Opinión
La Jornada Maya
13/10/2024 | Mérida, Yucatán
Octavio Olvera
Caminar por los barrios de Iztapalapa es visitar una exposición permanente de arte urbano. En sus avenidas y calles se aprecian muros convertidos en lienzos con sorprendentes pinturas. Desde 2018 a la fecha la iniciativa “Iztapalapa Mural”, implementada por la ex alcaldesa Clara Brugada y actual jefa de gobierno de la Ciudad de México (CDMX), ofreció a los habitantes de la demarcación reivindicar el espacio público como el derecho a la dignificación y embellecimiento a través de la pintura que ejecutan los propios vecinos.
El proyecto, el más grande en su tipo en Latinoamérica, ha permitido que niños, jóvenes y adultos transformen su entorno plasmando sus tradiciones, vivencias y anhelos que se traducen en una crónica barrial de un momento histórico donde la participación activa de sus habitantes genera nuevos tejidos sociales.
A la fecha se han realizado cerca de diez mil murales equivalentes a 372 mil 518 m2 de superficie. El último de ellos, hecho por el artista urbano Yago, está dedicado a Jesús Villaseca Chávez, maestro fotoperiodista de La Jornada de 2001 a 2021, dos veces ganador del Premio Nacional de Periodismo durante ese periodo, y actual director de la Escuela de Cine Comunitario Pohualizcalli. La obra fue inaugurada con una ceremonia donde destacó una vistosa coreografía montada por los lanza fuego Edgar Espinosa –padre e hijo–, Juliancito y Jesús, artistas escénicos que laboran en la zona.
La obra de Yago tiene la firme intención de interactuar de manera espontánea con la gente que transita por las calles, provocando respuestas de identidad social con una comunidad que busca salir del estigma a través de la creación.
Su historia de vida es un claro ejemplo de ello. Un muchacho que creció en los barrios bravos de Iztapalapa, sobresaliendo entre el temible entorno urbano. Su primera opción de despuntar fue probando su bravura en las organizaciones locales para delinquir y ser un “vato pesado” entre “la banda”. Adolescente aún, debido a su inteligencia y valentía, le ofrecieron convertirse en sicario de alguna célula criminal de la zona. Pero esa misma agudeza mental lo hizo recapacitar y redirigir esfuerzos para salir de su circunstancia.
“En ese mundo y en ese futuro no hay más salidas que estar muerto o en la cárcel. Entonces yo no quería ni estar muerto ni estar en la cárcel. A mí lo que me salva de ese mundo es el arte”, declara en el documental
La danza del venado, incluido en la serie Muerte sin fin de
Canal 11.
Foto: Luz Elena Pérez Coronado
El grafiti que creó en honor de su mentor es extenso. 50 metros de largo por dos de ancho es su dimensión aproximada sobre la avenida Santa Cruz Meyehualco. Jesús Villaseca aparece frente a su cámara enfocando hacia lo que parecieran ser dos deidades entre marinas y aéreas.
Hacia el otro extremo corre un celuloide dividido en cuadros que representan los trabajos emblemáticos del fotógrafo: las reyertas globalifóbicas y los machetes de Atenco alzados en son de lucha. La película se extiende hasta la efigie de su compañera de vida, Luz Elena Pérez, y en medio del negativo aparece su mano señalando al frente, justo donde fue la primera sede la Escuela de Cine Comunitario Pohualizcalli.
Pohualizcalli es un proyecto al que fue invitado en 2020 por Clara Brugada para expandir la filosofía educativa de su taller en FARO de Oriente. En ese sentido es un espacio incluyente, libre de violencia y con perspectiva de género. En cuatro años de vida, han pasado por sus aulas 21 mil alumnos. Ofrece 43 talleres, 13 de fotografía y 30 dedicados al cine. Entre ellos destacan las clases destinadas a personas con Síndrome de Down, invidentes y débiles visuales.
Otra de las características de la escuela es que imparte sus talleres a niños desde 6 años hasta adultos mayores. Al ofrecer clases a distancia, actualmente cuenta con 97 alumnos extranjeros de 19 países, entre Francia, España, EE UU y otros de centro y sur de América.
Los trazos de aerosol de Yago están suavizados por un fondo azul claro que recrea los dones de la luz, esa que permite cifrar lo que capta el fotógrafo en su trato con la realidad social. Aunque por naturaleza el grafiti es un arte efímero, la intención del creador es dejar la constancia de la larga labor de Villaseca con la comunidad iztapalapeña principalmente, quien como Yago, también fue un “chavo banda”, problemático, aficionado a las sustancias tóxicas, al “trompo” y la violencia, pero que encontró su redención en la fotografía. Su imagen en el mural parece decirles a los jóvenes que pasan por allí: “la escuela y el arte es la tabla de salvación”.
Porque para el director de Pohualizcalli “es muy importante que los habitantes de los barrios de Iztapalapa y de toda la ciudad, sepan que la gente que aquí vive somos gente digna, trabajadora, honesta. Eso simboliza que me pinten mis alumnos, que la gente de Iztapalapa vale mucho. Eso también es la misión de este arte urbano: acabar con el estigma que se tiene de Iztapalapa, porque aquí hay mucho talento”.
Foto: Luz Elena Pérez Coronado
Edición: Fernando Sierra