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Hacer cumplir las leyes…

Noticias de otros tiempos
Foto: Caricatura: Escoffié, El Padre Clarencio, 13 de noviembre de 1904, contraportada

Una aspiración universal en el derecho es que las leyes deben hacerse para el bien común y que al obedecerlas se contribuye a un clima de convivencia armónica en la sociedad. Sin embargo, la naturaleza de la legislación es que obedece a la circunstancia, al tiempo en que fue creada, y es siempre perfectible.

En el siglo XIX mexicano, la revolución de Ayutla marca un momento clave en la formación del Estado mexicano, pues dio pie al Congreso que promulgó la Constitución de 1857. Esta generación de políticos consiguió finalmente lo que sus antecesores liberales buscaron: separar al Estado de cualquier credo religioso, y entre su obra legislativa se encuentra la Ley sobre la Libertad de Cultos (4 de diciembre de 1860), que permitió a los individuos practicar el credo de su elección y también prohibió la celebración de ceremonias fuera de los templos.

A la violencia de la Intervención francesa y después las rebeliones de La Noria y Tuxtepec, sucedió el gobierno de Porfirio Díaz que se distinguió por una relativa paz de la que se ha dicho resultó también de un acuerdo para no aplicar las Leyes de Reforma. Durante el porfiriato, sin embargo, la noción de ser liberal tomó dos vertientes: ser partidario de don Porfirio y ser anticlerical. Estas posturas no eran mutuamente excluyentes, pero a principios del siglo XX, la oposición a Díaz encontró partidarios entre grupos anticlericales.

En Yucatán, el principal grupo anticlerical fue desplazado del gobierno en 1897. Unos años después, un semanario dirigido por Carlos P. Escoffié Zetina se identificaba como contrario a la Iglesia católica, crítico del arzobispo Martín Tritschler y Córdova y campeón de las Leyes de Reforma.

Así, en su número del 13 de noviembre de 1904, El Padre Clarencio daba una pequeña nota en su penúltima página, titulada “Cómo se cumplen las Leyes de Reforma”. No obstante el tamaño, la noticia mereció la caricatura de la contraportada; así de valioso era el tema anticlerical para este semanario.

La nota daba cuenta de cómo el cura párroco de Tekantó regresó de un pequeño viaje llevando la custodia “para celebrar en su parroquia las ‘cuarenta horas’”. En lugar de llegar directamente a la casa cural, el sacerdote descendió del carruaje unas tres cuadras antes de llegar a la iglesia, en un punto donde le esperaba un grupo de beatas “de todas clases y tamaños”. Previamente, el religioso se había revestido con ropas talares y ya con los fieles “tomando en la mano la custodia, emprendió á pié y á media calle, la marcha á guisa de procesión”.

Según la crónica, “la aglomeración y la lentitud con que la gente marchaban [sic] era tal que el carruaje de un señor Osorio que venía de la hacienda Xolká tuvo que graduar su paso, perjudicándose el pasajero que debía tomar el tren, el cual no pudo alcanzar”.

Para El Padre Clarencio, estas noticias significaban escándalo. Las autoridades permitían la violación de las Leyes de Reforma. Sin embargo, en ese tiempo, también se había alcanzado un nivel de convivencia más sano entre gobierno e Iglesia, y los gobernados también conciliaban los deberes ciudadanos con la devoción; habían pasado más de 40 años de la creación del Registro Civil y más de una generación tenía acta de nacimiento y fe de bautizo al mismo tiempo.

La caricatura pretende ser una instantánea del momento: la multitud rodea a un sacerdote que se antoja muy pequeño para llevar la custodia del Santísimo en procesión, mientras se impide el paso del carruaje tirado por mulas. En el texto acompañante, el segundo párrafo destaca: “Causan escándalo inmenso pues las beatas alumbraban con velas de cera y cebo, y los funcionarios públicos… Señores, pues ‘nada vieron’”.

A más de un siglo de distancia, vale la pena preguntarse si es deseable una nueva ley que, al igual que la de 1860, prohíba la celebración de ceremonias religiosas fuera de los templos. Imaginemos cuántas bodas en la playa o en los cenotes tendrían que cancelarse. Y en cuanto a salir a la calle portando algún distintivo, ¿qué tan diferente es ser ministro de un culto a llevar un uniforme de trabajo? Ambas personas estarían utilizando su vestimenta de trabajo.

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Lea, del mismo autor: La población de Yucatán en 1902


Edición: Estefanía Cardeña


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