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Foto: Iván Vallado

Iván Vallado Fajardo

En julio de 2010, se erigió en el remate del Paseo de Montejo de nuestra ciudad un monumento en honor a los conquistadores Montejo. Mérida se destacó como la única ciudad del mundo que, en pleno siglo XXI, erigía una estatua en memoria de personajes cuyas acciones consistieron en masacrar a pueblos nativos que nunca habían atentado contra los europeos cristianos.

La instalación de estas estatuas, por parte del alcalde del PAN en ese entonces, se llevó a cabo de manera escondida y sigilosa, siendo colocadas el último día de su gestión. Durante los dos años siguientes, las protestas y discusiones sobre el tema fueron constantes. A pesar de las promesas de la siguiente alcaldesa del PRI de organizar un foro para debatir el asunto, este nunca se materializó. Catorce años después, el asunto permanece inconcluso. Por lo tanto, considero relevante volver a plantear el tema.

La Conquista de Yucatán por parte de los Montejo marcó el comienzo de una era de sufrimiento para la gran mayoría de la población de la península: extracción forzada de tributos, explotación laboral y destrucción de las costumbres locales. Dado que los españoles, provenientes de una larga guerra contra los infieles (musulmanes), no estaban seguros de su ubicación geográfica (durante décadas creyeron estar en Asia), consideraron la cultura de los "indios yucatecos" como un producto infiel asociado al Diablo. Por ende, intentaron suprimirla deliberadamente: cambiaron y reemplazaron nombres, lenguas, rituales, festividades y normas de comportamiento; lo que hoy conocemos como etnocidio.

Este proceso, sumado a las epidemias desencadenadas por enfermedades importadas de Europa, provocó la muerte masiva de los indígenas, llegando a una disminución de casi 80 por ciento de la población autóctona durante los primeros 58 años de la nueva era occidental (unos 630 mil habitantes menos, un genocidio). Yucatán necesitó 300 años más para recuperar los niveles de población que tenía antes de la llegada de los españoles.

La llegada de los Montejo marcó el surgimiento de una desigualdad social entre blancos e indígenas, una brecha que fue ampliada por sus descendientes históricos en el poder (españoles y criollos). En general, al igual que en otras colonias españolas, en Yucatán los blancos adinerados procuraron levantar barreras infranqueables entre ellos y los indígenas y mestizos (sus descendientes históricos).

Lamentablemente, esta actitud discriminatoria persiste hasta el día de hoy en nuestra ciudad, manifestándose en forma de discriminación y racismo en diversas formas e intensidades, como ocurre en todas las excolonias del antiguo imperio español. Por lo tanto, muchos habitantes de Mérida se oponen al monumento mencionado, no por la nacionalidad, religión o lengua de los Montejo, sino por sus acciones. Es esencial comprender esta distinción, aunque muchos partidarios o detractores del monumento no lo hagan. No se critica a los Montejo por ser españoles, sino por sus acciones. Es similar a cómo se critica a los nazis no por ser alemanes, sino por las atrocidades acometidas.

Los Montejo son considerados genocidas debido a sus acciones, no por su nacionalidad. Lo que se cuestiona son las acciones cometidas contra seres humanos inocentes, independientemente del color de piel, la lengua o la religión del perpetrador. Por lo tanto, es perfectamente posible estar en desacuerdo con el monumento y al mismo tiempo ser "blanco", religioso, hispanohablante o incluso hispanista, ya que rechazar el monumento no es rechazar lo español, sino condenar la celebración de los genocidas.

Aunque la población indígena sea minoritaria en la actualidad, el legado discriminatorio que los Montejo dejaron sigue afectando nuestras relaciones sociales. Hemos perpetuado esta fea tradición de querer sentirnos superiores o menospreciar a los demás por motivos de "raza" o clase.

Esperemos que el monumento sirva como una oportunidad para reflexionar, reconocer y tratar de eliminar estas actitudes enquistadas en nuestra sociedad. Dicho lo anterior, no se trata tampoco de reemplazar a los Montejo con un guerrero indígena. Necesitamos un símbolo que nos una a todos y que implique un compromiso con la igualdad y el respeto hacia los demás.

Iván Vallado Fajardo es profesor investigador en Historia.

[email protected]

Coordinadora editorial de la columna: 

María del Carmen Castillo Cisneros; profesora investigadora en Antropología Social

[email protected] 

 

Lea, de la misma columna: Travesía Cultural


Edición: Estefanía Cardeña


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