En las últimas semanas, el tema de Xóchitl Gálvez ha dominado los medios de comunicación, a favor o en contra. Uno de los diferentes aspectos de su abordaje se relaciona con su identidad indígena, lamentablemente con poco análisis serio del tema. En México, de cuando en cuando el tema del indigenismo surge. Pasó con el movimiento zapatista, con la candidatura de Marychuy en las elecciones presidenciales pasadas, y ahora con la fuerte presencia de Xóchitl en la política.
¿Qué es indigenismo? ¿Qué significa ser indígena? ¿Quién es indígena en México? Son preguntas que surgieron antes y seguirán en el discurso y en las pláticas. Salen a la luz pública una y otra vez, especialmente en tiempos electorales. Recordemos los casos que el INE ha atendido para ratificar o rectificar candidaturas indígenas al Congreso.
La palabra indígena es un constructo social que, por un lado, no visibiliza la diversidad étnica al crear una sola identidad, la indígena, para referirse a personas de un enorme grupo social que se distingue por haber sido los primeros en identificarse en un territorio. Este constructo parece reflejar la necesidad de generalizar para agrupar identidades. Se habla de indígenas, no del pueblo (usando la terminología de la ONU) específico. A Xóchitl la consideran indígena, casi no hay publicaciones que señalen que su origen es Hñähñu, antes conocidos como otomíes. Los Hñähñu son diferentes a los mayas y los nahuas, pero todos en su conjunto son indígenas.
No hay una sola definición aceptada de Indígena. El mismo Congreso de la Unión lo reconoce, pero ha consensuado lo siguiente: son comunidades, pueblos y naciones Indígenas los que, teniendo una continuidad histórica con las sociedades anteriores a la invasión y precoloniales que se desarrollaron en sus territorios, se consideran distintos a otros sectores de las sociedades que ahora prevalecen en esos territorios o en parte de ellos. Constituyen ahora sectores no dominantes de la sociedad y tienen la determinación de preservar, desarrollar y transmitir a futuras generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica como base de su existencia continuada como pueblo, de acuerdo con sus propios patrones culturales, sus instituciones sociales y sus sistemas legales.
Si bien el Artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoce que México es una nación pluricultural y sustenta la autoadscripción de cualquier persona como indígena, lo cierto es que la autoadscripción es un concepto jurídico; por lo tanto, el Estado sigue manteniendo el poder único para delimitar las características objetivas de a quien considerar como indígena (ver artículo de Hoyos Ramos en la revista DIKE, 2017, núm. 21). Pero el Estado no la tendría fácil ante el caso de Xóchitl, si acaso buscase negar su identidad indígena, y mucho menos como Hñähñu; entraría en demasiadas contradicciones que incluso podría atraer la intervención de organismos internacionales.
Lo cierto es que al revisar el contenido del Artículo 2 de nuestra Constitución y comparar la labor del Estado, seguramente saldrá a la luz demasiado olvido o políticas públicas mal diseñadas para la población indígena de México. Incluso, quedaría evidente no solo su rezago sino los elementos estructurales que impiden su desarrollo y aportación eficaz a la solución de problemas estructurales que afecta a los millones de Indígenas en nuestro país.
No es saludable usar el indigenismo para denostar a alguien, podría ser un síntoma de ejercicio del racismo, de discriminación. Ese no es el espíritu del Artículo 2 de nuestra Constitución que tanta sangre costó plasmar por escrito.
Es cuanto.
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