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Tigres de papel y petates del muerto

Invitación al miedo, principal tópico electoral
Foto: La Jornada Maya

La invitación al miedo –o la promesa de dejar de tenerlo– parece estarse convirtiendo en el principal tópico electoral. De una parte, desde el foro poderoso de las conferencias mañaneras, se nos advierte que de resultar triunfante la oposición, lo será seguramente gracias a alguna triquiñuela tolerada o francamente respaldada por el árbitro electoral, y esto ocasionará que las calles se llenen de feroces alimañas bengalíes, que vengarán con sangre la afrenta de haber violado la voluntad popular, que ya tendríamos que conocer de antemano, porque nos la anuncian con fanfarrias triunfales todas las encuestas “serias”. Mientras tanto, en la otra orilla, nos avisan a gritos que hace falta una cárcel más grande y segura, porque será la mejor manera para dejar de tener miedo a los malosos, y se nos asegura con regocijo que no hará falta cuidar de la salud, porque a partir del triunfo de la hoy oposición, podemos enfermarnos sin miedo.

También se cierne sobre nosotros la amenaza de que, si la ciudadanía optara por suspender la cuarta transformación, perdería el acceso a los recursos aportados por los programas sociales, que unos consideran mecanismos que garantizan la vigencia de derechos, mientras otros los condenan como instrumentos clientelares. Unos y otros parecen querer que olvidemos que dichos programas han sido elevados a rango constitucional, y que entonces desaparecerlos no resulta tan sencillo: implica una nueva reforma constitucional que muchos se resistirán a que se lleve a cabo. Suponen que bastará agitar petates de muerto para espantarnos.

Lo que hasta ahora se ve poco, y vago, y borroso, son propuestas. Intenciones, sí, desde las tres esquinas del ring, y que casi siempre parecen buenas, como suele suceder con las intenciones. Pero no son propuestas dotadas de algún grado de credibilidad, que nos permitan evaluar métodos, examinar su factibilidad en función de su solidez financiera, encajarlas en un entramado coherente que se parezca a un plan de gobierno, o mejor aún, algo parecido a un proyecto de nación. Quiero suponer que las propuestas irán asomando en la medida en que escuchemos los discursos de las candidatas y el solitario, y de sus voceros, en los debates y entrevistas; o que podremos leerlas en los documentos que vayan publicando. Aunque sé que pocos lo harán, deberíamos leer los planes de gobierno que proponga cada instituto político, para confrontarlos con algún conocimiento de causa, antes de decidir si alguno de ellos merece nuestro voto.  Pero me temo que, como siempre, preferiremos irnos por la fácil senda de las encuestas, ofrecimientos prometedores, y consignas repetibles como gritos de batalla.

La contienda democrática no debiera cifrarse en el temor de la pérdida total, o en la feroz promesa del aniquilamiento del Otro. Se trata, en efecto, de esclarecer los contrastes entre propuestas distintas de país, pero es un país en el que tendremos que caber todos o, de otra manera, carecería totalmente de sentido como nación. Nadie gana ni pierde todo al término de un proceso electoral. Nos comprometemos todos a emprender durante seis años un camino de gobernanza y desarrollo que la mayoría ha determinado como el más conveniente. De lo que hagamos o dejemos de hacer durante ese periodo dependerá si el modelo puede alcanzar algo parecido al éxito, y merecerá la pena continuarlo y fortalecerlo; o si por el contrario, habremos de proponer un nuevo modelo, y contrastarlo con lo que consideremos fallido. Todo esto podemos hacerlo en paz, y no tiene por qué excluir ni la crítica, ni la protesta cuando sintamos que se violenta el compromiso adquirido, o cuando se falta a lo prometido. Con esto quiero decir que la pugna democrática no tiene por qué cesar en las urnas, sino que deberá seguir en el terreno de la crítica y la acción política cotidiana. La arrogancia de pretender que, porque la mayoría ya ha elegido mi propuesta, cuento con una especie de patente de corso que me permite no rendir cuentas, descalificar y denigrar a quien osa criticar lo que considera errores o desvíos, y decidir desde la arbitrariedad, fuera de las constricciones del marco legal vigente, ha sido siempre la tentación a la que cede quien triunfa. La tarea ciudadana debe ser, no solamente votar alegremente y sin miedo, sino permanecer activo y crítico tras la jornada electoral, y exigir de continuo al gobierno electo que cumpla lo ofrecido, y que lo haga ciñéndose al marco legal.

Dicho todo esto, y convencido de que tenemos que votar con convicción y sin temores infundados, firmes en la idea de que las cosas no están necesariamente definidas de antemano, y que en la abstención perdemos todos, y que sí hay cuestiones que nos preocupan, y asuntos y acontecimientos que sí deben despertar en todos nosotros una indignación y un temor saludables. Con esto quiero dejar claro que debemos dejar el temor fuera del proceso electoral. Las causas del temor y preocupación no son meros recursos de campaña. Debemos temer que sigan desapareciendo personas, y que se pueda reaccionar a ello diciendo que “son cosas que pasan”, o que no están desaparecidas, sino ausentes. Debemos temer que se siga matando a mujeres por el hecho de serlo, que se reclute a jovencitos – a la fuerza, o a cambio de unos cientos de pesos – para hacerlos asesinar a personas, pensando que por ser menores de edad resultarán inimputables. Y nos debe preocupar que haya responsables de ejecutar políticas públicas que lo hagan sin tener en consideración las leyes vigentes, que se desprecie la riqueza natural de México y se dejen de destinar recursos suficientes para salvaguardarla, conocerla y cuidarla como merece, que vaya a empeorar aún más la angustiosa situación migratoria en el continente, y a hacerse aún más difícil el papel de México en ese contexto, o que la política exterior nacional pueda considerar que conocer al presidente de Venezuela sea un honor. Pero estos miedos, y estas preocupaciones, deberemos ventilarlas antes y después del proceso electoral, quienquiera que sea quien ascienda al poder, porque son miedos y preocupaciones que tendremos que afrontar y resolver juntos, como Nación, de cualquier manera.

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Edición: Emilio Gómez


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