder y su fama que Benito Mussolini lleva ese nombre porque su papá quiso que se llamara (como él)”.

Berlusconi fue un sinvergüenza, un pícaro y un sátiro. No había más ley que la que le dictaban sus entrañas, y los hombres y mujeres —principalmente mujeres— que lo rodeaban eran sólo instrumentos, simples medios para alcanzar su fin. Era un descarado misógino, un mitómano y un embaucador. 

Y a pesar de eso, o tal vez por eso, gozaba de una popularidad impresionante. En una entrevista publicada en el ocaso de su carrera —que no coincidió con su larga agonía— Berlusconi concluía que los italianos votaban por él porque querían ser como él. Y, haciendo alarde de su cinismo, remataba: ”Me quieren porque soy bueno, generoso, sincero, leal y mantengo mis promesas”. 

Esa entrevista coincidió con otras que describían, morbosamente, detalles de las orgías organizadas por Il Cavalieri y enumeraban cargos que incluían malversación de fondos, fraude fiscal, falsedad en documentos contables e intentos de sobornos a jueces. Los periódicos italianos mostraban síntomas de la esquizofrenia del país. 

El imán de la amoralidad, el escandaloso encanto de los rufianes. De eso sabemos mucho los mexicanos, que todos los días vemos —y con nuestro silencio avalamos— a hombres y mujeres con ambiciones variopintas violar descaradamente las leyes. El fin justifica los medios, se justifican, espantando a sombrerazos escuálidos escrúpulos.

Y así brotan en vísperas de elecciones anuncios espectaculares con portadas de revistas inexistentes en las que aparecen rostros sonrientes, intentando convencernos que son buenos, generosos, sinceros, leales y, como Il Cavalieri, mantienen sus promesas. En realidad, esas sonrisas son las muecas que se esbozan durante los atracos o antes de las emboscadas. 

Pero no me vengas ahora con que la ley es la ley; tampoco con que antes se violaba más. Simplemente la aparición de esos anuncios demuestran el relativismo moral de nuestra clase política, cuyos institutos ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman. Mientras sigamos normalizando esas conductas gandallas nos seguirán gobernando personajes como Berlusconi. 

Otro de los ejemplos locales de esa picardía política tan arraigada en nuestro país, la que exhibe el músculo de la mentira, se publicó recientemente en el Diario de Yucatán. Ese periódico ha revelado un cuantioso desvío de apoyos federales en Kanasín, orquestado por un operador del partido oficial.

Para beneficiar a amigos y colaboradores, este sujeto rasuró del padrón a los legítimos beneficiarios. Al ser exhibida en esta transa, una sostuvo que no fue ella quien recibió ese apoyo, sino su vecina, que se llama “igualito a ella”, sólo que con los apellidos invertidos. Fue tanta la desfachatez de este intento de desmarque que el mismo periódico tuvo que señalar que en la información que publicó “no hay apellidos invertidos: se citan tal como están en el folio de pago”. 

Siguiendo la lógica de Berlusconi, estas personas están en el poder porque nos gustaría ser como ellas: Nos gustaría sólo hacerle caso a la ley cuando así nos convenga, quedarnos con apoyos que no nos correspondan, aunque eso implique perjudicar a los legítimos recipiendarios, mentir descaradamente. Al final, los políticos como Berlusconi no son los payasos de un show cómico. Resulta que esto es una tragedia.

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Lee también: La huella de Berlusconi

 

Edición: Mirna Abreu


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