Vivo en una región del mundo en la que el colonialismo se constituyó en el factor decisivo de la economía de mercado; una región que vivió la destrucción de su cultura, de su paisaje y de sus formas de organización social; una región cuyos habitantes han sido desplazados y empobrecidos desde hace 500 años, por lo que hoy es imperiosa para muchos la necesidad de emigrar a otros lugares, como si fueran la excrecencia de la pobreza.
Y justamente por eso, los que se trasladan a otros lugares y comienzan una nueva vida se mueven penosamente entre la adaptación y la resistencia, generando con ello perspectivas del mundo cuyo hibridismo siempre resulta amenazador para quienes se encuentran en los extremos de estos cruzamientos culturales e ideológicos.
Así, en días recientes, hemos visto el encono de buena parte de nuestra población contra un grupo musical llamado Yarhitza y su esencia, debido a las declaraciones de algunos miembros del mismo en las que manifiestan su rechazo a la comida mexicana y a las salsas que aquí se preparan, consignando, además, su preferencia por el “cheken” norteamericano.
Para nuestro ramplón nacionalismo gastronómico, matizado por sus variantes regionalistas (recuérdese cómo le fue a la señora a la que no le gustaron los pibes yucatecos), los jóvenes de origen mexicano han cometido algo parecido a una especie de traición a la patria, misma que se potencia por su condición de “pochos”.
Como quiera, los regionalismos y nacionalismos siempre tienen un matiz fascistoide en el que las realidades se vuelven unidimensionales y, por tanto, cargadas de gran violencia física y simbólica.
Tal vez no deberíamos olvidar que estos jóvenes fueron vomitados por nuestro país y aparecieron en otro lugar donde también viven entre la discriminación y el rechazo.
Nunca he escuchado a ese grupo, pues presiento que su propuesta musical no será de mi agrado (la industria musical ha inventado un género al que llama regional mexicano, de muy baja calidad en su factura y, según parece, estos jóvenes interpretan ese género); sin embargo, no dejo de considerar que su trabajo supone otra forma de la mexicanidad lejos de nuestro país y, por tanto, un factor de resistencia. No añadamos entonces más discriminación a la que ellos padecen cotidianamente donde viven; hay diversas formas de la mexicanidad y ésta es una de ellas.
Edición: Ana Ordaz
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