Opinión
Arianna S. García Correo y Berenice Cruz López
17/09/2024 | Mérida, Yucatán
En los últimos días, un equipo multidisciplinario hemos trabajado incansablemente para dar vida a Naia, la mujer más antigua de América, descubierta en 2007 en las profundidades del cenote Hoyo Negro en Quintana Roo. En la mitología griega, las náiades eran las ninfas de los cuerpos de agua dulce, de ahí que los buzos bautizaron a este mujer como Naia, a quien, dentro de muy poco tiempo, podrán conocer en el recién inaugurado Museo Regional de la Costa Oriental ubicado a unos pasos de la zona arqueológica de Tulum dentro del Parque Jaguar.
Desde la recreación de sus pies hasta el último detalle de su cabello, cada paso ha sido guiado por el conocimiento de expertos como el arqueólogo y paleontólogo James Chatters, quien ha profundizado en la vida de Naia, y Elena Barba, jefa de arqueología subacuática del INAH, quien ha compartido los hallazgos realizados en ese cenote.
El proceso de reconstrucción de Naia ha sido fascinante. Sus restos, rescatados con gran delicadeza del cenote, son una ventana al pasado que nos transporta a más de 10 mil años atrás y que mediante muchos estudios y tecnología nos dan pistas para recrearla. Cuando vimos a Naia por primera vez, sentimos una mezcla de nervios y entusiasmo. Ante nosotras estaba un descubrimiento monumental para la humanidad, y nuestro equipo tenía el privilegio de caracterizarla.
Hemos dedicado mucho esmero a la confección de cada accesorio que acompaña a Naia. Desde el principio, sabíamos que el nivel de detalle debía ser altísimo, ya que queríamos que todo en ella hablara de su tiempo. Para sus zapatos, utilizamos cuerda de henequén, un material que era común en aquella época. Pero no nos bastaba con usarlo tal cual: lo desarmamos y volvimos a hilar para obtener el grosor exacto que necesitábamos. Cada puntada debía ser precisa, y así fue. Con el mismo material cosimos su vestimenta, que, aunque sencilla, debía reflejar la utilidad y resistencia que exigía su entorno. Fue un proceso laborioso, pero gratificante, porque sabíamos que cada pequeño detalle contaba una parte de su historia.
Uno de los aspectos más delicados fue la recreación de su cabello, cejas y pestañas. Cada vello fue colocado individualmente, lo que requirió muchísima paciencia y precisión. Queríamos que su rostro transmitiera una naturalidad que la conectara con su tiempo y su entorno. Además, Naia lleva consigo una antorcha, lista para iluminar su camino, junto a un morral de piel donde carga más antorchas. Esta escena recrea el momento exacto antes de que cayera en lo que hoy es un cenote. Todo el equipo tuvo que imaginarla en ese instante de su vida para poder capturar su esencia.
También agregamos ocre en su vestimenta, un mineral arcilloso que, en su época, se usaba como repelente contra insectos. Los objetos que Naia porta en el pecho contienen pequeños rastros de ocre, lo que nos permitió establecer una conexión visual y material con las prácticas de su época. Cada uno de estos detalles nos acercaron más a su historia lo que la trae de vuelta a la vida, no solo como un hallazgo arqueológico, sino como un ser humano que una vez transitó por estas tierras.
Otros detalles resultan fundamentales para comprender su contexto. Su cabello, recogido estratégicamente para evitar obstáculos en su entorno, la caries en su diente que sugiere una dieta alta en azúcares, y su vestimenta, diseñada para garantizar agilidad y supervivencia, nos brindan pistas sobre su vida cotidiana y desnutrición. Cada elemento, desde la antorcha que sostiene hasta la suciedad acumulada en su ropa, narra quién fue y los momentos previos a su caída en el cenote.
Este proyecto trasciende lo arqueológico para convertirse en una obra de arte. El equipo lo conformamos Berenice Cruz López estudiante de Artes Visuales en la Facultad de Arte y Diseño de la UNAM, Arianna S. García Correo estudiante de Ingeniería Químico Industrial en el Instituto Politécnico Nacional y Emanuelle Flores Durán egresado de la Escuela de Bellas Artes. Desde distintas disciplinas, entendemos que a través de nuestro trabajo podemos contar historias, y la de Naia era una que urgía ser narrada. Su recreación es el punto de encuentro entre el arte, la ciencia y la historia, una colaboración que gracias a la empresa Expo Museo, le devuelve la voz a una mujer que vivió hace miles de años.
Trabajar en Naia ha sido una experiencia transformadora. Es el ejemplo perfecto de cómo diversas ramas del conocimiento pueden fusionarse para crear algo invaluable. Desde su descubrimiento hasta su colocación final en una vitrina, cada paso ha sido realizado por muchas manos que se conectaron en un esfuerzo común por esculpir su historia. Como sucedió con el perezoso gigante encontrado junto a ella, Naia nos invita a leer su vida de formas nuevas, a contemplar su mundo con una perspectiva más profunda.
A través de este proyecto, Naia se ha convertido en un punto de convergencia de saberes, un puente entre el pasado y el presente. Su reconstrucción no solo nos recuerda que el pasado sigue vivo en las historias que logramos revivir, sino que simboliza la unión perfecta entre el arte y la ciencia. Naia, una mujer del Paleolítico, nos ha convocado desde su tiempo remoto para que, como dos mujeres del presente, la reconstruyamos. Nuestro deseo es estar a la altura de representarla con fidelidad y respeto, y nos sentimos profundamente agradecidas por la oportunidad única que nos ha conectado con su historia y su legado.
Arianna S. García Correo y Berenice Cruz López trabajan en la reconstrucción de Naia como parte del Proyecto Arqueológico Subacuático Hoyo Negro, perteneciente a la Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH.
Coordinadora editorial de la columna:
María del Carmen Castillo Cisneros; profesora investigadora en Antropología Social
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