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Foto: Dominio público

La falsificación de papel moneda tiene mucho tiempo de existir en todo el mundo. Recordemos que incluso entre la población prehispánica había quien alteraba los frutos de cacao que eran utilizados como dinero. En Yucatán, la historia también registra episodios que causaron gran alarma entre la población.

En su edición del 27 de abril de 1915, el diario La Voz de la Revolución publicó una extensa nota que era también una acusación contra Avelino Montes, heredero financiero de Olegario Molina Solís, quien al separarse de los negocios para asumir el gobierno del estado en 1901, dejó a su yerno Montes la administración de su casa exportadora de henequén.

Montes, se sabía, movía cantidades inimaginables de dinero antes de la creación de la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén, por parte de Salvador Alvarado. Así, la llegada de la Revolución a Yucatán encontró en Montes la personificación del poder económico que sería el obstáculo para la transformación de la vida política y social en la entidad.

La nota en cuestión fue la principal del periódico, y era una pregunta: “¿Avelino Montes falsificador de moneda o agente falsario?” El cuerpo es bastante amplio, pues recupera información del “alcance” del día anterior, pues según reportaron, durante la tarde se había hecho sumamente notoria la presencia de billetes falsos en la entidad, al grado que todos eran rechazados. Lo grave era que los billetes falsos eran los del Ejército Constitucionalista de México, y en el comercio, señala el periódico, “no se admiten porque se dicen que son malos, lo mismo los de cinco o diez pesos que los de VEINTE o CIEN”.

 

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Recordemos que en México circulaban billetes por región, y con la Revolución surgieron todavía más, con el respaldo de la facción que dominara. Hasta Pancho Villa lanzó una emisión de papel moneda, y así como la nota que hoy revisamos se refiere a moneda constitucionalista, Veracruz tenía otros billetes y Yucatán otro tanto, por lo que existía un tipo de cambio interno. Lo cierto también es que las denominaciones no permitían transacciones que implicaran millones de pesos.

El periódico refiere también cómo se daba certidumbre a los billetes, pues estos debían ser enviados por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público a las Jefaturas de Hacienda en los estados. Pero hace exactamente 109 años, el periódico, decía: “Hemos visto estos billetes que se dicen falsificados, en manos de albañiles, de carpinteros, de modistas, de tenderos de barrio, en casas comerciales de importancia, en casas bancarias y en fin, en todo lo que es o constituye la actividad de la ciudad; y estamos seguros de que ni el albañil, ni el sastre, ni la modista y demás, han fabricado esos billetes; y es racional pensarlo así, pues creer que cada una de las personas que posea un billete de esos lo ha falsificado ella misma, sería tanto como suponerlo una fábrica de billetes a cada quién, y esto no es posible. Indispensable es, urgentísimo es, buscar el origen de entrada de estos billetes malos.”

En su análisis, La Voz de la Revolución cuestionaba cómo habían llegado esos billetes, si había pocos viajeros que si bien pudieron ser portadores de algunos billetes falsos, “estos nunca serían en la alarmante cantidad en que los estamos viendo, pues sabemos de operaciones hasta de muchos miles de pesos que se han intentado ser pagadas con billetes ilegítimos. Hacendado ha habido que por el líquido de una venta de sus productos, fuera pagado con papeles de esa mala condición por una suma de dos mil ochocientos pesos”.

Las investigaciones del periódico, hechas “por simple sport, indagando aquí y allá”, daban algunos resultados y asomaba un nombre: John L. Barret. A su nombre había llegado, en el vapor “Tabasco”, una bolsa de lona con 240 mil pesos, amparada con una orden. Además, en el vapor noruego “J. L. Mowinkel” habían llegado otros tres baúles con billetes constitucionalistas procedentes de New Orleans. Esos billetes debían hacerse circular a través de la casa de importación Avelino Montes S. en C., una sospecha que se robustecía porque Montes se había ausentado de Mérida “y tal vez del Estado, pues hasta ahora han sido inútiles las pesquisas que la policía ha hecho para encontrarlo”.

Montes, agregaba el periódico, “es perfectamente conocido en Yucatán, y es bien sabido que su labor económica ha sido desastrosa para el Estado”. Montes, continuaba, había actuado por afán de lucro y para “llenar de alarma a la sociedad yucateca y procurar el desprestigio del gobierno”, un argumento para fortalecer la idea de que era necesaria la intervención estatal para regular el mercado.  

La nota concluía con la promesa de dar más detalles sobre la falsificación y deseando “que podamos decir en dónde se encuentra Avelino Montes”. Esto no ocurrió, y tampoco Avelino Montes volvió a aparecer en el periódico como la personificación del enemigo de la revolución, pero su nombre es materia de otras noticias.

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Edición: Fernando Sierra


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