Camiones prehistóricos, mastodontes artríticos que recorrían las calles de Mérida desbaratándose, dejando tuercas y resortes en los paraderos. Cascarones oxidados, con empacho de pasajeros, dando interminables suspiros de esmog. Vehículos del siglo pasado: máquinas del tiempo con tétanos.
Una de las principales deudas a los yucatecos era un servicio de transporte público de calidad. Esta administración ha dado los primeros pasos para saldar esta obligación, con la implementación del Va y ven. Este nuevo proyecto aún no concluye, pero ya marca una enorme diferencia con el servicio del pasado; representa un antes y un después.
Trogloditas que jugaban a las carreritas en avenidas y dejaban mordiendo polvo a estudiantes y viejitos; asientos de plástico hirviendo, golpes a la lata para pedir bajada; frenones que daban salvoconductos a morbosos: no eran pasajeros, eran náufragos; bolo alimenticio de concesionarios hambrientos de morralla.
Por muchos, diversos factores la situación no había cambiado. Al echar a andar la renovación del servicio de transporte público, el mismo gobernador Mauricio Vila advirtió que los cambios se harían a pesar de quienes los habían frenado en el pasado. De eso se trataba: el poder cuando no se usa es crinolina.
Los usuarios de transporte público están conscientes que todo cambio implica esfuerzos, pero que valen la pena. Por ejemplo, el Va y ven significa una transformación radical para personas con alguna discapacidad, que por primera vez son tomadas en cuenta.
También, al cambiar el esquema de concesión, los choferes de las nuevas unidades están obligados a dar parada a todos, incluso a los que pagan la tarifa social, que es menor. El transporte público urbano ya no es un negocio, es un servicio.
Por eso llamó la atención este fin de semana un discurso que dio una candidata en un pequeño mitin en Tecoh. Ahí aseguró que Joaquín Díaz Mena, el Huacho, en caso de ganar las elecciones, echaría para atrás todo lo avanzado con el Va y ven; la aspirante calificó el nuevo servicio de transporte como “una porquería”.
En la arenga involucró también a los candidatos de su partido a diputados, quienes apoyarían al Huacho a que todo volviera a como era antes. Para ella, uno de los principales objetivos de hacer campaña y ganar es el de “revertir esa basura” de cambio. Poner freno y hacer retroceder al Va y ven, la prioridad.
Sin más estrategia que ir a la deriva es probable que el candidato a gobernador de Morena se deslinde de las feroces aseveraciones de su compañera de partido: el hígado no es redituable. Dirá que con él el Va y ven va, y que incluso, va más rápido.
Pero la amenaza del frenón fue primero y, como se palpa en la pasión con la que la escupió la candidata, es sincera; en eso sí le creo. Para ella, y para muchos como ella, sólo se trata de demoler, incluso lo bueno, lo necesario, lo urgente; un velo de odio le impide ver.
Y esa ceguera, al final, será la razón de su derrota, ya que nadie está dispuesto a ser rehén de sus venganzas. En el caso de las mejoras en el transporte público, sólo con las autoridades que se comprometan a seguir avanzando y nada con quienes murmuren dar marcha atrás.
Que el cochambre de esos camiones destartalados se quede en el pasado, junto con la incertidumbre de cómo y a qué hora regresar a casa. Hemos avanzado como sociedad para percatar esas traiciones de inconscientes —y cocientes— en políticos que desde el lujo de su último modelo añoran las migajas del pasado.
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Edición: Estefanía Cardeña
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