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Algún día, alguien se tomará fotos sobre mi tumba, si es que tengo tumba

Michael McDowell y su literatura fueron el secreto mejor guardado de unos cuantos
Foto: Blackie Books

Esta es la historia de una resurrección, la del autor olvidado número 36. Michael McDowell era el secreto mejor guardado de unos cuantos. Nació en Estados Unidos en 1950, y murió en 1999; el legado de ese suspiro de 49 años fueron unas 30 obras, todas impregnadas de un realismo sucio y gótico.

Con los años, sus libros se fueron convirtiendo en pequeños minas de polvo, donde termitas construían colonias que alcanzaron cierto grado de civilización; mordían sinuosos túneles de la Alabama durante la Gran Recesión a Nueva York en plena era dorada. La obra de McDowell fue olvidada, descatalogada.

Sólo, de vez en cuando, alguno de sus lectores lo recordaba, como lo hizo Stephen King. ”Fue el escritor más refinado de Estados Unidos”, reconoció en alguna ocasión, al abordar, en específico, la saga de Blackwater, que se publicó por primera vez en 1983, año en el que King aún se sacudía la grava del cementerio de animales. 

El nombre de McDowell igual daba paseos por el cementerio cuando se le recordaba como guionista de Beatlejuice y El extraño mundo de Jack. Nada que le espantara el sueño eterno. Pero fue la apuesta de un editor francés la que lo ha convertido en unos de los escritores más vendidos actualmente. 

La editorial que abrió el grifo se llama Monsieur Toussaint Louverture, y su lema explica mucho este salto al vacío: “Nos guía la búsqueda del libro sorprendente, el que nadie se esperaba y, sin embargo, una vez leído se vuelve obvio”.

Y eso sucede casi un cuarto de siglo después de la muerte del autor. La saga Blackwater consta de seis tomos —son casi mil páginas en total— pero que se leen rápido; es una literatura ingrávida, que atrapa y se impregna en la ropa. El virus zombi de la literatura de McDowell que comenzó en Francia se extendió rabiosamente en Italia y España. 


Foto: Blackie Books

Ya son más de dos millones de libros los que se han vendido en este segundo aire; se calculan en dos mil contagios al día. Y esta fiebre acaba de llegar a México —ya se pueden conseguir los dos primeros tomos: La riada y El dique, en Gandhi, que yacen medio escondidos, junto al sillón donde se sientan los exhaustos acompañantes de cazadores de libros. 

En español lo edita Blackie Books, una editorial pequeña que ha demostrado tener buen olfato y ya con experiencia en segundas oportunidades —como lo demostró con su colección Clásicos liberados—. Y es que no sólo se trata de resucitar a un muerto, sino a una industria completa: la editorial. A pesar del éxito obtenido, la saga no se puede descargar en libro electrónico. 

Los impacientes cuestionaban esta decisión hasta que tuvieron en sus manos los volúmenes de la serie: son del tamaño de la mano de un adulto, y caben perfectamente en el bolsillo de atrás del pantalón. Cada uno de los tomos está ilustrado como una carta de naipes, diseñado por Pedro Oyarbide.

“No conocía a McDowell. Tuve la oportunidad de leer toda la saga con tiempo antes de empezar a bocetar, lo cual me ayudó a recoger multitud de notas e ideas. Tanto las portadas como los lomos y las contras están completamente ilustradas y llenas de elementos y pequeñas referencias a la historia”, describió el artista. 

Blackwater obliga a retomar el hábito de pasar páginas y dejar la luz encendida por las noches. Es una experiencia nueva para los lectores recién intoxicados; es, para los que se refugiaron en las pantallas, retomar un mal hábito, recaer en el vicio del papel. Y eso también es espectacular. 

Otra razón de este prodigio es la historia que destripa. Según la crítica Luna Miguel, Blackwater es la saga de una familia de mierda. Y nos gustan esas historias ”porque es más fácil llamar, qué sé yo, ¡ladrón!, o tal vez… ¡mentiroso! a un padre de ficción ahí escondidito entre las páginas, que a ese que nos engendró…”.

A pesar de ser del siglo pasado, la obra de McDowell se siente furiosamente actual, por devolverle a la lectura la experiencia del folletín que hasta hace poco era monopolio del streaming: la última frase de cada tomo despierta el hambre por la primera frase del siguiente. Crea un mundo, Perdido, que ya ocupa su lugar en el mapa literario donde llevan décadas Macondo, Hogwarts, Yoknapatawpha o Comala.

En el atlas inventado por McDowell, los dos millones —y contando— de lectores ”ya conocen cada esquina del pueblo. El temido cruce entre los ríos. El dique. Los aserraderos. El guetto de Baptist Bottom…”. Un universo contenido en formato de bolsillo. 

Lea, del mismo autor: Los meses del pensamiento mágico

Edición: Fernando Sierra


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