¿Quién es el “salvaje”, los que viven en la selva y de la selva o quien la destruye para alimentar su consumismo? ¿Quién es el salvaje, los que usan taparrabo y pintura ritual en el rostro o quien se viste con marcas caras para darse estatus? ¿Quién es el salvaje, los que no tiene identificación con nombre y fotografía o quienes con ayuda de abogados dilapidan el patrimonio forestal y ecológico? Esas son las preguntas que la fábula de Claude Barras nos hace en Cannes, con una joya de animación.
Es Cannes 2024, así que los protagonistas esenciales del filme son mujeres. Una niña (una adolescente para ser precisos), el alma de su madre, la sabiduría de la abuela, la pasión de una bióloga de Oxford. Los hombres, los que no son tóxicos, son almas parcialmente rotas, resignadas a perder; solo ellas -y un niño- tienen el coraje para lanzarse a una segunda ronda de embates para salvar a su selva. La maternidad flota en el aire, pero como opción, labor compartida y no como destino cortador de alas. La maternidad como palanca y no como cruz.
Sí, claro que sí, las adolescentes adictas a sus celulares son insufribles, insoportables y –hay que decirlo– también valientes, irreverentes y con una voz que en sus redes sociales a veces enloquece y en otras ocasiones salva al mundo. No es la tecnología, es lo que hacemos con ella: tomarnos una foto para nuestros seguidores o enviar un video para sumar voces. Presumir o tejer fraternidad. Son las dos opciones para lo que queremos hacer, para ser o no ser salvajes.
Entonces la pregunta obligada es: ¿quién es el salvaje, los que llegan a Cannes con la camisa arrugada, el mismo saco, el celular viejo, los centavos contados a ver arte o los que llegan envueltos en la última moda, a buscar la exclusividad del derroche y enviar una selfi a cualquier costo? ¿Quién es el salvaje, quienes hacen ese cine incómodo y rebelde o quienes ven en la alfombra roja la vitrina de su pomposidad?
¿Quién es el incivilizado, los que apuestan por la sencillez y lo íntimo, o quien no puede saciar sus apetitos suntuosos y de presunción? ¿Qué es más sofisticado, dónde hay mejor glamur, en la música sonando en una iglesia al ritmo del cine o en los costosos vestuarios de quienes, como animales en celo, solo van a ser notados por sus vistosos plumajes? ¿Qué es ser salvaje? ¿Es ser feroz, fiero, bravío, indómito, selvático, natural, bravo, indomesticable? o ¿Es ser inhumano, bruto, bestia, cruel, vándalo, caníbal y cafre?
Ser salvaje en tiempos salvajes puede salvarnos, mientras decidamos que ser salvaje es reconectarnos con las cosas simples y no desatar los peores instintos de consumidor, que empieza a ser otra manera de decir depredador. Eso también se ve en la pantalla de plata.
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