Cuando te deja el tren

El pasado 1 de enero tuve la inesperada oportunidad de recibir el año nuevo en Palenque, Chiapas. Llegué allí gracias a la invitación del gobierno federal a un grupo de periodistas para que acompañáramos a la comitiva del presidente Andrés Manuel López Obrador en el viaje inaugural del Tren Maya desde Cancún hasta esa ciudad chiapaneca.

Después de los habituales de la fuente presidencial, los de Quintana Roo fuimos los comunicadores con mayor presencia. Y no crea usted que viajar con el Presidente significa estar cerca del Presidente. El mandatario iba con sus invitados en el vagón principal; nosotros, la prensa, íbamos en el vagón 4 (de cuatro vagones) intercambiando impresiones y verificando los avances de la obra, de la cual sin duda falta, aunque se ha avanzado enormemente.

En algún punto del viaje el Presidente se acercó a nuestro vagón y respondió algunas preguntas, nos deseó feliz año, un buen viaje y refrendó la importancia de esta obra que sin duda cambiará la conectividad del Sureste. Pero esta no es la historia de mi ida a Palenque, es la historia del viaje detrás del viaje. Y es que tras disfrutar de esta ciudad que me sorprendió muy gratamente por su dinamismo y las bellezas naturales que la rodean, no pude regresar en el tren que me llevó hasta ella. Les cuento… 

Durante mis dos primeros días en Palenque visité la zona arqueológica, las cascadas de Misol-Há y Agua Azul e hice senderismo, todo ello gracias a una vasta red de transporte que hay en el lugar: vans, estaquitas, mototaxis o chopis y demás, prácticamente cualquier vehículo automotor con cuyo chofer llegues a un arreglo te lleva a cualquier parte. 

Tras esos días de contacto con la naturaleza mi idea era regresar en el tren, pero no fue posible. Al llegar a la oficina de Fonatur, donde se venden los boletos nos anunciaron a quienes allí esperábamos que no habría viajes hasta nuevo aviso, así que varios de nosotros nos enfrentamos a un dilema: esperar en Palenque hasta que hubiese disponibilidad de tickets o buscar otros medios de transporte. Había personas que viajaron desde Villahermosa para tomar el tren, otros que llegaron en él desde Mérida o Campeche y algunos otros, como yo, procedentes de Cancún.

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Primero investigué las conexiones aéreas, pero el aeropuerto de Palenque sólo tiene vuelos a la Ciudad de México; tras consultarlo con mi jefe de información decidí no esperar y salir ese mismo día vía carretera. En la terminal de autobuses no me dieron buenas noticias: las corridas hacia Cancún o Playa del Carmen estaban totalmente vendidas, “es que estamos en vacaciones y todo está lleno”, me dijo la encargada de vender los boletos y me sugirió checar disponibilidad en internet. “Aunque Villahermosa no está lejos, puedes irte en una van y de ahí seguir tu viaje, o puedes ir a Escárcega, de ahí también hay salidas hacia Quintana Roo”, me señaló como comentario final.

Preguntando, llegué a la terminal de las vans hacia Villahermosa (no había conexiones directas a Escárcega). Fueron 2 horas 20 minutos de viaje pasando por muchos poblados y puestos de “rescate humanitario” implementados por el Instituto Nacional de Migración ante la gran cantidad de migrantes que cruza esa zona; me tocó que en una ocasión los agentes inspeccionaran el vehículo ante la sonrisa del chofer, que les comentó: “todos son originales”, haciendo referencia a que quienes viajábamos en esa ocasión éramos todos mexicanos. 

Llegué a Villahermosa ya entrada la noche y de inmediato busqué un lugar donde comer cercano a la terminal; allí un joven de Chiapas que ya estaba cerrando un puesto de pollos rostizados me comentó que ya había acabado su venta del día y ante mi rostro de decepción me ofreció unos taquitos: “toma, paisana”; le extendí un billete de 100 pesos; “ahí para la otra”, me dijo. Fueron los taquitos más deliciosos (y los únicos) que probé ese día. En la terminal de ADO de Tabasco se repitió la misma historia de Palenque: todas las corridas hacia Quintana Roo estaban vendidas. Ante mi insistencia, el vendedor me dio una opción: “te puedo ofrecer un asiento en segunda. Va parando en los pueblos y llegarías en 10 u 11 horas a Mérida”.

Compré el boleto y a las 11 de la noche salí rumbo a la capital yucateca, a donde llegamos a las 9:30 de la mañana del día siguiente. Fue una noche de sobresaltos, con acusaciones entre un pasajero y el chofer por un supuesto desperfecto en una de las llantas de la unidad y la angustia ante el sobrecupo, pues muchas personas viajaban de pie y otras sentadas en el pasillo sobre sus mochilas. Pasamos Frontera, Ciudad del Carmen, Champotón, Campeche y finalmente, pocos kilómetros antes de llegar a Mérida, el autobús se detuvo por un desperfecto. “Ya ve, usted y su mala vibra”, acusó el chofer al pasajero quejumbroso. Tras 20 minutos logró arreglarlo y llegamos a la terminal del centro.

Pero mis boletos (que compré por internet) decían que mi autobús salía de Altabrisa, así que tomé un taxi hasta allá mencionándole al chofer mi urgencia por llegar. Una vez allí sólo tuve tiempo de comprar una torta de carne asada frente a la pequeña terminal y subí de inmediato rumbo a Cancún, lugar al que llegué a las 3 de la tarde (hora de Quintana Roo). Había dejado mi auto en la terminal del Tren Maya, así que debía llegar allá para recuperarlo y manejar hasta Playa del Carmen. Luego de que un taxista me dijera que me cobraba 700 pesos hasta la estación del tren, preferí comprar un boleto del centro de Cancún al aeropuerto y me bajé en la terminal 3, desde donde sabía que había transportación gratuita a la estación.

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Y sí existe un transporte gratuito entre el aeropuerto y el Tren Maya, pero sale muy temprano (de 5:30 a 8:30 de la mañana) y luego en la noche (a partir de las 20:30 horas). Sin embargo, a las 4 de la tarde, 27 horas después de haber emprendido mi muy particular odisea de regreso a casa, sin haber dormido ni comido bien y sumamente cansada, opté por tomar un taxi privado que me cobró 600 pesos; “puede esperarse hasta la noche”, me dijo el representante de la transportadora con una sonrisa que sentí un poco burlona y en ese momento me arrepentí de haber rechazado al taxista del centro. La vía entre el aeropuerto y la terminal del tren está en construcción, al igual que varias de las estaciones y paraderos entre Campeche y Palenque.

Tras varios minutos de búsqueda entre los caminos de terracería temporales que hace ICA en los alrededores de la estación Cancún Aeropuerto pude encontrar mi vehículo, cubierto por una gruesa capa de polvo; usé la poca de agua que me quedaba para limpiar en la medida de lo posible el parabrisas y manejar rumbo a Playa, adonde llegué con bien. Ya tengo una experiencia más para el anecdotario de esta fabulosa vida que me ha dado el periodismo y que me ha permitido visitar muchas ciudades en 13 países.

Muchos me han preguntado si recomiendo viajar en el tren y sí, creo que vale la pena vivir la experiencia, conocer esta bella región en la que habitamos, teniendo en cuenta que es un proyecto que aún está en construcción.

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Edición: Fernando Sierra