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''Hola a esos hombres banales capaces de crímenes horribles''

El pacto patriarcal es un acuerdo de silencios
Foto: Reuters

Un anciano solloza en medio de una multitud; pide perdón. Asegura que ama a su esposa, y que no sabe qué mecanismos de su mente enferma se activaron para hacer lo que hizo. Lo que hizo, sin embargo, no tiene nombre, ni perdón. Conocer los crímenes del francés Dominique Pelicot es mirar directamente al abismo. 

Fue descubierto al azar: Unas mujeres de un supermercado denunciaron a un viejo verde que intentó grabar bajo sus faldas. Cuando lo capturaron, se destapó una cloaca. La policía registró su casa, y en su computadora encontraron decenas de archivos de otros hombres abusando a la mujer con la que estaba casado. 

Durante años, Pelicot drogó a su esposa y contactó en las catacumbas de internet a otros hombres para que abusaran de ella mientras estaba inconsciente. Él grababa las violaciones y daba instrucciones. Hasta el momento han sido detenidos cincuenta hombres, cuya participación en estos delitos está documentada en vídeos. 


Los cómplices —hay periodistas, obreros, enfermeros, jardineros, hombres de negocios, un bombero…— pactaban con Pelicot y se dirigían con el sigilo de los depredadores a su casa, donde él los esperaba con el cuerpo inerte de la víctima. Así fue durante años; los últimos diez, en la bucólica localidad de Mazán.

En ese poblado, epicentro ahora del horror, han aparecido grafitis en condena. Uno de ellos dispara un “hola a esos hombres banales capaces de crímenes horribles”. Y es que ni Pelicot ni sus cómplices cargan con procesos judiciales o condenas relacionadas con delitos con las características por los que están ahora siendo juzgados. 

Es más, tanto Pelicot como los otros hombres sentados en el banquillo eran considerados ”hombres de bien”, ”buenos vecinos”. Así incluso lo reconoció la víctima, Gisèle: ”En 50 años, he vivido con un hombre... No imaginé ni por un segundo que pudiera haber cometido estos actos de violación. Habría puesto mis dos manos en el fuego por él”.

Gisèle se casó y tuvo hijos con un monstruo. Y se dio cuenta hace unas semanas, cuando una cachetada de evidencia le volteó la cara y le removió el espíritu. No se trata de una ceguera individual, ya que ni sus hijos ni sus vecinos sospecharon, antes de que el abismo les devolviera la mirada, de lo que era capaz ese sujeto, cuya máscara de apacible jubilado contrasta con sus acciones. 

Esta semana fue la primera comparencia de Pelicot en el juicio que se le sigue por sus crímenes. Intentó dar lástima, revelando que él mismo había sido abusado cuando era niño. Cuando las lágrimas se evaporaron de su rostro, cambió de estrategia y dijo que era tan culpable como los otros cincuenta hombres acusados junto a él.

El animal acorralado buscó refugio en la misericordia y luego mostró las fauces a sus compañeros de manada. Ninguno de esos movimientos alteraron la atmósfera del juzgado: No hay forma de que la justicia logre compensar lo que le hicieron a Gisèle. 

La población de Mazán se encuentra a 40 kilómetros de Aviñón; la carretera que conecta a ambas atraviesa frondosos viñedos de la Provenza. Varios de los acusados son originarios de esa zona. Las aberraciones dadas a conocer en el proceso judicial y replicadas por una marabunta de periodistas ha nublado de enojo ambas ciudades. 

Y no es para menos. En la conciencia de los vecinos rondan una certeza: sus ciudades son nidos de violadores, y también una incógnita: por qué se dieron cuenta hasta ahora. Intentado dar respuestas, diversos analistas han desempolvado los análisis que se realizaron respecto a crímenes colectivos, como el Holocausto. 

Citan, por ejemplo, a Hannah Arendt, y su teoría sobre la banalidad del mal; comparan a Pelicot y a sus cómplices con el nazi Adolf Eichmann, un tipo corriente que ni siquiera era antisemita, pese a convertirse en uno de los arquitectos del Shoá. Ante lo que parece inexplicable, cualquier explicación es un bálsamo.

“Somos todos capaces de hacer cosas horribles”, argumenta la abogada del monstruo, intentado tal vez acariciar la atormentada conciencia de los testigos de esta tragedia. En el caso de esta horda, no creo que haya explicación que justifique la maldad; nada de lo que se haga o diga podrá devolverle lo que se le arrebató a la víctima. 

Le robaron su vida, completa; sus recuerdos y sus sueños. Le quitaron la inocencia y la tranquilidad: será acechada por pesadillas todo lo que le resta de vida. La abandonaron a la orilla de la carretera de la vida, como un envoltorio usado. La despojaron de todo rastro de humanidad. 

El morbo que aceitó las violaciones que sufrió ahora hace espesa la tinta que se escribe sobre ella y su historia, una historia, que en realidad, en lugar de describir las acciones de una piara nos debe advertir que, en muchos, crece, frondoso, el mal. Y, que, en ocasiones, ese mal vive a lado, o junto a nosotros.
Lea, del mismo autor: La rentrée política

Edición: Fernando Sierra


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