Traficantes de eclipses

Hay personas que se guardaron pedazos de eclipses en los bolsillos; los recogieron en las calles, mientras todos miraban hacia arriba. Al llegar a su casa, unos los guardaron debajo de su almohada; otros, dentro del refrigerador, creyendo que esos temblores eran latidos, estertores de astros. 

Pasaron la noche pensando cómo hacer para que esos pedazos les duraran, por lo menos, hasta para el próximo eclipse, el 2 de octubre, en las islas del Pacífico. Crearon foros para compartir ideas, entre las que destacaron la maceración para luego aspirar con la nariz el eclipse: esnifar la galaxia, o convertirlo en bálsamo, y untarlo detrás de las orejas. 

Gerardo se zampó de un bocado su cachito de eclipse, asegurando que ya tiene boleto para dejarse hipnotizar el 2 de agosto del 2027, en Marruecos. Como si fueran estampitas, presume también sus eclipses de Mérida 2017 (solar parcial) y 2022 (lunar), Celestún 2023 (anular) y Mazatlán 2024 (anular total). Luis Pablo le vendió sus lentes especiales —”con un solo uso”— a Patricia, quien presumió desde España que ahí se verá otro eclipse el 12 de agosto de 2026. 

Bastó advertirle a esta generación de los peligros de mirar al cielo para que se liberaran de las pantallas. Este 8 de abril, muchos conocieron el infinito; la eternidad comenzó el lunes: ”Fue como ver el mar por primera vez”, confesaron con voz baja, para no espantar esa tímida noche de cuatro minutos. 

Se requirió la conjura del cosmos para recordarnos que no todo es efímero y desechable, que el mundo no se limita al aquí y ahora del plan de datos. En sólo un día aprendimos a correr junto a los segundos que son interminables porque seguirán estando cuando no estemos.

Soltamos los frenos de la bicicleta y, sin temor, nos remontamos al pasado, cuando un fenómeno similar surcó el mar de nubes. Entonces éramos niños, y no sabíamos que nos volveríamos a ver, más viejos y más tristes, en los recuerdos que te asaltan cuando los gallos enloquecen y cantan de día. Perdiste la sonrisa a los quince, le confesé al pequeño. Y la recuperaste después. 

Unos lograron domesticar las salvajes manecillas del reloj, y aún hoy, dos días después, intentan descifrar el sentido de la vida. Mañana gritarán eureka: Todo lo que empieza en algún momento deja de existir, y por eso hay que vivir sin perdernos nada: Desvelados sin pestañear. Y mandarán el mensaje por whats que nunca se habían atrevido a enviar. 

Los que sólo lograron cosechar migajas de eclipse las metieron en un frasco, como si fueran luciérnagas, o las rallaron y las combinaron con parmesano. También las sembraron en macetas, y las riegan con la esperanza de que germinen y florezcan soles y lunas. Los que cosecharon los pedazos más grandes los acunan entre sus brazos y les cantan canciones de cuna.

Nadie estaba prevenido, sólo los cazadores de auroras boreales, esos que son de los lugares a los que todavía quieren ir, aguardaban ese día interrumpido. Pero todos se intoxicaron: en esa brevísima noche todo quedó en segundo término; lo importante se redujo a lo insignificante. Y fui lo que seré y lo que soy.

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Edición: Emilio Gómez