“Creyó que el mar era el cielo, que la noche la mañana…”

Según las noticias, la encontró la semana pasada, en Oxkutzcab: tenía un ala lesionada. Al socorrerla, vio en sus patas dos anillos: uno azul y otro negro. En el azul había un mensaje, en el que se leía el origen de la misiva, Portugal, y el año en el que se envió, 2021. En el negro, un código, posiblemente un microchip de identificación. Ha estado cuidando al ave desde entonces, a la espera que vuelva a remontar el vuelo y entregue el mensaje. No hay historia tan extraviada en estos tiempos de whastapp como el de esta paloma mensajera. 

El pájaro que cayó en el sur del estado es gris, de esas cuyas plumas cambian de color con la luz: es un meteoro tornasol. Aún sin conocer su destino, la poca información con la que se cuenta hace volar la imaginación. Su misión se remonta a hace tres años, cuando alguien en Portugal escribió un mensaje y lo enrolló en esas patas de dinosaurio diminuto. No será un mensaje urgente, a menos que sea de amor; una deuda, una herencia, una amenaza de muerte se comunican, en estos días, por teléfono. En estos casos, no hay pájaro de mal agüero. 

Nao sou nada. Nunca serei nada. Nao posso querer ser nada. A parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo... habrá escrito el remitente, arrebatándole estrofas a Pessoa. Después le susurraría al pájaro, que tuvo ante sí todos los horizontes del mundo para llevar el mensaje. Por el tiempo invertido en su odisea, es probable que se haya perdido. O, tal vez, solamente esté demorando la llegada, disfrutando el viaje: tomó la ruta panorámica. Lo que no es probable es que se haya aventurado, sola, en la bravura del Atlántico, ni haciendo escala en las Azores. 

Tal vez optó por viajar, de polizón, en los últimos balleneros, esos que le recuerdan a la humanidad su afición por exterminar especies. En barcos con mandíbulas cuajada de arpones, la paloma compartió brisas con gaviotas caníbales, aquellas que hablan todas las lenguas del mundo y maldicen en el idioma de los puertos. Ahí escapó de lestrigones y del colérico Poseidón antes de volar por los cielos del Nuevo Mundo y romperse, al alba, el ala. 

O pudo volar de Portugal a Reino Unido, y de Reino Unido a las Islas Feroe, y de las Islas Feroe a Islandia, y de Islandia a Groenlandia, y de Groenlandia a Canadá, y de Canadá a Estados Unidos, y de Estados Unidos a México. Un ave vikinga, más cuervo que paloma, que en soledad dio la vuelta al mundo obedeciendo aquellas coordenadas que un hombre o una mujer le susurró en 2021. Igual es posible que, como la paloma de Rafael Alberti, esté perdida, como muchos; que haya errado en su vuelo. Que esté equivocada: Por ir al norte, fue al sur, creyó que el trigo era agua. Que tu falda era tu blusa, que tu corazón, su casa.

Las misiones de las palomas mensajeras, por lo general, eran ríspidas y rápidas: llevar instrucciones de un frente de batalla a otro, esquivando en el cielo proyectiles y almas perdidas; solicitar medicamentos o tipos de sangre específicos entre un hospital a otro, intercambiar información confidencial entre naciones en guerra… Los años y los miles de kilómetros invertidos por la que convalece en Oxkutzcab son totalmente extraordinarios. 

El final feliz de esta historia será cuando la paloma aterrice en su particular Ítaca, y, al desenrollar ese pequeño papiro alguien suspire al traducir:  No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte eso, tengo en mí todos los sueños del mundo. Mientras tanto, en el sur de Yucatán cuidan a la mensajera, en espera de que el viento sople, de nuevo, a su favor. Mientras, nosotros, impacientes porque nos dejaron en visto o no nos han respondido el email.

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Edición: Fernando Sierra