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De manteles largos

El tiempo transformó las fiestas, nos toca reimaginarlas
Foto: Margarita Robleda Moguel

De acuerdo con las creencias populares, el uso de los cohetes en fiestas y celebraciones tienen el objetivo de anunciar a distancia que en determinado lugar se está llevando a cabo alguna fiesta… El grito sería: ¡Vengan! ¡Estamos de fiesta, señores!

En qué momento se convirtió en la millonada que se gasta en “honor” del Santo Patrón, acto que desde mi visón terrenal y limitada, solo me permite sufrir el recorte presupuestal a la canasta básica, la angustia existencial de los animales, en especial los perros y los chiquitos, la contaminación del aire, la mochada de dedos de los traviesos que sin vigilancia, imitan el “valor” de los adultos…. ¿Cómo algo que podría ser tan hermoso se ha vuelto complejo de resolver desde el punto de vista de las autoridades, de los estados que los han prohibido?

En este proceso social que… ¿padecemos? Hay infinidad de situaciones que se han ido transformando. En el pasado, el cumpleaños de la abuela reunía a varias generaciones en el jardín de aquellas casas de patios grandes. La festejada tenía que agradecer a los visitantes haberse “acordado” y les ofrecía los pavos que con tiempo había engordado, las ollas de arroz que con las vecinas generosas preparaba, el mole, las tortillas hechas a mano y las vitroleras de horchata, jamaica o tamarindo. Aquella algarabía de encuentros, permitía descubrir talentos escondidos de los participantes de esos clanes y fue como al cabo del tiempo quedaba muy claro que el primo Rodrigo era el contador de chistes colorados, la Cecilia, tocaba la guitarra y hacia dueto con la Lolita, que el tio José, después de un par de jaiboles recitaba “Mamá, soy Paquito, ya no haré travesuras…” A la tía Carmen le gustaba bailar rock & roll y la muchachada lo aprendió, igual que el tango con el Arturo, la salsa por la Mercedes. Hoy somos lo que los influencers quieren.

Fiestas que comenzaban a la salida de la misa de 11 y terminaban, cuando terminaran, dejando el patio patas para arriba, retornando a casa con cara de “yo no fui”, por aquel beso que le robaron a la prima, el vaso del abuelo, que sin saber por qué, “se cayó”.

Pasaron los años y las frutas típicas se perdieron porque los patios se hicieron pequeños y, además, como nos encandilaron con las manzanas y los kiwis, ya nadie quería comer tauch. Había que limitar a los invitados, para que cupieran en la cochera y en lugar de cocinar, encargar.

Hemos llegado al punto en que ya no queremos problemas ni sudar, total, “no se le da gusto a nadie”. Mejor nos vamos a un restaurante y a los niños se les da un celular “para que no den lata y nos dejen platicar a gusto” y nos soltamos hablando todos al mismo tiempo, por la prisa de sacar todo de una buena vez, lo que podamos presumir, los corajes atorados, las envidias disfrazadas. ¿Y la convivencia? El ¿qué hago con estos regalos? “Se me hace que a la hora del pago, el Mike se quedó con la propina”.

Llegó mi cumple años y sacudí el comején de mi cerebro para poder idear algo refrescante de encuentro con las tres generaciones de mi clan. Lo primero fue hacer una invitación a disfrazarse, cosa que la mayoría cumplió con gran creatividad. Después, la planeacion del menú me hizo darme un clavado en la memoria, y así, capturar los recuerdos de las delicias que disfrutábamos en la niñez. Vinieron a mi mente las empanaditas de lomo que cambié por los conitos para mimar a una hermanita, pedí dos sandwichones para diferentes paladares, tamalitos y una deliciosas glorias. ¿Cómo es posible haberlas olvidado?

El mayor éxito fue haber invitado a Flor Valdez, una soñadora que aún cree que podemos salvar el mundo y con quien soy cómplice de convicción de que si nuestros niños leen, hay más posibilidades en todo., comenzando por entendernos mejor. 

Ella tiene una librería en su casa y el pasado 25, llevo un selección de libros, exquisitos por su diseño, propuesta, ilustración o texto y que mis sobrinos nietos escucharon de su voz, con la boca abierta y la curiosidad de saber cual llevarían a su casa, ya que al inicio vaticiné que: en esta fiesta, no se reciben regalos, se dan.

¿Y qué mejor, más trascendente, más divertido, ensanchador de horizontes, que un libro? ¡Celebremos la vida con manteles largos!

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Lea, de la misma autora: Los atrevimientos de Galeano

 

Edición: Fernando Sierra


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