Tiempo de finados… y golosos

Uno de los rasgos más difíciles de comprender de los mexicanos es la relación que tenemos con la muerte. En prácticamente todo el territorio existen costumbres que para los extranjeros resultan asombrosas, desde los altares a las calaveritas de azúcar; de los rosarios con olor a estoraque en cada casa a la limpieza de osamentas en Pomuch, Campeche; de las comidas y serenatas en el cementerio de San Andrés Mixquic, hasta los elaborados dulces y golosinas de la época. A fin de cuentas se trata de mantener el vínculo con los ancestros, no de abandonar la vida.

El temperamento mexicano es sumamente complejo en lo que toca a la relación con la muerte, pero en lo tocante a la península de Yucatán es igualmente impactante.  En realidad, lo que ocurre durante el “tiempo de finados” es precisamente que entran en juego expresiones de distinto origen tanto religioso como laico, pero a la vez incorpora aspectos prehispánicos, coloniales y modernos, y las ideas de algunos funcionarios interesados en atraer turistas inspirados por el éxito de ciertas producciones hollywoodenses.

Pero ya hace más de 150 años que la celebración del llamado día de muertos es precisamente motivo de fiesta para algunos. Pero si la actitud individual no ha cambiado desde entonces, la diversidad culinaria y los gustos sí se han transformado y tal vez radicalmente, al menos si nos detenemos en un poema aparecido en el semanario La Burla el 11 de noviembre de 1860 y firmado por El Diablo Rojo, seudónimo de un muy joven José Peón Contreras, quien por entonces estaría próximo a cumplir los 18 años.

Los versos en cuestión llevan por título Jana -Pixan y corresponden a la corriente literaria del romanticismo, llamando la atención sobre la particularidad del espacio, expresado en las costumbres y determinadas palabras, que en este caso provienen del maya yucateco.

Por supuesto, el gran protagonista del poema es el píib, que es merecedor del canto “con voces más que humanas”, tal vez por el efecto que su variedad producía en el autor, quien llamaba a celebrar “el gran día de difuntos”:

“¡Mogiganguesca grey! Viejas y viejos

Llenad vuestras escuálidas barrigas,

Del rico Mucbi-pollo de conejos,

De gallinas, de pollos, sin fatigas;

Bocado tras bocado, no está lejos

Que a nosotros nos coman las hormigas;

Mientras tanto, comamos que los muertos

Ayunen en sus cóncavos desiertos.

Todo sea zambra, alboroso

Bullicio, y vengan acá

El chocolate espumoso,

El atole deleitoso

Y el caliente Tanchucuá.

En apenas dos versos, Peón Contreras deja testimonio de la diversidad de mucbi-pollos, que a la vez nos lleva a preguntarnos desde cuándo se incorporó el cerdo, y si alguna vez la carne de pavo era considerada para elaborar el platillo. Igualmente, es notorio que las bebidas tradicionales han sido completamente desplazadas por los refrescos embotellados. Alguien ha perdido mucho con esto, y no es la tradición.

El poema tiene también un espíritu epicúreo. Bien menciona que a otros les toca ser los muertos y “Si mañana nos toca a nosotros… /Mientras tanto comer y beber”.

Y de la idea de que se trata de días de guardar, el poema deja en claro que es todo lo contrario, especialmente si se trata de darle gusto al estómago. Esto implicaba salir de casa, montar a caballo, organizar una excursión en la que había bailes. En fin, nada solemne, pero sí llamando a gozar de la vida, porque posiblemente nos acompañan nuestros muertos: 

Y al fúnebre clamoreo

De las campanas tin-tan,

Vamos a pasear los barrios

Gritando hasta reventar:

¡Que viva el sabroso bollo

Rubicundo mucbi-pollo!

A comer, comer sin tregua,

Disípese la aflicción,

Y paseando en potro o yegua

A la redonda una legua

Busquemos mucbi-xpelon.

A bailar el degollete,

El saca-el-suyo y el toró

Sobre el campestre tapete,

Y al compás del tamborete

Gritemos todos en coro

¡Que viva el sabroso bollo,

Paz y gloria al mucbi-pollo!

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Edición: Estefanía Cardeña