En el camión de la mudanza se lograron colar varios recuerdos. Como el de cuando vieron al hombre que estaba sentado en la mesa de a lado recibir seis disparos a quemarropa —olor a pólvora y a sangre y a carne quemada que se impregna en la ropa—. O el del automóvil que los persiguió veinte cuadras, y cuando los alcanzó les cerró el paso —gritos sordos, tendones que se tensan como cables—. O el de las horas de angustia cuando su hija no contestaba ni las llamadas ni los mensajes —un dolor inmenso en el corazón, que late a su pesar—.
Al desempacar esos recuerdos los trataron de espantar con una escoba, como se espanta el sol ciertas mañanas marcadas por la tristeza. Sin embargo, los recuerdos se escabulleron y se escondieron en rincones en los que ni las voces los alcanzan. Ahí se quedaron, alimentándose de las migajas de melancolía de los recién llegados, quienes, aunque saben que tomaron la decisión correcta, aún sueñan con la otra casa, en la que nacieron sus hijos. Esa que compraron juntos, dando el enganche con sus primeros sueldos. Esa casa en donde escuchaban a Mercedes Sosa.
Desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente, tarareaban entonces, sin imaginarse que ellos tendrían que irse, exiliarse de ese miedo que se colaba todas las noches entre las sábanas, que iba de pasajero en el auto; del terror que llamaba siempre por teléfono, con números desconocidos. Ahí ya no se vivía: ahí sólo se sobrevivía; era quedarse y convertirse en porcentaje o irse. Eligieron entonces Yucatán, como muchísimas otras familias. Vendieron la casa, renunciaron a sus trabajos; inscribieron a sus hijos en nuevas escuelas: Quemaron las naves.
De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del Inegi, en una década la población de Yucatán incrementó 18.7 por ciento, lo que representa 365 mil 321 personas, al pasar de un millón 955 mil 577 a dos millones 320 mil 898 habitantes. Entre 2000 y 2010, la población incrementó 17.9 por ciento. Del total de la población yucateca según el censo más reciente, 995 mil 129 personas (43.9 por ciento) viven en Mérida. Entre los motivos que mencionan las personas que se han mudado al estado se encuentran los altos índices de seguridad. Y es que Yucatán contrasta con el resto del país.
Esta singularidad se ha convertido en la piedra angular de un “despegue económico sólido”, como recientemente lo calificó Carlos Urzúa Macías, el primer secretario de Hacienda del actual gobierno. Por añadidura, decenas de empresas se han instalado aquí, ofreciendo más y mejores empleos. Esto hace aún más atractiva la posibilidad de vivir aquí. Muchos aún sueñan con los lugares que dejaron, pero se reconfortan al recordar que ahí el miedo no los dejaba dormir. Aquí, extrañan; ahí, rechinaban los dientes. Yucatán, en muchos casos, se convirtió en la tabla a la que se aferran los náufragos.
Los niveles de seguridad de Yucatán no se deben al azar: es el resultado de varios factores, entre los que se encuentra la cultura de los habitantes y la profesionalidad de sus fuerzas policiales. Estos factores han trascendido gobiernos: ni la sanguinaria guerra contra el narcotráfico de Calderón ni la ingenuidad de abrazos, no balazos de López Obrador han alterado la pax yucateca. Sin embargo, eso no quiere decir que el estado es inmune al crimen. Hay varios ejemplos que nos demuestran que no. Y uno de ellos es Campeche.
Hasta hace unos años, Campeche disputaba con Yucatán el primer lugar en seguridad en el país. Esta situación ha cambiado radicalmente. En el primer semestre del 2023, la cantidad de delitos registrados en ese estado ascendió a por lo menos 14 mil denuncias, según reveló el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Comparado con el mismo período del año anterior, hubo un aumento del 22.5 por ciento en la cantidad de crímenes.
Esta situación se ve y se siente: según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, la percepción de inseguridad de la capital campechana también aumentó en este año, al pasar de 43.4 a 63 por ciento por cada 100 personas mayores de 18 años; incrementó 19.6 puntos porcentuales.
Conservar la seguridad de Yucatán es tarea de todos. En el espejo de Campeche, un nuevo modelo de seguridad, subordinado a los intereses del gobierno central, revertió años de trabajo. Aquí ha funcionado el modelo local, y así debemos mantenerlo, incluso fortalecerlo. Una de las principales amenazas a las que se enfrentará esta singularidad yucateca será la marcada dependencia de algunos aspirantes a la gubernatura a sus respectivos partidos, que dejarían en manos de la Federación la seguridad de los yucatecos. Eso, ya lo sabemos, no sirve. Al contrario.
Sin embargo, los recién llegados no lo tendrían muy claro. Sería entonces una triste paradoja que quienes vinieron a Yucatán para resguardarse con su voto se conviertan en la quinta columna del crimen. Ellos, que vinieron de ese terror. Ese miedo que se coló entre las cajas de la mudanza se apoderaría de todos, de nuevo. Y ya no habría entonces lugar a dónde huir. Como Rebeca, quien llegó a Macondo escapando del insomnio, trayendo bajo el vestido esa misma peste, contagiando a todos. Lo más temible de la enfermedad del insomnio no es la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no siente cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido.
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