MMM

Ulises Carrillo y Ana Brun

De Megalópolis de Francis Coppola en el 76 Festival de Cannes se han dicho muchas cosas. Primero que es muy mala. Muy. Es un capricho personal y un mal capricho. Es el uso y abuso de un nombre que fue legendario. Punto. Sin el poder de la marca “Coppola” la película jamás hubiese sido proyectada. 

Es cierto que Francis Coppola presenta una película para pontificar contra el fascismo, pero pontificar -así sea para una noble causa- es insoportable. Sin duda el director leyó – a la ligera- sobre los padres fundadores de la independencia norteamericana y su obsesión con las virtudes y debilidades de Roma para redactar la Constitución y fundar las instituciones democráticas del coloso del norte. Desde esa perspectiva, hace sentido presentar a América como la nueva Roma, pero los diálogos, los discursos (casi proverbiales) son pesados, forzados a tragar con una trama arenosa. Tres horas de vestuarios caros, una narración inconexa y un final flojo. Básicamente nadie aplaudió cuando concluyeron las eternas horas del culebrón, con todo y la idea decimonónica de una interacción entre la pantalla y un supuesto periodista que aparece en vivo sobre el escenario con micrófono en mano (como el piano sonaba en las películas “mudas”). Megalópolis tiene un sello de producción de megalomaníaco del cine que quiere presentar su perspectiva, la única, la revelada. 

Sin embargo, el mayor pecado de Coppola es el machismo obsoleto a lo largo de toda la película. Los protagonistas relevantes, los que pesan y marcan el destino de la trama son hombres, con las mujeres reducidas a mujeres fatales o musas. Los hombres se pierden o crean inspirados por ellas, pero nada más. El papel femenino es nutrir, abusar e inquietar, pero las mujeres no pintan como seres humanos completos, son limitadas a meros animales sensuales, para bien y para mal de los hombres. Eso es lo realmente irritante. La película se siente de otra época: “sugar daddies” imperiales decidiendo el destino del mundo con las mujeres como provocadoras, consoladoras y madres (en el sentido de vientres para la reproducción); servidoras, pues. Si alguien quiere ver a un dinosaurio en toda su agonía, no se la puede perder. La M de Megalópolis es también la de Machismo. 

En el otro lado del ring, es obligatorio prestar nuestros ojoso a Yorgos Lanthimos con su Kinds of Kindness y su exploración de la manipulación como uno de los fantasmas de todos los tiempos, especialmente el nuestro. El director de Pobres Criaturas ahora lanza otra salva con tres historias que sumadas hacen una película de también casi tres horas, pero son horas de buena agonía. 

Si en Pobres Criaturas el director griego exploró las toxicidades masculinas en todas sus formas de intento de dominio y opresión sobre la mujer: el gigoló, el macho, el padre asfixiante, el enamorado sumiso y el homosexual, ahora él explora la toxicidad de quien quiere controlar y la toxicidad de quien se vuelve codependiente. Los que quieren usar, los que quieren ser usados, los que quieren abusar y los que quieren ser abusados, diría Eurythmics. Son historias monstruosamente bellas e inverosímiles, pero absolutamente realistas y fidedignas. Todos hemos visto un poco de ellas en la vida cotidiana. Otra genialidad del ensamble es ver a los mismos actores protagonizando las tres historias en roles absolutamente distintos, encarnando pieles contrastantes. Los vemos ser exigidos y dar el ancho desde Emma Stone hasta Defoe. Esa es la M de la manipulación y del cine que ve hacia el mañana y  no se queda en el pasado que ya fue. 

En Cannes 2024 hay un cine que muere con su intento de adoctrinar y hay un cine que explora lúdicamente y nace con M de mañana y de Mujer, de un Mejor mundo, así vengan tiempos complicados. 

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Edición: Fernando Sierra