Adjetivos hay de sobra para intentar definir a Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega en una sola palabra. Admirado, temido, odiado, pero sin duda fue un personaje al cual era imposible ignorar y permanecer indiferente. Lo innegable es que fue uno de los últimos grandes tribunos de la política mexicana y ha fallecido siendo reconocido como uno de los artífices del actual Estado mexicano.
Muñoz Ledo se llevó consigo una particular idea de democracia por la que siempre estuvo dispuesto a romper lanzas con quien fuera. De hombre del sistema priísta, secretario general del IMSS, titular de las Secretarías del Trabajo (1972-1975) y de Educación Pública (1976 -1977), presidente del entonces partido oficial (1975-1976), y representante de México ante la ONU, terminó fundando la Corriente Democrática, junto con Cuauhtémoc Cárdenas e Ifigenia Martínez; los tres terminaron enfrentando al candidato Carlos Salinas de Gortari desde el Frente Democrático Nacional, conformado también gracias a la magnanimidad del ingeniero Heberto Castillo, con quien al año siguiente darían forma al Partido de la Revolución Democrática.
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La lucha del nuevo partido hallaría frutos hasta mediados de la década de 1990. Ambos fueron beneficiados políticamente de la debacle económica que el gobierno de Ernesto Zedillo heredó de Salinas de Gortari. El manejo de la crisis de 1995 incluyó elevar el Impuesto al Valor Agregado en 50 por ciento, del 10 al 15 por ciento, medida que aprobó la mayoría priísta y que quedó inmortalizada en la “roqueseñal”, desatando la indignación en la opinión pública.
Dos años después, Cárdenas resultó vencedor en la primera elección para jefe de Gobierno de la Ciudad de México y Muñoz Ledo llegó a la Cámara de Diputados, en el que resultó el primer Congreso con mayoría de oposición, y desde donde contestó el tercer informe presidencial de Ernesto Zedillo con aquel “Nos, que valemos tanto como vos, y que juntos juntos valemos más que vos…”.
A la distancia, Porfirio Muñoz Ledo resulta la encarnación de una contradicción. La democratización del país que promovió nunca le dio una candidatura presidencial viable. En el 2000 acabó promoviendo el voto útil por Vicente Fox, tras haber roto con Cuauhtémoc Cárdenas y abandonado el PRD. Y, sin embargo, su pugna por una reforma del Estado se mantuvo.
Compañero de lucha del hoy presidente López Obrador, llegó de nuevo a la Cámara de Diputados en 2018, cuya mesa directiva encabezaría de nuevo, quedando en posición de entregarle la banda presidencial. Sin embargo, de nueva cuenta terminaría distanciándose del vecino de trinchera que había sido AMLO desde 1997.
Porfirio Muñoz Ledo ha ingresado a la esfera de los personajes históricos, de los que será obligatorio elaborar una biografía que intente explicar tanto su legado y la manera en que logró mantenerse como una de las principales figuras de la política mexicana durante seis décadas, así como sus contradicciones personales y un ideario que, pese a su vasta erudición y facilidad de palabra, no quedó consignado más que en entrevistas y algunos artículos periodísticos.
Este lunes se celebró un homenaje luctuoso por Muñoz Ledo en San Lázaro. El domingo, su familia y amigos más cercanos lo despidieron en el Panteón Francés de la Ciudad de México. Se fue un hombre de Estado, que es tal vez su esencia; con todos los demás siempre hubo la posibilidad de un rompimiento, pero siempre, también, la del entendimiento mutuo.
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