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''Así que eres tú; aquí estás''

En 2022 el escritor Salman Rushdie sufrió un atentado; antes de eso, hubo una premonición
Foto: Captura de pantalla

Los engañaron: les prometieron que podrían predecir el futuro a cambio de un ojo, pero los engañaron; no leyeron la letra chiquita. El contrato de canje, en realidad, sólo establecía que verían el momento de su muerte. 

El ciclópeo escritor Salman Rushdie narra así su propia mitología. Mañana se libera Cuchillo, las meditaciones impresas del atentado que sufrió en agosto de 2022. Entonces, sufrió un ataque que le costó el ojo derecho. 

El autor estaba dando una conferencia en Nueva York, cuando un hombre se subió al escenario y quiso arrancarle la piel a cuchilladas; quince en total. La catarsis del sobreviviente, narradas en primera persona. 

”Sentí como si algo viniera del pasado y tratara de arrastrarme atrás en el tiempo, si se prefiere, de regreso a ese pasado, para matarme”, relata en su primera entrevista televisada tras el ataque.

Y es que el atentado fue la ejecución de una sentencia dictada hace más de tres décadas, en 1989, cuando el recién tuerto fue condenado a muerte por el ayatolá Jomeini por la publicación de Los versos satánicos, que consideraba un texto blasfemo. 

En todos esos años, el escritor recorrió un sinuoso corredor de la muerte, asediado por fanáticos que soñaban con el paraíso de los mártires de Alá. Se topó con uno de ellos hace ya casi dos años. 

”Con el rabillo del ojo derecho (lo último que vería mi ojo derecho), vi al hombre de negro corriendo hacia mí por el lado derecho del patio de butacas. Ropa negra, mascarilla negra. Era fuerte y bajito. Un misil agachado”, recuerda. 

Confiesa en la entrevista —concedida al programa 60 minutes— que se había imaginado a su verdugo levantándose en algún foro público ”y viniendo a por mí precisamente de esa manera”. 

Así que lo primero que pensó cuando vio aquella figura asesina corriendo hacia él fue: ”Así que eres tú. Aquí estás”. El cíclope predijo su muerte. La premonición se remontó a la noche anterior, cuando soñó con un gladiador romano que le atacaba con una lanza, según comparte en un filoso capítulo de Cuchillo.

“No vi el cuchillo, o en todo caso, no tengo ningún recuerdo de ello”, escribe. ”No sabía si era largo o corto, o un cuchillo de caza o un estilete, o un cuchillo de sierra como los de cortar pan, o un vulgar cuchillo de cocina”. 

“¿Por qué no luché? ¿Por qué no huí? Me quedé quieto como una piñata y dejé que él me destrozara”, cuenta en el libro. Primero un golpe en la mandíbula, luego heridas en las manos, cuchilladas al cuello, ataques al pecho, en la comisura izquierda de la boca, hasta en el muslo derecho. La cuchillada en el ojo derecho llegó hasta el nervio óptico. 

En el relato publicado hay partes macabras, como la descripción de la obra del yihadista: “(tenía) el ojo muy distendido, saliéndose de la cuenca y colgando sobre el pómulo como un huevo pasado por agua”.

El ataque duró lo que dura un padrenuestro o un poema de Neruda, el tiempo suficiente para dejar a la intemperie un alma. Tenía heridas en el pecho, grapas metálicas en la garganta y la mejilla, le habían extirpado una sección del intestino, el cuello lucía hinchado, oscuro de sangre, y el corazón estaba “magullado”. No se vio en el espejo durante una buena temporada.

Cuando se despertó de la cirugía, que duró ocho horas, experimentó extrañas visiones arquitectónicas: “Suntuosos palacios y otros edificios majestuosos construidos a partir de letras, como si el mundo entero estuviera hecho con el alfabeto, el mismo material básico del lenguaje y la poesía”.

La publicación de estas traumáticas memorias son, en sí, una proeza. Revela el mismo autor que una de las secuelas del atentado era la imposibilidad de escribir: ”Escribía, pero era una combinación de vacuidad y desechos, cosas que escribía y borraba al día siguiente”. 

El bloqueo terminó y el pasado otoño se anunció la publicación de Cuchillo. El autor aseguró entonces que sentía ”la necesidad de escribir este libro porque era una forma de procesar lo sucedido y de responder a la violencia con arte”.

Esta literatura terapéutica no sólo es un canto al arte, sino también a la vida. Abre el círculo y aborda otros asuntos, donde narra, por ejemplo, cómo conoció a su pareja, la poeta Rachel Eliza Griffiths, y su relación con ella, así como otras disquisiciones en torno a la violencia o la literatura. En definitiva: sobre cómo el amor vence al odio.

Cuchillo es uno de los acontecimientos literarios de los últimos años, no sólo por su valor testimonial, sino también porque recuerda, desde la confesión de un letraherido, el poder de las palabras: palabras que matan y palabras que curan; palabras que tienen filo y palabras que son bálsamo. Palabras. Mucho más que palabras, simplemente palabras; la vida misma.

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Lea, del mismo autor: “Creyó que el mar era el cielo, que la noche la mañana…”

 

Edición: Fernando Sierra


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